Después de muchos años de líos, se va aclarando el panorama sobre los taxis y las aplicaciones de vehículos de transporte con conductor (VTC). Parecía que ya no tendríamos que sufrir nunca más la Gran Via bloqueada por centenares de taxistas, pero acaban de anunciar una marcha lenta hacia el aeropuerto para defender lo que consideran sus derechos, coincidan o no con los del resto de la gente.
El Govern de la Generalitat tiene una propuesta para regular y limitar quién puede transportar personas. Se demuestra así que se puede restringir una actividad cuando conviene, ya sea por interés general, según nos dicen ahora, pero también por presión de un gremio o, incluso, por históricas deudas políticas hacia el sector por parte de partidos de gobierno. En contraposición, vienen a la mente las normativas europeas en defensa del libre mercado que usan las administraciones como excusa para permitir, por ejemplo, que un grupo textil se quede con toda una calle comercial de primer nivel.
Difícilmente veremos la prohibición de que vayan vacíos dando vueltas a la búsqueda de clientes
Pongamos que las aplicaciones de VTC no son de interés general. Son grandes empresas que igual fichan a antiguos altos cargos públicos como subcontratan a los conductores, y que aplican a los precios de cada momento la ley de la oferta y, sobre todo, de la demanda. A cambio, cuando pides un trayecto ya sabes cuánto te va a costar. Queda claro que es un negocio privado y en ciudades donde se les dio total libertad de actuación, han acabado con el sector del taxi y con algo que parecemos haber olvidado: el taxi como servicio público.

Un taxi en la zona de playa de Barcelona
LV
Hay compañías de taxi que cumplen ejemplarmente con este propósito, como las especializadas en el transporte de personas con movilidad reducida. Aunque, como en todo colectivo, los hay que ensucian el buen hacer de los profesionales; no es extraño salir de urgencias del hospital del Mar a las tres de la mañana y ver cómo los taxis pasan por delante, sin pasaje pero con la luz verde apagada, en dirección a las zonas de ocio donde le sacarán más partido a la carrera.
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Para que sirva a la ciudadanía, la futura ley del taxi vigilará que haya un canal de reclamaciones que funcione, que un cochecito de bebé o un perro lazarillo sean siempre admitidos a bordo o que el taxista no esquive a un solitario si más allá ve unas maletas con destino al aeropuerto. También será interesante ver cómo se les hace cumplir a los chóferes la exigencia del conocimiento de las calles principales de Barcelona y del nivel B2 de catalán, de manera que los conductores que se van quedando casi todas las licencias ya no tengan que darte el GPS incapaces de escribir “Plaça Francesc Macià… amigo”. Lo que difícilmente veremos, a pesar de todo lo que nos repiten sobre la contaminación de los vehículos, será la prohibición de que los taxis vacíos vayan dando vueltas a la búsqueda de clientes. Los mismos usuarios la rechazaríamos, no sea que tuviéramos que caminar doscientos metros para llegar a una parada de taxi.