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Enrique Sasson | Montevideo
@|Con la caída de la empresa de inversión ganadera, aparecieron una cantidad de “expertos” y “referentes” con sesudos análisis y explicaciones de este fracaso y eventual estafa.
El que rápidamente se instaló fue el llamado esquema Ponzi. Todo lo que tiene apellido brilla, pero lo que más aporta es la irresistible tentación del inmediatismo. Con pocos datos googleados y un nombre propio ya salimos a la palestra bipolar que nos rodea. Si le decimos cariñosamente gallegos a los vascos y catalanes, no le vamos a decir Ponzi a esto, ¡vamos…! Y si encima el contador de la debacle dice que no lo es, pero terminó siéndolo, cierra todo.
Es curioso ver que quienes alzando voces escandalizadas no aportan mucho ni con la explicación de lo que pasó y mucho menos con su reproche de falta de suspicacia de los incautos por no advertir el peligro. Para colmo se desata una “batalla de abogados” que se suman al coro de indignados y ofrecen como solución “entrar” con una cifra en el orden de mil dólares más IVA en grupos de quinientos (saquen cuentas), más los “gastos”, más un porcentaje del recupero, que estiman en un cero mejorado y en muchos años.
Hay que reconocer honestidad en este caso, en que, si bien se paga por nada, se sabe de antemano. No es un Ponzi, no. Alguien le pondrá nombre.
Es interesante preguntarse si todos los damnificados pertenecen sólo a una de dos categorías, chantas o incautos.
De los primeros, hay seguro. De los segundos puede ser, aunque divididos en subcategorías. Una de las más destacadas es la de incautos obligados, que somos todos a los que habitualmente se le llama “gente común”, independientemente si entró en este negocio o no. Veamos. Quienes transitamos algunas instancias, recordamos que el incauto obligado pone su dinero en el banco porque abajo del colchón no es seguro. No hay que mirar muy lejos para recordar derrumbes bancarios con pérdidas totales. Quede para quien quiera, hacer el ejercicio con otros negocios y encontrar alguno que no tenga un antecedente negativo.
Después de ello, para los que dicen que no hay que ser experto para tener sospechas, tienen razón, tenemos sospechas cuando nos ofrecen:
– Descuento de 25% por pago con tarjeta de crédito contra efectivo o débito; los que recordamos épocas de créditos con intereses leoninos para comprar una plancha o una camisa, sospechamos.
– Créditos que regalan cuotas (¡!), otros que ofrecen créditos aún con antecedentes de mal pagador, sospechamos.
– Créditos disponibles aprobados sin haberlos pedido que uno se encuentra en el cajero automático y no sabe qué botón apretar para no activarlo. Sospechamos.
– Autos de mediana y alta gama a pura cuota sin interés. Sospechamos.
– Tarjetas que se otorgan o renuevan previa firma de un vale con la cifra en blanco. Sospechamos.
Por último, cabe sospechar si los incautos o los chantas son siempre los mismos y si los que confiaron por ej. en su mutualista quebrada no sospechaban cuando le ofrecían cama particular, órdenes gratis, etc., si otras no lo hacían. Son contratos entre particulares. Otro tanto si son, o lo es un ser querido, jubilados de la Caja Profesional que tiene reservas hasta junio. Son particulares también que durante muchos años aportaron confiando que tendrían jubilación segura.
Sin embargo, lo importante será no llamarlo Ponzi y dormiremos tranquilos.
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