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jueves, noviembre 13, 2025

Tres editoriales celebran la obra de Luisa Valenzuela con un homenaje en Buenos Aires

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Este viernes 14 de noviembre, a las 18, las editoriales Marea, Interzona y Factotum homenajean a la escritora Luisa Valenzuela en el Museo de la Lengua (Biblioteca Nacional) y lanzan la biblioteca que lleva su nombre. Participarán Esther Cross, Elsa Drucaroff, Agustina Caride, Guillermo Piro, Carlos Aletto, Patricio Zunini, Daniela Pasik, Sonia Santoro y Lucía de Leone, entre otros. Y habrá una entrevista pública a cargo de Verónica Abdala y Ana Da Costa.

Luisa Valenzuela en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.Luisa Valenzuela en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.

Unos días antes del homenaje, Clarín visitó a la escritora en su casa de Belgrano. Un Gauchito Gil del tamaño de una mano recibe a los visitantes, apoyado en la pared color azafrán. Las manijas de las puertas de entrada son un sol y una luna, y cuando la puerta se abre aparece la magia: máscaras de pueblos originarios de todo el mundo cuentan la historia de la humanidad y, entre árboles autóctonos, se escucha la voz de Koko, el loro que Luisa rescató del maltrato.

Cuenta Valenzuela que comenzó en la escritura a través del periodismo y que creció escuchando a Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Amelia Biaggioni y Conrado Nalé Roxlo, amigos de su madre, la escritora Luisa Mercedes Levinson. Luego ella siguió su propio camino y se hizo amiga de Cortázar y de Carlos Fuentes, sobre quienes muy posteriormente escribió un libro: Entrecruzamientos.

–¿Cómo llegaste al periodismo?

–El periodismo me atrapó. Yo quería ser aventurera, estudiar de todo cuando terminé el bachillerato: soy una omnívora del conocimiento y me di cuenta de que hacer periodismo es una manera de meterte en todos los conocimientos y en los lugares que te interesan. Me casé a los 20 años con un francés y fui a Francia como corresponsal del diario El Mundo. Era una corresponsal sui generis: cada tanto mandaba notas sobre cultura. Pude así estar cerca de los autores del Nouveau Roman y asistir al nacimiento del grupo Tel Quel. Colaboraba también con el antiguo suplemento gráfico de La Nación y, cuando regresé, el nuevo director, Ambrosio Vecino, un hombre muy cercano a las letras, me contrató de planta. Éramos tres en ese suplemento. Fue una experiencia muy enriquecedora y no solo en materia de escritura, también por los viajes al interior del país.

–¿Eso fue en los 60?

–Sí, toda esa década, hasta que en el 69 obtuve la beca Fulbright y partí al célebre Taller Internacional de Escritores en Iowa. Ya había publicado mi primera novela y un libro de cuentos; allí escribí El gato eficaz. Estuve casi un año en Iowa y alrededores y, a mi vuelta, seguí con la doble vida. Llegué a ser redactora estrella de Gente, imaginate qué locura, fue muy divertido. Y hasta el día de hoy, de vez en cuando, escribo alguna columna de opinión.

–En 2021 se publicó La mirada horizontal, donde aparecen muchos de tus artículos en diferentes medios: La Nación, Crisis, El Mundo, Vogue…

–Sí, en Crisis trabajé por un tiempo en la redacción. Estaba allí cuando desaparecieron al entrañable Haroldo Conti. Eran tiempos atroces.

–¿Fue cuando escribiste los cuentos “Aquí pasan cosas raras” y “Los censores”?

–Eso fue un poco antes. Había pasado casi un par de años fuera del país (Barcelona, París, México). Me fui en plena euforia camporista y volví en plena Triple A y el flagrante terrorismo de Estado. Decidí que la única forma que tenía de reintegrarme a mi país era completando un libro de cuentos en un mes… Iba a los cafés a escribir, fue una experiencia muy intensa. Daniel Divinsky se animó a publicarlo en el 76, anunciándolo como el primer libro de la era de López Rega.

–Son muy actuales esos cuentos, sobre todo “Aquí pasan cosas raras”, cómo describe la desocupación. ¿Qué visión tenés del mundo hoy?

–Creo que el gobierno de Milei es una especie de banco de pruebas, un ejemplo para la ultraderecha del mundo, un ucase para desatender las leyes y hacer lo que se les antoja. Es pavoroso.

–En este panorama, ¿el rol de la cultura es imprescindible?

–Totalmente. La cultura es el vivero del pensamiento, de las ideas, de la vida, del amor, de la empatía. De los cuestionamientos, no de las respuestas taxativas. La literatura es nutricia, y en su vastísima oferta tenemos la libertad de elegir lo que nos interpela. Resulta vital no dejarnos descorazonar, seguir en la brecha enfrentándonos al odio que paraliza. La siembra de odio a la que estamos asistiendo acaba por resultar contagiosa. Amar nos hace frágiles, vulnerables, poéticos. Odiar, que es mucho más fácil, nos convierte en piedra. Pero se impone no dejarnos intimidar.

Luisa Valenzuela en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.Luisa Valenzuela en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.

–Hablando de intimidaciones, ¿cómo te sentiste cuando te enteraste de que a Rodolfo Walsh le habían gustado mucho tus cuentos de Los heréticos (1967)?

–Oh, qué tiempos. Mi primer libro de cuentos, imaginate… aprendí una estupenda lección entonces. Enriqueta Muñiz, gran colaboradora del diario y asistente entonces de Walsh, cierto día me dijo que Rudy quería conocerme porque le gustaban mis cuentos. Me sorprendió sobremanera, porque eran las épocas en que yo acataba la premisa de Borges: todo tema político era anatema en literatura. Cuando lo conocí a Walsh, intenté disculparme diciendo que mi ideología no tenía cabida en mis cuentos, pero él me dijo algo que no olvidé nunca y me resultó de gran alivio: la ideología de cada cual, voluntaria o involuntariamente, siempre aflora en sus escritos.

–¿Literatura vs. política, la idea surgió de los amigos de tu madre?

–Y sí, de épocas muy anteriores, durante el primer peronismo, cuando se reunían asiduamente en casa tantos y tantas grandes de la literatura. Gente fascinante. Acudían también muchos de los brillantes republicanos españoles. Mi madre era una gran escritora y la casa de Belgrano era un muy vital salón literario. Poco tiempo atrás, en un congreso internacional sobre el Boom, dije que el preboom en Argentina había transcurrido bajo mis pies: yo andaba correteando por la terraza y los techos de las casas vecinas mientras abajo se debatían temas tales como el arte por el arte o el arte dirigido.

–Tengo entendido que últimamente estabas trabajando el tema del dinero.

–Sí, es algo que vengo arrastrando de lejos, pero cada tanto me estanco. Creo que el dinero nos está llevando al desastre. En 2017, cuando se cumplieron los 500 años de la Reforma de Lutero, el Hay Festival pidió a diversos intelectuales que reformáramos lo que quisiéramos. Osada de mí, elegí el dinero, el nefasto dios de nuestro tiempo. Como mujer con muchos años encima, le tengo fobia al dinero. En mi juventud, una dama no debía mencionar el tema, ¡y menos si ibas a un colegio inglés! Por eso mismo, me encargué de estudiarlo a fondo para conocer todas sus triquiñuelas. Di un par de conferencias muy lujosas y entretenidas para un banco suizo, imaginate, asistida por María Héguiz en canto y recitación. Pero el libro que quiero escribir temo que permanecerá en gateras. Ya no le veo escapatoria alguna. ¡Ni las criptomonedas se salvan de los chanchullos, como bien hemos descubierto en carne propia!

–¿Y qué pensás del feminismo?

–A pesar de que me quejo cuando me cuelgan la etiqueta de escritora feminista (porque abomino de las etiquetas), soy feminista nata. Y más ahora que el concepto se ha ampliado y hablamos de los feminismos, en un abrazo a las diversidades. Viví en Nueva York entre el 79 y el 89, y estuve muy cerca de las feministas de la segunda ola: mujeres extraordinarias, grandes poetas como Grace Paley y Sharon Olds. Fui amiga de Erica Jong y de Marilyn French, aguerridas luchadoras. Y después, a mi regreso, me resultó crucial la gran marea feminista que se fue generando aquí: la lucha por el aborto seguro y gratuito, todos esos imprescindibles derechos que ahora parecerían querer quitarnos. Por otra parte, casi desde que empecé a escribir me interesó indagar en el misterio del lenguaje y hasta qué punto el acercamiento de la mujer a la palabra es diverso del del hombre. Algo muy sutil, como una sensibilidad diferente. De manera totalmente indirecta creo haberlo planteado en mi novela El Mañana, que podríamos catalogar como un thriller del lenguaje. No hay duda de que usamos las mismas palabras, idéntica gramática, pero la carga eléctrica es distinta. Entonces, lo que lees tras las palabras, tras las frases, es diferente. El Mañana transcurre en un barco donde 18 escritoras deciden tener un simposio flotante para conversar sobre sus respectivos acercamientos a la escritura. Todo tranquilo y normal hasta que son invadidas por una tropa de asalto que les planta armas y drogas y las acusa de terroristas, obliterándolas del mapa literario de la nación. La novela sigue a una de las escritoras, en arresto domiciliario, interceptada por un distante hacker argentino y un enamorado israelí que insisten en descubrir qué es lo que encontraron estas escritoras en el seno del lenguaje, qué amenaza pudieron significar para los poderes de turno. Me llevó como siete años completar la novela. Cuando apareció en 2010, se trataba de una total distopía. Ahora, en su reedición de 2020, se la lee desde un lugar mucho más actual.

–Lo mismo te pasó con Cola de lagartija.

–Lamentablemente. Hasta se llegó a hablar de un neolopezrreguismo… Es extraño cómo, cuando se escribe ficción sin mapas, las antenas están aguzadas y una pesca –sin percatarse del todo– las ondas que andan flotando en el ambiente y que podríamos llamar premonitorias.

Luisa Valenzuela en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.Luisa Valenzuela en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami.

–Además de la visión de las mujeres, te interesa mucho la de los pueblos originarios. ¿Podrías contarnos?

–Es una pasión que me viene de muy lejos. Siento gran afinidad con el pensamiento de nuestros pueblos originarios, que tienen en cuenta la sacralidad de todo lo que nos rodea, el sentido de un universo unificado, de la fraternidad, del bien común. Cosmovisión enriquecedora que hemos olvidado por completo, pero por suerte poco a poco está siendo recuperada. Los pueblos originarios van reafirmando sus saberes, recuperando sus lenguajes, a pesar de las fuerzas con las cuales desde arriba se intenta desactivarlos. Por otra parte, la microfísica les va dando la razón. A partir de David Bohm se estudia a fondo la noción de conciencia universal, teniendo en cuenta la función de onda. Es deslumbrante lo que se va aclarando gracias al concepto del entrelazamiento cuántico, cómo saberes ancestrales pasan a ser de vibrante actualidad. En este mundo de narcisismo a ultranza, de feroz egoísmo, donde hasta la libido va perdiendo fuerzas como motor de vida, estas exploraciones son de absoluta necesidad. En su defensa pienso en los llamados Bosques de la Poesía, que van cobrando presencia por el mundo gracias a la iniciativa de excelsos poetas locales: Leopoldo (Teuco) Castilla, María Casiraghi, Aldo Parfeniuk. Son por definición “espacios comunitarios para la regeneración y defensa de dos especies en riesgo: la naturaleza –en tanto vegetación– y la palabra –en tanto poesía–”.

–¿Qué pensás del homenaje que te van a hacer en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional?

–Estoy muy emocionada y feliz. Estar en casa una vez más y con mis pares. Se me agolpan otros homenajes bellísimos por estas costas, tanto en la querida Biblioteca en tiempos de Horacio González como en el generosísimo Malba. Y nombro, para agradecer, a la recordada Lea Fletcher, que dirigía la pionera revista Feminaria, Gwendolyn Díaz Ridgeway, Irene Chikiar Bauer y Esther Cross, geniales. Movidas inolvidables, y el esplendoroso homenaje que organizó en Viena María Teresa Lichem Medeiros, con disertantes de todas partes del mundo. Encuentros tan estimulantes, de tanta confraternidad para enjoyar esta solitaria pasión llamada literatura. Y ahora, esta conjugación de toda mi obra dispersa por diversas editoriales que se hermanarán bajo el abrazo de la biblioteca que lleva mi nombre. En resumen, estoy profundamente honrada, orgullosa, feliz y, por qué no, un poquitito asustada, porque tiene algo de culminación y, mal o bien, nunca se llega…

Redacción

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