«Para mí era duro porque transitaba el segundo año desde que había terminado la secundaria y no encontraba el rumbo, qué carrera seguir. ‘Si me encuentro a un conocido en la calle y me pregunta, ¿qué le digo, que estoy en Narnia, que estoy perdida?’, maquinaba en mi bocho», cuenta Sofía Martínez (31), abriendo a Revista GENTE la puerta a una historia desconocida: cuando debió decidir qué carrera cursar.
-No le resultó sencillo, entonces, saber hacia dónde encarar, ¿cierto?
-Ni te imaginás… ¿Querés que te cuente?
-Queremos.
«AL SENTARME EN LA CLASE ESCUCHÉ QUE HABLABAN DE PLATÓN Y ARISTÓTELES. ‘¡QUÉ EMBOLE ESTO!’, ME VINO A LA MENTE. MIRÉ ALREDEDOR Y DESCUBRÍ A TODA UNA CLASE COPADA: LA EQUIVOCADA SOY YO…»
Nacida el 7 de mayo de 1993 en el Sanatorio de la Trinidad de Palermo (“aunque criada en San Isidro, cerca del Hipódromo”); hija de Alejandro (64, contador) y Fernanda (60, profesora de Ciencias económicas, “aunque no ejerció) y hermana de Tomás (38, licenciado en Administración de Empresas) y Agostina (35, licenciada en Comunicación), la infancia de la menor de la familia -y ahora la entrevistada continúa el relato- “siempre estuvo muy ligada a los deportes en general. Sólo quería ponerme mi bermuda azul favorita, la remera de Las Leonas (la de la generación de Lucha Aymar, Sole García, Magui Aicega, Mechi Margalot) y salir a divertirme. Vivía de deportista”, ilustra.

-¿Nada de vestidos de princesas de Disney?
-No. Yo veía a mis compañeras que los usaban, como algo ajeno. A mí me gustaba quedarme a dormir en lo de mi abuela, juntarme con mis primos e ir al club para ver a mis hermanos jugar hockey y fútbol, mientras yo corría detrás de la pelota afuera de la cancha; prenderme al tenis con papá. Si querés que recuerde mi infancia, me veo vestida de deportista, no de princesa. Por eso coincido cuando Hernán Casciari afirma que uno debe dedicarse a lo que de chico lo obsesionaba. Bueno, yo me dedico al deporte, que es lo que me obsesionaba de chica.
-¿Esa obsesión la ayudaba o le complicaba la existencia en el colegio?
-Iba al Dardo Rocha, en Catamarca al 800, Martínez. Una escuela muy familiar, bastante pequeña, destinada a los dos niveles de enseñanza y con el inglés como segunda lengua. Y bueno, si bien de chica me costaba tener amistades porque era insoportablemente apegada a mamá y algo antisocial, de estar sola en los recreos, a partir de quinto grado el deporte fue mi herramienta para socializar. O sea, no era la que mejor bailaba en las fiestas, pero me las rebuscaba bastante en el deporte. Y se abrió una puerta importante. La crisis volvió cuando mis mejores amigas cambiaron de colegio y yo lo intenté. Ocurrió que mis padres, mis profesores y hasta el director me abrazaron como para apoyarme y que continuará ahí. Gracias a mi hermana, que me ayudó a hacer nuevas amigas, fui armándome otro grupo. Hasta que terminé la secundaria.
-¿Un momento clave?
-Súper. Empecé dos carreras, ¡y las dejé (posa su palma derecha en la frente)!… ¿No es muy difícil a los 18 años conocerse tanto como para elegir una profesión? ¿No es una gran presión para alguien decidir a tal edad qué va a hacer el resto de tu viaje? En mi caso, por lo menos, no tenía idea. Fui a una orientadora vocacional y, como yo pretendía algo relacionado a la utopía de buscar justicia y una sociedad y un mundo mejores, me sugirió ir por el lado Relaciones institucionales. Me metí en Derecho. Terminé bien el CBC (Ciclo Básico Común), pero a los 19…
-¿A los 19?
-Cuando me tocó ir al edificio de su facultad, sobre la Avenida Figueroa Alcorta al 2200, en Capital, me costó. Luego de que me fuera mal en Civil I, el profesor adelantó: “Esta materia es filtro; la va a terminar la mitad de los que están acá”. Automáticamente supe que no sería una de esas personas. No llegué ni al segundo parcial. Mucha teoría, muchos fallos para leer. Apenas me imaginé yendo aburrida todos los días del resto de mi existencia a Tribunales, me levanté, salí caminando, bajé las famosas escalinatas de la entrada, cruce la flor gigante (Floralis Genérica), llegué a la Televisión Pública y me metí. No no sé por qué, ya que aún no pensaba trabajar en la tele. Se me había cruzado la idea del periodismo, lo admito, pero no lo tenía presente en ese momento.

-¿Entró como si nada?
-Intenté. Le pedí al señor de seguridad hablar con Recursos Humanos. “¡Yo no te puedo dejar ingresar!”, me alertó. Aaaaaaah, en plena crisis existencial vocacional, me senté en el piso y me largué a llorar. Lógico, venía de ser escolta de bandera en el colegio, por lo que sacarme un 2 en el primer práctico de la universidad resultaba un fuerte revés para mí. De repente el buen hombre me sorprendió: “Es tu día de suerte, ella es de Recursos Humanos”, y me señaló a una chica que pasaba caminando. No recuerdo su nombre. Me explicó que esos puestos eran por concurso público. Apunté un site para anotarme, entré, cargué mi currículo, y terminó la experiencia. Lo loco fue que años más tarde consumé mi primera experiencia como periodista deportiva en la TV Pública, y que la mayoría de los torneos que cubriría serían ahí. Aunque en el medio…
-¿Hubo otra carrera?
-Cursé Ciencias políticas.
-¿Por qué Ciencia políticas?
-Seguía con lo de la utopía, me interpelaba poder cambiar algo, ayudar a alguien. ¿Y sabés cuánto duré?
-No nos animamos a suponer.
-Un día. Cursando, en un momento me di cuenta de que estaba en la clase equivocada. Tardé en asimilarlo, salí y entré en el aula correcta. Al sentarme escuché que hablaban de Platón y Aristóteles. “¡Qué embole esto!”, me vino a la mente. Miré alrededor y descubrí a toda una clase copada. Volví a reflexionar, a mi estilo: “Quiero estudiar Ciencias políticas, y me resultan aburridos Platón y Aristóteles… Me parece que la que sigue estando en el lugar equivocado soy yo”. Y otra vez me sentí desorientada y amargada.
“HABÍA PENSADO EN SER PREPARADORA FÍSICA O PROFESORA DE EDUCACIÓN FÍSICA, JAMÁS PERIODISTA DEPORTIVA”

“Aquella desilusión no me hizo llorar, pero casi -acelera su relato-. Salí de la sede de Ciencias de la comunicación de la UBA (Universidad de Buenos Aires), en Santiago del Estero al 1200, Constitución, y volví a casa en tren. Hablé con mi hermana, que estudiaba ahí. “Tampoco es esta carrera, tampoco”, le repetía. Ya cenando, mi padre me preguntó: “¿No será miedo ante el nuevo desafío?”. “No, yo he sentido miedo ante exámenes y demás, ¡esto es otra cosa!” Confiá en mí, ya voy a saber hacia dónde ir”, le pedí. Pronto papá me dijo algo que me recargó de confianza: “Sofi, vos no le tenés que demostrar nada a nadie. Tómate tu tiempo. Ya va a aparecer lo que te guste de verdad”. Ahí me relajé un poco. Pronto salió un laburo en un diario online cuyo nombre no recuerdo, desde el cual debía cubrir noticias políticas de Vicente López y de San Fernando. Mi padre me atajó: “Pará , ¿vas a hacer un trabajo de algo que no estudiaste?, ¿si te frustrás de nuevo?”. “Tengo fe, dejame intentarlo”, le contesté. Lo hice, me encantó, gané en seguridad y ahí sí me anoté en Periodismo.
-¡Bien! Encontró finalmente qué estudiar.
-Pero…

-¿Perdón?
-Me salió un laburo en A todo o nada, el programa que hacía Guido Kaczka. Es que había mandado un millón de mails y a partir de ellos un chabón me respondió: “Ahora no hay lugar, igual me quedo con tu CV”. Durante un verano varios productores se fueron de vacaciones, me escribió, le respondí “recontra sí” y empecé a ir a Canal 13…, cerca de donde había probado Ciencias políticas. Me gustó un montón. Sin embargo, como se trataba del horario tarde-noche me impedía estudiar Periodismo. Quedaba la mañana. Pregunté, ¿por qué no hay Periodismo temprano? “A la mañana hay Periodismo deportivo”. Subí al auto, puse música y me fui para casa luego del día laboral haciendo conjeturas. “Yo quería periodismo general -me planteaba-, y sólo me da el tiempo para cursar Periodismo deportivo… ¡¿Y por qué no?!” Había pensado en ser preparadora física o profesora de Educación física, jamás periodista deportiva, pero se me conectaron definitivamente los cables, me cayó la ficha, me sacaron la venda de los ojos, y convencida, me fui a anotar.
-Excelente. ¿Y todo bárbaro?
-No había cupos y desesperé.
-¿A qué punto?
-Un punto intenso. Empecé a quemarles la cabeza a los periodistas deportivos que me cruzaba en el canal para que me dieran una mano. Aunque no los conociera, los encaraba igual. En esa mezcla de insistencia-entusiasmo empecé a sentir que había algo que me movilizaba como nunca. Entre que había taladrado a media DeporTEA, el pedido ayuda por todos lados y que de repente algún inscripto no apareció, quedé. Me recibí en cuatro años en lugar de tres. Me costaba ir a las clases debido a que laburaba mucho: en A todo o nada, el Especial perros, Los 8 escalones. Sin embargo, con horarios tan demandantes y metiéndole pilas, crecí un montón en la producción.
-¿Su primer aprendizaje en terreno periodístico fue con Kaczka, entonces?
-Sí. Guido es una escuela. Me mandaba a hablar con una fila de personas para que él, al grabar, contara historias interesantes que le permitieran hacer más ricos sus programas. ¡Súper periodístico! Era incomparable lo que aprendía trabajando tantas horas en un canal de televisión. Cuando me recibí y tuve un título terciario en mis manos, fue como confirmar por dónde vendría mi futuro. Porque mi hermana estudió Comunicación, y era algo más amplio y difícil para mí. Claro, necesitás disciplina, leer Marx una y otra vez. El periodismo deportivo que estudié yo resultaba menos teórico y más práctico, y como a mí, para serte sincera, me gusta mucho más trabajar que estudiar, me funcionaba más. Admiro mucho a la gente que estudia, aunque no es para mí. Nadie podría recomendar no estudiar, pero no todas las personalidades son iguales. En mi caso estudié Periodismo deportivo, se me fueron las dudas y acá estamos.
-¿Qué hubiese pasado si no aparecía el periodismo deportivo en su horizonte?
-¿La verdad?
-La verdad.
-No sé. Lo que sé es que mi papá tenía razón: “Ya va a aparecer lo que te guste de verdad” (sonríe achinando sus ojos celestes).
Fotos: Chris Beliera
Videos: Martina Cretella
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