Amigo lector, si disfrutas –es un decir– de una cierta vejez, si has cruzado la frontera de los setentas o los ochentas y eres hijo natural o adoptivo de la Gran Encisera , probablemente de crío habías oído decirles a tus padres: “Si no te portas como Dios manda, te mandaremos al Asilo Durán”.
El Asilo Durán, creado a finales del XIX por el empresario y mecenas Toribio Durán, es, claro está, lo que llamamos o llamábamos un reformatorio. A partir de 1890 pasa a depender de la Beneficencia Municipal, con una reserva de 200 plazas, y del Tribunal de Menores. Cuando con mis padres regresamos de Francia en 1942 nos fuimos a vivir a la Bonanova, a cuatro pasos del asilo, situado en el paseo del mismo nombre, al final de la calle Vilana, donde hoy se halla la clínica Teknon.
Sobre la “negra nit” nada supera el Asilo Durán que sale en la obra de Michel del Castillo
De la parroquia del Asilo Durán de aquella época lejana recuerdo un par de criaturas, amigos, ya muertos: Paco, 12 años, responsable de haber robado parte de la cubertería de plata de su abuela materna, y Maurici, 10 años, acusado de pincharle el culete al querido de su mamá con una navaja.
La gestión del Asilo Durán cayó en manos de la congregación de Sant Pere ad Vincula (en catalán Sant Pere entre cadenes) fundada en Marsella el 1 de agosto de 1839 por el padre Carlos José-María Fissiaux (que quiso ser para los jóvenes marginados y maladaptados un “Ángel Liberador”) . Pues no. En el Asilo Durán se iba más a misa que se aprendía a leer y escribir, y si alguien se liberaba eran los hermanos. ¿De qué? De su brutalidad: los hermanos azotaban a sus víctimas con un cinturón hasta dejarles los cojones y las orejas como tomates, o bien se los follaban por una doble ración de pan o, en el caso de los favoritos, ahorrándose las clases y compartiendo la cama y los caprichos de los jefes del asilo-cuartel.

Michel del Castillo en Barcelona en el año 2000
TONI ALBIR / EFE
Eran los años de “la negra nit”, los 15 primeros años del franquismo. Sobre esa “negra nit” no existe literatura que supere el Asilo Durán que aparece en las páginas de Tanguy de Michel del Castillo. Michel del Castillo (Madrid, 1933) era hijo de padre francés y madre castellana, de muy buena familia. En el 36, la madre era una periodista de izquierdas, “pasionaria”, y el marido se deshace de ella y del crío. Luego será la madre quien se deshará de su hijo a cambio de la libertad, y el niño Tanguy caerá en un campo de concentración alemán antes de pillarlo en el Asilo Durán… Total, que en 1957, Michel del Castillo publica, en francés, Tanguy (Julliard), donde lo cuenta todo y es traducido a 24 lenguas, todo un fenómeno en aquellos años. Aquí, claro está, silencio. El libro no se traducirá, al catalán, hasta 1994, en Andorra la Vella (Simit Editorial), con un prólogo de Manuel Vázquez Montalbán, quien escribe: “Si em preguntaven per obres literàries que donen testimoni suficient de la postguerra espanyola, elegiria gairebé automàticament tota la narrativa de Joan Marsé” y, añade, “una novel·la que passa per ser de la d’un escriptor francès, i al que jo considerava mestís, em refereixo a Tanguy , la novel·la del nen Tanguy”.
Comparto la opinión de Manolo: Marsé, Tanguy y añadiría al mismo Manolo. Junto a André Pieyre de Mandiargues, el autor de La Marge (Gallimard, 1967), la mejor obra, en mi opinión, sobre la Barcelona de “la negra nit”, “quand le stupide Goded voulut à Barcelone tenter le coup qui réussissait à Séville pour le sinistre Queipo de Llano”, escribe André Pieyre, inventor del furhoncle , mezcla de Führer y de forúnculo, es decir, Franco.
A mi hermanito, Lluís Permanyer, los barceloneses le debemos la placita que ocupa Pieyre en el barrio del Raval, pero, ¿cómo se explica uno que al lado de esta placita haya otra para “el gran poeta” (sic) Jean Genet ( Journal du Voleur , Gallimard) que se limitó a vestirse de maricona en La Criolla y a robar las limosnas de la Mercè y del Pi “que los catalanes no osaban hacerlo”?
André Pieyre solía almorzar en Casa Leopoldo (Sant Rafael, 24) junto a la putilla Juanita, de Medinaceli. Para André, Casa Leopoldo era “Los Leopoldos”, y allí mandó un original de La Marge cuando apareció, con unas palabras cariñosas que han desaparecido del restaurante, junto a su foto y el homenaje que se le hizo a su hija Sibylle en la que se veía a Mendoza, a Félix de Azúa, a Marsé y a un servidor, presididos por Luisito Permanyer. De Casa Leopoldo no queda ni la foto del viejo Leopoldo y su hijo El Exquisito , que se hallaba a la entrada del local.
Pero me dicen, que siguen las tertulias, que se recuerda a Manolo, se le mima. Me alegro. Y ojalá se hable también de Tanguy y de Marsé, y del gran André Pieyre de Mandiargues, el de “Los Leopoldos”. Se lo merecen, nos lo merecemos.
Por qué he sacado hoy el tema de Tanguy se preguntará el lector. Muy sencillo: porque Michel del Castillo se nos murió el pasado 17 de diciembre, a los 91 años, y ningún medio de comunicación, es un decir, literario de este país nos dio la noticia de ello. Descanse en paz.