En plena temporada de frío, más personas buscan mantenerse activas sin enfrentarse al clima helado de las mañanas o al aire seco de los gimnasios convencionales. En este contexto, el hot yoga se presenta como una alternativa ideal: una disciplina que combina ejercicio físico, meditación y altas temperaturas para ofrecer bienestar integral.
El hot yoga es una práctica que se realiza en un ambiente controlado, entre 38 y 40 °C. Esta temperatura no solo permite al cuerpo entrar en calor más rápido, sino que también tiene un efecto directo en la musculatura y la respiración. Para conocer a fondo sus beneficios y cuidados, conversamos con Claudia Martínez, profesora de yoga en Bliss Studio, y con Johanna Goldfarb, instructora de yoga de Cleveland Clinic.
El principal atractivo del hot yoga está en cómo el calor actúa sobre el cuerpo. Según Martínez, “cuando la sangre se calienta, comienza a limpiar el cuerpo. Hay una liberación de toxinas, de todo aquello que no nos sirve más”. Goldfarb precisa que el calor favorece una mayor lubricación de tendones y ligamentos, lo que facilita estiramientos profundos, promueve flexibilidad y tonificación muscular, mejora la circulación y alivia dolores musculares.
“El calor es como un boost, un acelerador que te ayuda a ser mucho más flexible”, dice Martínez. Esto puede ser particularmente motivador para personas que sienten que no tienen suficiente movilidad o fuerza para practicar yoga tradicional: “Tu cuerpo se vuelve como el de ‘elastic girl’. Llegás a ciertas posturas que en frío no lograrías, y eso te motiva”.

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Una diferencia clave está en cómo se genera el calor. En Bliss Studio se utilizan paneles de calor infrarrojo diseñados especialmente para yoga, en lugar de calefactores o vaporizadores. Esto tiene un efecto directo en la respiración. “Los paneles infrarrojos calientan el cuerpo sin afectar tu capacidad de respirar con normalidad”, explica Martínez.
Además, estos paneles se activan con el movimiento y distribuyen los rayos térmicos en un ángulo de 45 grados. Esto significa que, mientras más gente se mueve, más se activa el calor. La temperatura ideal para la práctica se mantiene entre los 38 y 40 °C. “Una humedad elevada mejora la sensación térmica y contribuye a la apertura de músculos”, añade Goldfarb.
Sin embargo, ambas advierten que el calor también puede dar una falsa sensación de seguridad. “La elasticidad puede aumentar, pero también puede llevar a estirar de más y lesionarse si no se presta atención a las señales del cuerpo”, dice la instructora de Cleveland Clinic.
Uno de los mitos más difundidos es que el hot yoga “desintoxica” a través del sudor. Martínez prefiere hablar de liberación: “Cada gota de sudor es una forma de soltar lo que ya no te aporta. Es físico, pero también emocional”. La visión médica es más puntual: “La sudoración intensa no implica una eliminación significativa de toxinas internas, función que corresponde a riñones e hígado”, afirma Goldfarb. Aun así, ambas coinciden en que la experiencia puede sentirse purificadora, sobre todo a nivel emocional.
Para Martínez, esta conexión también se trabaja desde lo simbólico: al inicio de cada clase se propone una intención, algo que quieras atraer o dejar ir. “Muchas veces nos hablamos mal, nos juzgamos. La intención puede ser algo tan simple como hablarte con más amor. Eso transforma tu práctica”, comenta.
Más allá del sudor, el hot yoga es un viaje interno que fortalece, flexibiliza y calma; una manera de encendernos por dentro justo cuando el invierno parece pedirnos quedarnos quietos. La práctica no es adecuada para mujeres embarazadas ni para personas con hipertensión severa o enfermedades cardíacas o respiratorias, como asma.
Samanta Alva Vargas, El Comercio/GDA