«Siento que no vas a poder, que estás perdiendo tu tiempo y nos hacés perder el nuestro, esta carrera no es para vos. Te invito a retirarte del aula». La frase fue un mazazo y resultó una humillación inaceptable por donde se la mire. Corría el año 2015 y una profesora de Histología de la Facultad de Medicina, en Rosario, le estaba pidiendo a un alumno que dejara la clase, ante la mirada atónita e incrédula de todos los estudiantes.
Pasaron diez años de una de las situaciones más incómodas que vivió Wenceslao Moreno (29), médico concurrente de neurología, que se encuentra a menos de dos años de recibirse de neurólogo, el anhelado sueño de su vida. Wenchi, como la llaman casi todos, tiene parálisis cerebral, condición que no altera sus planes de estudios, trabajo ni vida cotidiana.
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¿Qué es la parálisis cerebral?
«Claro que me acuerdo bien de ese día… Reconozco que me quedé petrificado, perplejo, uno no se espera una reacción así de una docente, pero bien cabeza dura como soy, me la aguanté hasta el final, no me fui… Siempre me caractericé por ser una persona estoica… Después, aquella noche, llegué a casa desarmado, pero como siempre estaba la familia para contenerme y levantarme», le cuenta Wenceslao a Clarín.
Comenta que alguna vez se volvió a cruzar con esa profesora, pero no le recordó la traumática situación: «Yo no siento rencor, sólo espero que no vuelva a repetir lo que hizo.» Después dirá que no hay peor cosa que le pongan palos en la rueda, subrayando su tenacidad. «Yo soy medio caballito, siempre para adelante, más cuando me querés frenar», añade.
Wenchi explica su dificultad y apunta a que no hay dos pacientes con parálisis cerebral que tengan la misma sintomatología. «Los hay con un amplio desarrollo cognitivo, están aquellos con secuelas como retraso mental, hay pacientes con problemas de coordinación y postura, hay en sillas de ruedas y así… El abanico es amplísimo. En mi caso tengo movimientos anormales con mis brazos, no estoy para el trazo fino», desasna el nacido en Mar del Plato, pero rosarino por adopción.

Hace énfasis en que le cuesta escribir. «Mucho, mucho, de hecho casi no lo hago, salvo para prescribir alguna receta, pero no me fluye la escritura, padezco movimientos involuntarios y en cuestiones puntuales, se agudiza. Pensá que yo nunca escribí ningún apunte en la facultad, siempre subrayé los libros y estudié desde los libros, pero nunca desde un resumen hecho por mí», dice.
Wenceslao siente «un médico normal», que tiene una discapacidad que no le dificulta el trabajo con los pacientes. «No hay ninguna limitación que me obligue a hacer mi trabajo de otra manera. La verdad es que me siento cómodo y tampoco percibo que las personas que yo atiendo estén incómodas. Hasta ahora no tuve rechazo por mi patología. Ningún paciente me prejuzgó». cuenta.

Sobrio, austero, tampoco es de ventilar su vida. «Yo no cuento lo que me pasa, no digo que tengo parálisis cerebral, pero si me preguntan no tengo ningún inconveniente en abrirme«, expresa el joven, que dice que toma una medicación «para bajar ese tono muscular, que es más elevado que el del resto» y le «genera desgaste, fatiga y dolores».
Siempre con la medicina
Con sonrisa medida, dice que «hay muy pocos médicos» que ejerzan con parálisis cerebral y sin explicitarlo, en el fondo, siente un gran orgullo del camino realizado, de lo que está por venir y de ser, en cierta forma, una excepción a la regla.
«Desde siempre brotó en mí la medicina, quizás porque desde chico mi vida arrancó rodeado de médicos y con el tiempo se fue generando esa necesidad de dar una mano… No había plan B, tampoco influencias familiares cercanas. Y dentro de la medicina y una vez recibido, tampoco dudé a la hora de seguir estudiando para ser neurólogo», señala.

Metódico, puntilloso, estima que se graduará en 2027 de no mediar imponderables. «Es mi principal objetivo y me siento cada vez más cerca, tal vez porque estoy académicamente comprometido. Me gusta la facultad, es el ámbito en el que siento que me potencio y soy fanático del estudio, de los libros y del vínculo con los pacientes, del cara a cara con ellos. Siempre tuve claro que me estaba metiendo en una carrera muy larga y exigente, pero estoy bien enfocado, nunca me autolimité por mi discapacidad. Imaginarme leer ‘Wenceslao Moreno, neurólogo’, es muy fuerte», resalta Wenchi.
Este joven médico, que trabaja en el área de neurorehabilitación en el Hospital Eva Perón de Rosario, está casado desde hace un año con Pilar Sullivan, quien es maestra de primaria y licenciada en Ciencias de la Educación.
Con el tiempo, Wenceslao fue edificando una personalidad rocosa, quizás a partir de momentos complejos que lo zamarrearon. «A los 8 años me hicieron la rotación de ambas caderas, a los 14 me operé de las rodillas y si Dios quiere, hay una operación dentro de poco, que elegí yo encarar, que me haré en Fleni y que la meta será mejorar la funcionalidad», recuerda.

Tiene casi cien mil seguidores en sus redes sociales, donde debajo de su nombre hay un título, ¿o una etiqueta?: «Médico con parálisis cerebral».
Ante la consulta de por qué decidió anunciarlo, responde rápido: «Para romper esquemas, para sacar etiquetas, para intentar llegar a la mayor cantidad de gente posible. Es bueno desde mi lugar decir que yo no soy un discapacitado, que yo no tengo capacidades diferentes ni especiales. Tengo una discapacidad, okey, tengo algunas limitaciones, pero eso no significa que no pueda hacer las cosas, sino que en el intento de llevarlas a cabo surgen obstáculos. Ahí aparecen la paciencia y la perseverancia para explotar al máximo mi potencial.»
A veces lo convocan para alguna charla en empresas, donde repasa su historia de superación. También es invitado, anualmente, por la Facultad de Fonoaudiología de Rosario y reconoce que en las redes le llegan cientos de mensajes por día, de los cuales muchos de ellos tienen que ver con consultas sobre temas médicos o de salud.
«No me puedo hacer el boludo, me armo de tiempo y respondo de la mejor manera posible, porque uno tiene que empatizar y transmitir esperanzas al otro. Yo no me pongo de ejemplo, pero siempre señalo que la fuerza de voluntad es un motor clave tan importante como un tratamiento médico», comenta.

Vive en un departamento en el centro de Rosario que alquila con su flamante esposa Pilar. «Nos presentaron por redes en la época de la pandemia y hoy ya tenemos el anillo, increíble. Soy el primero del grupo que dio el paso y se casó, y como su nombre lo indica ella es mi pilar», relata.
Wenceslao admite que con ella, al principio, tuvo cierto prurito. «Antes de avanzar en la relación le aclaré algunas cosas que tenían que ver conmigo. Hay otras cuestiones que me las fue descubriendo a medida que crecíamos como pareja», sonríe con timidez.
El deporte es un cable a tierra, toda su vida entrenamiento físico, nadó y llegó a ser cinturón negro de taekwondo: «No fue sencillo, tuve que afrontar dificultades porque siempre me costaron los movimientos coordinados, pero le metí para adelante, como digo siempre.» Ahora por falta de tiempo debido a las guardias maratónicas que debe cumplir, optó por salir a escalar cuando puede, actividad que le despeja la cabeza.
Confiesa, con sutileza, que lo inquieta cómo será la nota, qué tipo de mensaje dará. «Por favor, no tengo nada que ver con la victimización, con aferrarme a la dificultad o buscar excusas», remarca.
Y, en ese sentido, agrega: «Todo lo contrario, gracias a mis padres primero, que lo dieron todo, y a un trabajo fuerte que hago en el área de psicología, quisiera que quien leyera el artículo lo primero que dijera fuera ‘se puede’, ‘él pudo’. Quiero transmitir eso, que se pueden romper las etiquetas, los moldes y que la fuerza de voluntad es esencial, eso simplemente.»
AA