Antes de comenzar la entrevista, Pablo Nahuel Ridolfo pide hablar en inglés. Tras vivir más de una década en los Estados Unidos, le cuesta recordar algunas palabras en español. Tenía apenas 10 años cuando dejó su tierra para mudarse con su hermana Gabriela, en Nashville, Tennessee. Hoy, a los 21, está de vuelta en un país que ya no siente como propio.
El jueves 11, Pablo aterrizó en Ezeiza a las 3.17 de la madrugada en el vuelo OAE 3642 de Omni Air International, junto a otros argentinos deportados. Bajó del avión despojado de todo; sin su celular, sin papeles, sin su permiso de trabajo. Solo tenía dos dólares en el bolsillo y su carnet de seguro médico.
Su vida en Tennessee, su casa, sus amigos, su novia, su auto, sus sueños quedaron atrás. Ahora camina por un país que apenas conoce. No recuerda las calles, no entiende las costumbres. «Mi vida está allá, este es mi país pero no me siento cómodo aquí», confiesa el joven.
Su sueño americano se desmoronó cuando fue detenido durante ocho meses, dos de ellos encerrado en una celda de inmigración que él mismo describe como “un infierno”. No había aire acondicionado, la comida era inhumana, los guardias lo trataban con racismo y, como si fuera poco, tenía que pagar hasta por el papel higiénico o cepillo de dientes.
Todo comenzó cuando lo pararon por manejar apenas cinco millas por encima del límite de velocidad. Cuando le pidieron la licencia, no la tenía porque aún esperaba la aprobación de sus papeles para obtener la residencia.
El joven nacido en Villa Urquiza fue arrestado y su caso quedó en suspenso durante meses. Cuando finalmente creyó que podía dejar atrás toda esta pesadilla sucedió algo inesperado.

“Fui a la corte y firmé una probation por un año y medio. Me estaban por liberar. Y cuando estaba a punto de cambiarme, de sacarme las esposas y de darme mis cosas personales, aparecieron agentes de inmigración”, relata. Lo estaban esperando afuera del lugar.
Se lo llevaron y le quitaron todo. “Mi teléfono y mi permiso de trabajo se lo quedaron. Lo único que vino conmigo fueron dos dólares y mi carnet de seguro médico”, agrega.
En los meses que estuvo detenido, gastó más de 4.000 dólares. Tuvo que comprar su propia comida, jabón, papel higiénico y pagar las llamadas, mensajes de texto. “Nada es gratis. Y luego, en la cárcel de inmigración, la mayoría de las veces incluso tienes que comprar tu propio papel higiénico”, revela.
Y agrega: «Es la peor celda que puedes ir porque la comida es muy mala. Te dan la misma todos los días. Yo estaba en una unidad que no tenía aire acondicionado. La gente tenía que dormir en el piso porque hacía mucho calor. Y luego, cuando lo prendían, lo ponían tan frío. Te tratan muy mal, son racistas«, describe quien celebró su cumpleaños número 21 en una celda.
Su vida en Estados Unidos
La historia de Pablo en el país del norte comenzó a los 10 años. Se fue a vivir con su hermana, Gabriela, quien tenía la custodia legal otorgada por un juez. Estudió en la secundaria en Wilson Central High School, Tennessee, y trabajaba en FedEx con un permiso laboral. Alquilaba una casa con amigos y estaba en pareja, con planes de casarse.
Incluso, Pablo es diabético y contaba con seguro médico, algo indispensable en Estados Unidos. Como él mismo explica, “tenía que tener un seguro porque allá todas las medicinas son muy caras».
“Mi vida allá era muy bonita. Comparado con aquí, es muy diferente. Tenía mis propias cosas, empecé a trabajar en mecánica y tenía tres o cuatro autos porque los compraba, los arreglaba y los vendía», explica con anhelo.
Y agrega: “No hay complicaciones. Si quiero algo, lo podía conseguir. No tenía que esperar porque el dinero ahí es bueno».
Hacía años que Pablo había comenzado el proceso para regularizar su situación migratoria. La residencia, los papeles, el permiso de trabajo. Todo avanzaba con una lentitud desesperante. “Fue hace cuatro o cinco años que arranqué con los trámites”, dice con resignación.
Lo único que obtuvo en un plazo razonable fue el permiso de trabajo. El resto quedó atrapado en un limbo administrativo. “Estaba en proceso para ser ciudadano americano pero, debido al arresto, en inmigración cancelaron todos mis trámites”, explica.

Pablo intentó pedir una deportación voluntaria, incluso ofreció pagar su propio pasaje de vuelta para que no le den la pena máxima de diez años pero se lo negaron.
“Fui a la corte de inmigración, estaba hablando con el juez y me dijo que no tengo nada contra qué pelear. No tengo ningún caso para pelear porque Argentina no tiene asilo. Entonces, traté de luchar por mi deportación voluntaria. Pero tampoco quisieron darme eso”, confiesa.
Ahora debe esperar diez años para volver a pisar el país donde pasó la mayor parte de su vida. Lo único que puede hacer es solicitar un perdón y que haya un cambio en la política migratoria.
«Pensé que el presidente aquí (Javier Milei) tiene una buena relación con Trump, que ellos me liberarían y que inmigración no me vendría a buscar. Estoy en el medio de nada, en el medio del océano. Siento que estoy flotando. No sé dónde voy, no sé qué voy a hacer», reflexiona.
Su nueva vida en Argentina
Pablo Nahuel Ridolfo se siente perdido en Buenos Aires. No conoce las calles, no tiene amigos. Solo su mamá y su hermano Nicolás, quien lo recibió en su casa de Caseros, partido de Tres de Febrero. Para él, su vida quedó congelada en Nashville: “Yo he dejado el país cuando era muy joven así que toda mi vida está ahí, mis amigos, mi novia, tengo todo allá.”
Con su pareja tenían planes para casarse, pero la deportación lo cambió todo. El vínculo que habían construido tuvo que romperse antes de llegar al altar. “Las relaciones a distancia no funcionan. Le dije que ella puede hacer su vida, porque no sé si voy a poder volver o no», explica, siempre en inglés.
Su historia no es una excepción. Un amigo hondureño también fue deportado por conducir sin licencia. “Él fue deportado por lo mismo. Estaba conduciendo en la noche y lo detuvieron», revela.
Según asegura Pablo, hay nueva ley en Tennessee que criminaliza incluso a ciudadanos que transporten o vivan con personas sin papeles. “Si eres un ciudadano americano y vas con un pasajero que es ilegal, puedes ser arrestado también. O si vives con una persona ilegal, puedes ser arrestado también.”
Hoy, el joven camina por Buenos Aires como un extranjero. No sabe que será de su futuro pero sí tiene algo claro: “Intentaré volver. Porque incluso si hago tres años aquí, aún extrañaría mi vida de allá”.
Quiere trabajar, quizás en algo relacionado con idiomas y, dentro de cuatro o cinco años, cuando cambie el gobierno en EEUU, pedir perdón y regresar, o incluso considerar la posibilidad de mudarse a Canadá. Está abierto a que lo ayuden en este proceso.
“Si Trump sigue como presidente va a ser realmente muy difícil volver. Ahora mismo, voy a tratar de tener una vida acá y después cuando el presidente cambie voy a intentar pedir una carta de perdón, y tratar de volver. Mi vida está allá. Está bien que este es mi país pero no me siento cómodo aquí.”
A sus 21 años, Pablo aún mantiene el contacto con sus amigos en Estados Unidos, pero admite que todo se volvió confuso desde su deportación. “A veces los sentimientos se mezclan y es muy triste. Te soy honesto, no sé qué sentir. No sé cómo se siente. Todavía estoy en shock. Sigo en el proceso de entender”, concluye.
MG