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domingo, noviembre 2, 2025

Trump y América Latina

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Se puede estar en desacuerdo con los objetivos o los métodos de Donald Trump. Pero no se puede desconocer que es el primer presidente de Estados Unidos en mucho tiempo, que tiene a América Latina alta en sus prioridades. Tanto se puede decir de Asia, donde estuvo esta semana; se reunió con sus homólogos para resolver los temas de comercio, aranceles e inversiones con Estados Unidos. Del Medio Oriente, donde negoció la paz en Gaza, que, por frágil que sea, no es menos sorprendente ni significativa. De Europa, donde hace un esfuerzo continuo por que cese el fuego en Ucrania, y discute con sinceridad poco diplomática con Putin y Zelensky para detener las muertes y encontrar un arreglo.

Su genuina preocupación por el Caribe, el Pacífico y el Golfo de México ha llevado a poner los puntos sobre las íes a Maduro y su narcodictadura, e impacientarse con Petro y Sheinbaum por el avance del narcotráfico y su aparente falta de afán frente al creciente poder de los mafiosos.

Trump y su gente creen que, o se le planta cara y se los combate, sin poner los pretextos de que la demanda está allá y la oferta acá, o nos tragó la tierra. Si eso implica mover una tremenda flota marítima y aérea hacia las costas de Venezuela, ¿qué se le va a hacer? Es diciendo y haciendo. Así empezó su mandato en enero de este año y no ha dejado de impulsar su agenda de América First, que implica irónicamente, andar por el mundo resolviendo entuertos.

Trump y sus asesores tienen un modelo mundial que podría denominarse “gravitacional”. Es decir, los países no nacen iguales ni viven iguales. Algunos países gravitan en torno a centros de poder económico, político y militar. De hecho, así ha sido desde Nabucodonosor.

En su visión, muchos países gravitaban alrededor de Estados Unidos y se beneficiaban de la enorme productividad, ingreso y consumo del estadounidense promedio. Basaban sus economías en venderle al Tío Sam, recibir su protección, sus inversiones y tecnología y sus préstamos. Eso funcionó bien hasta que dejó de funcionar para EE. UU.

Es decir, le vendían mucho y le compraban poco; usaban trucos bien conocidos, como subvaluar sus monedas y poner barreras para-arancelarias a los productos americanos, como es el caso de China por muchos años, y lo fue en su momento en muchos otros países. Se beneficiaban de que las empresas americanas de cuanta cosa, desde zapatillas deportivas hasta microchips, produjeran con trabajo barato afuera y vendieran en Estados Unidos.

Las importaciones baratas les reportaron a los estadounidenses, en este siglo, un crecimiento considerable sin inflación, lo cual equivale casi a violar una ley de la economía. No obstante, llegó el día en que los estadounidenses miraron los problemas de sus inner cities (centros de las ciudades) y vieron desempleo y crimen y pensaron: ¿Adónde se fueron los trabajos? Al exterior, claro está. ¿Podemos y debemos hacer algo al respecto?

Allí entra una visión económica presentada por Stephen Moore y Arthur Laffer en el libro Trumponomics, así como la estrategia política abanderada por Steve Bannon durante el primer gobierno. Este último la expresó en los siguientes términos: “La política es el aguas abajo de la cultura (downstream) y el populismo es el futuro de la política”. Bannon extrajo esa conclusión de ver en los videojuegos a un universo de gente que nadie dirigía, que vivía en línea y estaba cargada de testosterona política, y la expresaba en rabia contra la plutocracia (Financial Times, 5/7 2025).

En los últimos diez años, ante esos problemas sociales y esa rabia, hubo dos respuestas. En la izquierda, Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Alexandria Ocasio-Cortez consideraron que los ricos, que ganan tanto, debían pagar la cuenta de dar bienestar a quienes no lo tienen. En la derecha están Trump, Bannon y sus asesores, que miran al resto del mundo y piensan que allí deben pagar, en buena medida, por los platos que se han roto en Estados Unidos.

Exigen, por lo tanto, que se equilibren las cargas económicas y militares. Que dejen de ordeñar la vaca lechera que por tres cuartos de siglo ha dado sustento a la estabilidad económica mundial, y dejen de usar mecanismos subrepticios para venderles y no comprarles a los Estados Unidos. Y que cada país pague lo que le toca por su protección y por la factura de la OTAN.

Ante esas dos alternativas políticas, los votantes probaron primero a Trump en 2016, luego a Biden en 2020 y, para sorpresa de la izquierda, volvieron a Trump en 2024. La izquierda, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, quedó aturdida. En 2024 Trump les ganó unas elecciones que consideraban obvias de ganar. Aún no aclaran por dónde irán, salvo el populismo de Zohran Mamdani en Nueva York.

Frente a América Latina, desde Clinton no se había puesto tanta atención, aparte, por supuesto, de México. Bush le ayudó a Colombia y a la guerra contra la narcoguerrilla. Pero para Obama, Trump I y Biden, aparte de México, realmente caímos bajo en las prioridades. Ah! Obama fue generoso con Cuba. Con la llegada de Marco Rubio al Departamento de Estado, América Latina volvió a estar en primera línea. En la administración Trump no se trata de reuniones anuales en algún punto de la geografía, de estrechar manos, de un par de frases de cajón y ya.

Hubo apoyo decidido a Argentina por la coincidencia de visión económica y por librar las batallas culturales contra los identitarios de izquierda. Los argentinos, y en particular sus clases media y trabajadora, acaban de darle un voto de confianza por dos años más a ese experimento de decir y hacer y cambiar el intrusionismo estatal tanto en la cultura como en la economía.

Bolivia y Ecuador, que atraviesan serias crisis, necesitarán apoyo. Las elecciones de Chile serán clave. Luego vienen elecciones en Colombia. La actitud frente a México también ha cambiado, si bien la diplomacia y la economía son distintas con el vecino crucial del sur. Brasil es y será una incógnita. Pero por su poder gravitacional y su tradición diplomática y económica, Brasil es un caso aparte. Lula también actúa más con inteligencia que con ideología; va por cinco millones de barriles de petróleo al día.

Frente al Mar Caribe, que es el Mare Nostrum de los estadounidenses, similar a lo que fue el mar Mediterráneo para los romanos (según George Friedman), Panamá es tanto el cruce crítico de los océanos, como la unión marítima entre las dos costas de Estados Unidos. El área de influencia natural de Norteamérica empieza en Colombia y Venezuela y se extiende hasta Canadá. Eso importa hoy e importará durante cien años o mil. Pero hoy está obstruido porque China, Rusia e Irán instalaron sitios de comando y control en Cuba, Venezuela y Nicaragua, y, si se los deja, seguirán con Colombia y, vaya usted a saber, quién más.

En el Caribe la pasividad del Tío Sam dejó de ser una opción. Ya lo saben Nicolás Maduro y Diosdado Cabello que hacen vídeos diciendo que ellos no son los del narcotráfico, sino Colombia. Que a ellos los dejen en paz. Una vez pase allá lo que sea que está entre el tintero, el regreso de la doctrina Monroe, versión Trump, se extenderá a Colombia, Nicaragua y Cuba. Veremos cuál será el nuevo equilibrio. Seguro de eso se conversó con Xi Jinping el jueves pasado y con Putin en Alaska.

Hay tres frentes de debate entre el trumpismo y lo que, hasta ahora, se consideraba verdades aceptadas. 1) La independencia del Banco Central, aunque los demócratas allí y la izquierda en muchos países usan el poder del Emisor para su agenda política. 2) El uso discrecional de aranceles, que contradice la ortodoxia económica y puede conducir a un peor equilibrio comercial. 3) Definir como objetivo militar a las lanchas rápidas con cargamentos de droga en mar abierto, mediante una sui generis declaratoria de guerra contra un negocio ilegal, lo cual enciende las alarmas del ordenamiento jurídico internacional.

Latinoamérica volvió a ser parte importante del ajedrez mundial. Más vale que lo entiendan los que mandan. La retórica de que todos somos iguales y de que un presidente con ínfulas de líder mundial puede ir a roncarle en la cueva al tío Sam, mientras deja que el crimen y el narcotráfico campeen en su propio país, ahora tiene consecuencias personales, familiares, económicas y políticas. Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero no se lo puede desconocer. No lo hacen pueblos sabios y milenarios como China, Japón, Europa y el Medio Oriente. ¿Será que algunos latinoamericanos pueden resolver el dilema de Trump con insolencia y altanería? ¿Con declaraciones rimbombantes, infladas de pecho, y que vengan por mí si son tan machos?

Redacción

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