A lo largo y ancho de Chubut se esconden realidades tan diversas como su propio paisaje. Mientras medio millón de almas se distribuyen mayormente en ciudades como Rawson, Puerto Madryn y Esquel, existe otro Chubut, el del «interior», esa que respira a otro ritmo y donde se vive de otra forma.
En esta tierra de contrastes, donde el viento crudo, el frío helado y las nevadas moldean tanto el carácter como el territorio, aún hay pibes y pibas que caminan o andan largos kilómetros a caballo para llegar a la escuela. «Educar es el único camino para formarte y poder llegar a ser alguien», les machacan a diario, aunque la realidad demuestra que sus padres y abuelos, curtidos por la intemperie y con manos callosas, también «son alguien» haciendo patria en esos remotos pedazos de suelo argentino.

El llamado del interior
A 259 kilómetros de Rawson, en pleno corazón de la provincia, se encuentra Lagunita Salada, una comuna rural de apenas 129 habitantes. Allí, lejos del asfalto y del ruido, Tomás Reyes, un joven de la capital provincial, decidió plantar bandera y sumergirse en una experiencia que le cambiaría la vida.
«Me motivaron las ganas de salir de mi zona de confort, la falta de oportunidades en escuelas para trabajar de mi profesión y el querer ayudar y dejar una marca positiva en un lugar que no es el mío», cuenta el docente con la sencillez de quien no se da cuenta de la dimensión de su propia decisión. «Además, quería conocer otras realidades, otro lugar y crecer personalmente», agrega.
Una realidad distinta
El choque cultural y social fue inmediato. «La realidad que encontré fue muy distinta a lo que se vive en el valle o ciudades aledañas». Las carencias son evidentes: «Falta red de gas. En las viviendas oficiales, sala médica y escuela hay gas pero limitado, por zeppelín; pero los demás se calefaccionan con leña», explica. Pero también descubrió «un sentido de pertenencia y solidaridad entre vecinos muy ejemplar».
En la Escuela N° 117 Maestro Rural Cesar Adolfo Rubio, Tomás se integró a un equipo docente y directivo ya constituido. Allí funciona una UEM (Unidad de Enseñanza Multinivel) donde conviven el nivel inicial, primario, secundario y la EPJA (Escuela para jóvenes y adultos) bajo un mismo techo. «No solo se enseña y aprende, sino que también se brinda desayuno y almuerzo», detalla el profe, que además señala algo que le llamó la atención: «Estudiantes y comunidad son muy respetuosos, sin tuteo hacia los docentes».

El día a día de Tomás en el corazón de la provincia
«El día a día es bastante rutinario», reconoce con franqueza. «De la casa, que comparto con tres docentes más, a la escuela y viceversa», dice y se ríe. La escuela es de jornada completa, de 8:30 a 15:30 para primaria y secundaria, mientras que para adultos comienza a las 16 y termina a las 19.
Para matar el tiempo libre, lee y juega al fútbol en el SUM de la aldea con los estudiantes y los «muchachos» del pueblo, incluido el jefe comunal. Estos momentos, lejos de ser meramente recreativos, tejen los lazos invisibles que unen a un «recién llegado» con la comunidad que lo acoge.
Desafíos y aprendizajes en el territorio
No fue fácil al principio. «Los desafíos fueron la resistencia de los estudiantes hacia alguien joven, nuevo y de ciudad», recuerda. No era cuestión de faltas de respeto, sino más bien una distancia autoimpuesta por la desconfianza natural hacia lo foráneo, hacia «alguien de afuera que viene con otra manera de trabajar».
Con el correr de los días, «se limaron asperezas» y hoy la relación con sus grupos es fluida. Actualmente, su mayor desafío es «principalmente el frío, algo que no me gusta», confiesa entre risas. Pero hay más: «También acompañar, contener a los estudiantes, escucharlos y darles un buen consejo, además de transmitir los saberes de cada espacio curricular, sin olvidar que antes de estudiantes son pibes y pibas, con carencias y necesidades distintas a las que se pueden observar por aquellos lados».
Esta experiencia lo transformó profundamente. «Estoy aprendiendo a valorar a la familia, a los amigos, mi ciudad de la que tanto me quejo pero que tanto me gusta», reflexiona. Y añade: «Comer lo que toca comer, ser agradecido por el techo, por el gas, por la cama y muchas otras cosas más».
Profesionalmente, también está creciendo de maneras inesperadas. Siendo profesor de Educación Física, ahora cumple el rol de Maestro tutor, acompañando en cuatro espacios curriculares diferentes. «Esto es algo que no pensé hacer, aunque siempre quise venir a trabajar al interior», admite con honestidad.

El valor de estar presente
Cuando se le pregunta qué cree que la comunidad valora más de su labor docente, Tomás no duda: «Valora más el hecho de que estoy acá, con sus hijos, sobrinos, nietos. No sé si pocos o muchos querrán venir para estos lados, pero es algo que a fin de ciclo, el año pasado, varias familias me agradecieron: el estar, acompañar, jugar con los niños y niñas, como también con los adolescentes».
En esa simple, pero profunda respuesta se resume quizás la esencia del trabajo de Tomás y de tantos otros docentes rurales: estar presentes, hacer patria desde las aulas, acompañar a quienes, en medio de la inmensidad patagónica, también sueñan con un futuro mejor a través de la educación.