A partir de la novela española «Fortunata y Jacinta» (1887) de Benito Pérez Galdós, surge el llamado «síndrome de Fortunata«, un patrón de comportamiento —que puede darse tanto en hombres como en mujeres— caracterizado por el desarrollo de vínculos de dependencia emocional hacia personas casadas, comprometidas o en una relación estable.
«Fortunata no solo ama a un hombre casado, sino que sostiene una esperanza y una ilusión romántica paralela a su invisibilidad», explica la psicóloga Victoria Almiroty. El foco no está en el triángulo amoroso, aclara, sino en la lógica psíquica que sostiene ese lugar: amar desde la carencia, desde el límite. Según la especialista, una de las razones de la fascinación por permanecer en el papel de amante tiene que ver con vivir al margen:
«El amante es puro deseo, sin logística, sin rutina. Pero es una imagen: lo que se idealiza no es la persona, sino el espacio que representa».En la novela, Fortunata está enamorada de Juan Santa Cruz, un hombre casado. Ambos ceden al deseo y mantienen una relación secreta, a espaldas de Jacinta, la esposa.
«Su marido es mío y tengo que quitárselo. Pintora o santa. Le diré si es un ángel o qué es. Su marido es mío; usted me lo robó, como se roba un pañuelo. Dios es mi testigo, y si no, pregúntele a Él. Déjelo ir ahora mismo o verá, verá quién soy», dice el personaje.
Más que amor: la búsqueda de validación

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Para los psicólogos, en estas relaciones hay una tendencia a buscar validación, reconocimiento o un sentido de exclusividad simbólica. Almiroty hace una distinción clave, recordando lo que Gabor Maté señala: «No repetimos lo que fue placentero, sino lo que nos resulta familiar». Y a veces, esa familiaridad está en segundo plano.
Vínculos familiares disfuncionales
Sigmund Freud decía: «Repetir en lugar de recordar», una frase que, según Almiroty, describe cómo muchas personas manejan inconscientemente experiencias traumáticas o dolorosas.
«Muchas elecciones adultas son adaptaciones de escenas infantiles donde el amor era intermitente, condicional o inaccesible. Ese ‘otro’ indisponible puede representar una madre ausente o un padre distante», explica Carina Mitrani, psicóloga y añade: «La persona repite el patrón de su infancia, donde no se sentía amada ni por su madre ni por su padre». Otra posibilidad es haber tenido un progenitor que bloqueaba el acceso al otro, convirtiéndose en una figura omnipotente y privando al niño de un vínculo amoroso equilibrado.
Autoimagen deteriorada
El amante busca validar si sigue siendo objeto de deseo, como un ensayo constante. «Hay cierta indignidad en no creer merecer algo mejor, o en aceptar que la otra persona lo mantenga en las sombras», reflexiona Mitrani.
Ilusión de control
Existe una falsa sensación de poder sobre el vínculo. El amante cree que dirige la relación y que es verdaderamente amado, mientras la pareja oficial vive en la ingenuidad.
Mitrani señala que es una fantasía: la esperanza de que, algún día, la persona elegida dejará a su pareja para formalizar la relación.
Competencia
Almiroty explica que quienes padecen este síndrome buscan conquistar un amor materno/paterno inalcanzable, o que antes competían con hermanos. «No se trata de amar a alguien por sí mismo, sino de ganárselo frente a otro».
Victimización
Mitrani destaca que quejarse genera endorfinas, creando un placer mórbido: «Aunque parezca que sufren, en el fondo hay un goce oculto en ese rol de víctima».
Atracción por lo prohibido

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Ambos expertos coinciden: lo prohibido intensifica el deseo. «Si el otro ya está ‘tomado’, se vuelve más deseable», una idea central en la teoría psicoanalítica de Jacques Lacan.
¿Es posible romper estos patrones?
El primer paso, dicen los profesionales, es no moralizar. La terapia psicoanalítica puede ayudar a:
- Identificar la repetición del patrón.
- Nombrar el placer oculto en esa dinámica.
- Elegir un lugar diferente en las relaciones.
«Tomar conciencia de la estructura es el primer paso para liberarse de ella», concluye Almiroty. Este síndrome revela cómo heridas emocionales no resueltas pueden llevar a recrear relaciones insatisfactorias. La clave está en comprender el origen para poder cambiar el guion.
O Globo – GDA