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Stewart Copeland, un showman loco y alucinado que revivió la magia de The Police

Todo lo que él hace es mágico. Esa fue la sensación luego de ver a Stewart Copeland en la pantalla de un primitivo televisor a color, el día que en ATC pasaron el especial de The PoliceSynchronicity a mediados de los años ’80.

Mucha de esa maravilla se pudo ver el día de ayer en un colmado Gran Rex en el que el baterista de la banda inglesa hizo lo suyo con simpleza grandilocuente: ofrecer su magia.

Stewart Copeland con su banda, la orquesta dirigida por Nico Sorín y los tres Eruca Sativa. Foto: Martín Bonetto Stewart Copeland con su banda, la orquesta dirigida por Nico Sorín y los tres Eruca Sativa. Foto: Martín Bonetto

Aquel histrionismo que obligaba a los cameramans del mencionado home-video y que lo llevaba raudamente desde su batería a un set de percusión marciano al que castigaba con palo pesado -pero habilidoso por demás- y sensibilidad global competía directamente con el talento de sus compañeros de banda… y con la guapeza insostenible de Sting.

Un saltimbanqui loco

Es maravilloso ver cómo más de cuatro décadas después, ese saltimbanqui loco y alucinado convierte toda su rebeldía en disociar, amasar y volver a esculpir buena parte del repertorio clásico del trío. Objetivo: dejar a esa colección de canciones completamente trastornada.

Porque para (re)tratar así a estos temas (ok, le ponemos nombre: Walking On The Moon, Message In A Bottle,“King Of Pain, The Bed’s Too Big Without You, etc ¿se entiende la idea?) hay que tener muchas agallas; hablamos de llevarlos al punto de hacerlos irreconocibles a fuerza de arreglos de gran profundidad y luego exponer lo más puro de su intención compositiva.

Stewart Copeland a los 73 años, con su concierto Stewart Copeland a los 73 años, con su concierto «Police Deranged For Orchestra» el teatro Gran Rex. Foto: Martín Bonetto

Ese pequeño y crucial break de acordes y/o intenciones de arreglos pueden generar un quiebre sentimental cuatridimensional en alguien que se crió dentro de esas melodías.

O sea, el fenómeno puro y vital de la experiencia primal revisitado con una complejidad instrumental asombrosa que como mayor virtud tiene el hecho de disparar directo a esos corazones abiertos que llenaron el teatro de Avenida Corrientes; un ejemplo fascinante de maximalización jugando para el equipo de los sentimientos.

Por fuera del repertorio de The Police, sonó la pieza incidental The equalizer busy equalizing, en la que Stewart Copeland tomó la batuta -en realidad un palo de la bateria- y Gabriel Pedernera se unió a la batería. La comunión entre Eruca Sativa y y el estadounidense fue tal, que sobre el final del show que cedió su protagonismo a la banda que acompañó con su guitarra en una soberbia versión orquestada de Magoo.

La emocionalidad flotaba en la sala mientras cada dos por tres Copeland, convertido en una especie de desatado showman capusottiano, agradece al “cielo que se abrió sobre todos nosotros».

Es posible que para él el hecho de decidir salir a girar canciones de The Police haya sido un paso difícil de dar, ya sea por coyuntura con el resto de los miembros de la banda que lo hizo conocido o por su inquebrantable espíritu creativo y volador, pero es igualmente llamativo como abrazó este proyecto, que si bien parte del encumbramiento de un solista, termina siendo un triunfo a todas luces del esfuerzo de muchas partes, la alineación de ciertos planetas artísticos y el encanto de una canciones que marcaron a millones.

Stewart Copeland junto a Lula Bertoldi, Brenda Martín y Gabriel Pesdernera. Foto: Martín Bonetto Stewart Copeland junto a Lula Bertoldi, Brenda Martín y Gabriel Pesdernera. Foto: Martín Bonetto

Porque este fan del polo -en varios ocasiones bromeó sobre la popularidad de nuestro deporte nacional contra la del fútbol- no estuvo (para nada) solo en este embarque celebratorio. Junto a Nico Sorín dirigiendo de maravillas y aportando peso escénico por si aún hiciera falta y Eruca Sativa en todo su esplendor, acompañando y brillando según la necesidad más una orquesta con actitud y un coro que se llevó aplausos para regalar, Copeland se movió a sus anchas sin dar nota de sus 73 años, corriendo por el escenario, respondiendo al milímetro los comentarios del público, delirando a Sting en toda ocasión posible y sobre todo tocando parches y platos de una manera que sólo él lo puede hacer, con verdadera magia.

Redacción

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