Entre las muchas fuerzas destructoras que la naturaleza puede despertar, el volcán es tal vez la que ha dado más juego pictórico y literario. La erupción, la lava ardiente, la lluvia de cenizas, todo eso nos inflama la imaginación. Y aunque haya gentes que viven en la falda de un volcán con indiferencia cierta y cotidiana ante el peligro, como otros habitan zonas de choque y fricción de placas tectónicas sin acordarse de los posibles terremotos, la mayoría de nosotros prefiere no asomarse a la caldera de un volcán que ha empezado a humear.
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