Last call para visitar »Babel» de Roberto Aizenberg en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires. La muestra, que concluirá este 4 de marzo, reúne un conjunto de obras icónicas pertenecientes a la serie de edificios y estructuras arquitectónicas, más conocidas como “Las Torres”. Se trata de una oportunidad de ver nueve de estos trabajos dispuestos una al lado de otro para profundizar en las sutiles diferencias.
La exhibición, curada por Rodrigo Alonso, buscó hacer foco exclusivamente en esta serie de obras que se convirtieron en sello de autor y que lo acompañaron a lo largo de toda su carrera.
Detrás de estas obras que a simple vista se presentan como sólidas, monocromáticas, espectrales, sobre fondos vacíos con tiempos detenidos se esconden huellas del surrealismo y la pintura metafísica de Giorgio de Chirico. El artista fue alumno de Antonio Berni y luego de Juan Batlle Plana, ambos emparentados con estos movimientos artísticos.
Cuenta Alonso que Aizenberg tomaba del surrealismo la técnica conocida como automatismo psíquico. “El automatismo es esto de colocar, de empezar a producir o de empezar a crear sin pensar, dejando como la cabeza de lado e ir creando imágenes que vengan directamente desde el inconsciente”, explica el curador.
La ironía en la obra de Aizenberg es que a simple vista está lejos de parecer realizada de forma autómata, dejando volar la imaginación. Su perfecta geometría y el prolijo tratamiento del color lo alejarían de los surrealistas más extremos, pero los temas que aborda y los espacios indefinidos, con destellos oníricos o de paisajes, lo acercan.
Alonso explica esta ironía: “Él decía que el automatismo era simplemente una forma de comenzar, pero que en realidad después había que elegir y en esa elección siempre terminaba dominando la forma».
La obra de Aizenberg estuvo siempre atravesada por la forma. “Tardaba muchísimo en realizar sus obras porque justamente esa vocación formal era muy fuerte en él«, comenta el curador.
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Hubo una vez una primera torre
Las torres aparecerán en la vida de Aizenberg en la década del ‘50, apenas había dejado la carrera de arquitectura y se asomaba tímidamente a la pintura, y lo acompañarán hasta su muerte en 1996. Razón por la cual abundan estas obras, pero dispersas en colecciones privadas, en el extranjero, en manos de galerías, otras en museos y espacios públicos.
No suele ser común que se pueden apreciar varias de ellas juntas, como cuelgan ahora en el MACBA. La exhibición reunió nueve de éstas y las desplegó una al lado de la otra para poder contemplarlas todas al mismo tiempo.
“Siempre les va a ir dando una vuelta de tuerca a cada torre; a veces son un poquito más realistas, a otras son súper geométricas, casi siempre son torres que están en espacios desolados, tienen una influencia fuerte de Giorgio de Chirico, de la pintura metafísica”, apunta Alonso.

El color es otro de los elementos clave en la obra de Aizenberg. Quizás la principal diferencia entre una torre y la otra es el tratamiento que el artista hace de éste. “Él decía que le salía fácil el dibujo – repone el curador – y lo que le costaba era el color. Entonces él estudió, su maestro fue Juan Batlle Planas, porque quería manejar el color y le llevaba mucho tiempo”.
Alonso revela detalles de la técnica que aplicaba al artista, escondida a los ojos del visitante. Aizenberg colocaba las telas sobre superficies sólidas, una madera por ejemplo, un recurso que refuerza la geometría propia de cada composición.
Por último, los fondos de esas torres, que parecen simples a primera vista, pero que al afinar la vista se aprecian los matices del color, también esconden un truco del artista. El maestro pintaba y lijaba las superficies, una y otra vez, para conseguir esfumados que se ven como cielos de colores imposibles.
Roberto Aizenberg. Babel. MACBA – Avenida San Juan 328, hasta el 4 de marzo, inclusive.