«… Yo no sé. A mí no me gusta decir esas cosas, me da vergüenza”, sorprende, mostrándote hasta incómoda frente a la pregunta. Y lo hace acomodando su cabello rubio, suelto y peinado con ondas que reina desde arriba hacia su impactante conjunto rojo anaranjado de dos piezas y caída fluida que acompaña con un abrigo de plumas al tono, bolso y zapatos negros de cuero acolchado y grandes gafas de sol al estilo “cat-eye”. ¿Que cuál era la pregunta que casi ruborizó a la diva de las divas en su entrevista con Revista GENTE para hablar del ciclo LOL: Last One Laughing Argentina, cuya segunda temporada por estos días encabeza por Prime Video? La siguiente (con introducción incluida):

-Mirtha Legrand suele repetir que es una leyenda, y no hay por qué contradecirla: a las pruebas (su historia en los medios) se remite. Ahora, ¿qué sería usted en el firmamento de leyendas, estrellas y divas, Susana, porque su carrera no va en saga? ¿Cómo se definiría?
-Yo no sé. A mí no me gusta decir esas cosas, me da vergüenza (reiteramos su respuesta de un instante atrás). La Chiqui lo dice porque lo siente y es verdad: “Señores, yo soy una leyenda”. Y tiene razón. De otro diría, “¡ay, una ególatra!”, pero de ella no, porque a Mirtha no le puede quedar mal algo que es real. Nadie que no fuera una leyenda estaría tan glamorosa a los 98 años. Yo voy a tomar el té con ella los domingos, y para recibirme se cambia, ¡se cambia! Si yo ahora me tuviera que sacar esto que tengo puesto y cambiarme, no hago nada, te recibo en zapatillas.


-Recordamos, incluso en alguna producción de GENTE, ver cómo la Legrand se perfumaba para las fotos…
-Síííí, claro. Ella trascendió la época en la que era una gloria del cine nacional e internacional. Recuerdo que no le gustaba que le dijeran “Chiquita” o “Mirta”. Pedía: «Señora». Yo, que siempre estuve cerca, pensaba «qué vergüenza, ¿qué hago?». Pero ella lo sentía así. Somos amigas, pese a la diferencia de edad y de época. Ella siempre me tuvo cariño y yo siempre la adoré. Me invitaba a jugar las cartas. «No puede ser que Mirta Legrand me dé bola». pensaba. Tan amorosa… Iba con ella y Daniel (Tinayre) a la playa, en Mar del Plata. Lejísimo, porque los periodistas la seguían para sacarle fotos.
-Y a usted.
-También, pero yo en ese momento no tenía ningún defecto: era muy chica y linda, jé. Nos íbamos como a 100 kilómetros. Daniel se ponía a leer el diario y no nos hablaba más. Nosotros no bronceábamos y charlábamos. Mirtha sin dejar de lado su coquetería: toalla turquesa, peine turquesa, carterita turquesa. Le preguntaba: “¿Cómo puede ser que tengas todo del mismo color. Dios mío, ¡ me ponés loca!”. Claro, yo iba con una cosa amarilla, o otra roja, no me importaba nada. Ella era así. ¡Y sigue así! Eso me impresiona. No cambia, no se cansa. Bueno, a veces sí…


-¿Sí?
-El otro día la siguieron cuando salía de un evento acompañada por dos dos asistentes, para preguntarle qué opinaba de lo que había dicho alguien sobre no sé quien. Aunque la cosa había arrancado con risas, tanto le insistieron que terminó metiéndose al auto y enojándose: “Estoy cansada, estoy cansada.» En verdad se agotó. Y sí, la Chiqui hace un enorme sacrificio para asistir a los lugares, acompañar los estrenos y las galas de beneficiencia. Aparte, desde que se lo rompió, le duele muchísimo el tobillo. Entonces, hacer todo eso le cuesta.
-Mirtha suele asegurar que hizo todo lo que soñó hacer. ¿A usted le queda alguna gran asignatura pendiente, Susana?
-Lo único que no hice hasta ahora fue una película de miedo, un thriller. Eso por ahí me gustaría. Pero que sea algo importante, como me pasó con La Mary (el filme de 1974 que protagonizó con el boxeador Carlos Monzón). Me acuerdo que leí el guion primero que nadie, en una noche, aquel librito chiquito y enloquecí. Repetía: “¡Pero esta soy yo, soy yo, la tengo que hacer!”, y ahí empezó todo. Así que… -dejó el tendal, con ese tono tan hipnótico que invita a una primicia sin consumarla y quizá Su heredó de, claro, la propia Chqiui.

Fotos: Cortesía de Amazon Prime
Portada y arte de imágenes: Darío Alvarellos
Agradecemos a Julieta Balabanian

