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domingo, octubre 12, 2025

Un campo ganadero de 103 años en la Patagonia y el nieto que revivió un tradicional negocio familiar

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Franco Gutiérrez es productor de Ingeniero Huergo y decidió darle continuidad al legado ganadero que se inició con su abuelo Arsenio Castañón, y retomar hace un año un tradicional negocio familiar que se había interrumpido: la carnicería. En la chacra Las Vacaciones, a orillas del río Negro, Franco combina historia, trabajo y una apuesta al futuro ganadero del Alto Valle.

Los orígenes del campo ganadero de 103 años en la Patagonia


En una chacra verde y amplia, abrazada por los álamos y el cauce del río Negro, Franco Gutiérrez sigue los pasos de su abuelo, Arsenio Castañón, aquel inmigrante español que en 1922 compró un pedazo de tierra en Ingeniero Huergo y levantó una historia familiar que todavía se escribe. “Mi abuelo vino de España, tenía cuatro años cuando llegó a la Argentina. Primero estuvieron en Roca, donde mi bisabuelo tenía una panadería. Después él se vino solo a Huergo, compró esta chacra y puso su carnicería”, cuenta Franco.

Arsenio era meticuloso. Un libro de tapa gruesa y hojas amarillentas, escrito a pluma, da fe de ello. Allí llevaba registro de todas las operaciones y deudas de su negocio: los nombres de los clientes, los kilos de carne, los precios acordados. “Antes arreglaban una vez al año, no había inflación y la gente era de palabra. La otra vez con mi hermano mirábamos este libro, sumábamos los kilos y dijimos: ‘¡qué cantidad de carne comía esta gente!’ Después supimos que eran chacareros y le daban de comer al personal. Eran los primeros inmigrantes y hacían mucha alfalfa, no fruticultura”, relata Franco.

La carnicería Castañón, que más tarde continuaría su hijo Miguel, llegó a abastecer de carne a todo el Alto Valle. Al comienzo, se faenaba en la propia chacra, “abajo de un sauce”, como recuerda el productor. Allí, donde hoy están los animales y la alfalfa de Franco, se levantaba el pequeño matadero del abuelo, símbolo de una época en la que la ganadería convivía con los primeros cultivos que poblaron el Valle. “Lo poco que sé de esto me lo enseñó él. Tenía una balanza en el ojo: antes se compraba a ojo, no se pesaba”, dice, con una mezcla de orgullo y nostalgia.

Franco Gutiérrez con el libro de asientos de su abuelo. Foto: Florencia Salto.
Franco Gutiérrez con el libro de asientos de su abuelo. Foto: Florencia Salto.

Cuando Arsenio murió, el legado continuó, pero el rumbo cambió. Su hijo (y tío de Franco) amplió la distribución, pero con el tiempo la carnicería cerró. “Mi tío era muy trabajador, pero no llevaba bien los números, y le fue mal. En cambio, mi abuelo tenía todo anotado, era tremendo el orden que tenía. Esa es la diferencia”, dice Franco. Décadas más tarde, esa tradición impresa en la libreta a pluma volvería a inspirarlo.

La chacra ganadera centenaria del Alto Valle del río Negro


El establecimiento Las Vacaciones es una de esas chacras que parecen haber detenido el tiempo. Tiene más de cien años y es algo así como una maqueta de la historia productiva del Alto Valle: primero pastura y ganadería, luego los frutales y ahora, otra vez, el pasto y los animales. “Mi abuelo se dedicaba exclusivamente a la hacienda. Después mi papá, que era de Ayacucho, se empezó a dedicar a la fruticultura. En ese momento, con seis hectáreas de fruta vivías muy bien”, cuenta el productor de Huergo.

Su padre, llamado también Franco, llegó a tener cuarenta hectáreas de perales y manzanos, pero con los años la ecuación económica cambió. “De esas cuarenta, quedan dos y ya las arranco el año que viene. Las voy a destinar a pastura o maíz”, dice sin dudar. En la chacra, que abarca 46 hectáreas bajo riego, el verde de la alfalfa de excelente calidad domina el paisaje. “En cinco hectáreas saco unos 40 a 45 rollos. Nunca calculé los rindes porque es todo para mí. Mientras me sirva, está bien. Es una alfalfa espectacular”, agrega.

Franco y un precioso alfalfar en el establecimiento
Franco y un precioso alfalfar en el establecimiento «Las Vacaciones». Foto: Florencia Salto.

Franco vive allí, con su esposa, rodeado de animales. Tiene casa en el pueblo, pero elige el campo. “Los clientes me dicen que mis animales están en un cinco estrellas: tienen sombra, agua fresca, los álamos les dan reparo. A mí me gusta esto, me crié entre los animales. Desde la camioneta ya me doy cuenta cuando uno está enfermo.”

A comienzos de los 2000 empezó con el engorde a corral. Primero con su propia hacienda, luego con terneros comprados. “En 2007, con la sequía, malvendí todas las vacas madres y me dediqué de lleno al engorde. Hoy hago recría y terminación a corral. Mi objetivo es lograr, al menos, un kilo de ganancia diaria en ciclo completo. Aunque sé que logro más, hago mis números en base a eso, para no errarle”, explica. Su base forrajera incluye alfalfa y maíz, que produce en parte, y balanceado y núcleo.

El legado y el futuro


El deseo de revivir la tradición carnicera familiar estuvo siempre latente. “Mi abuelo fundó la carnicería, la siguió mi tío, hasta que cerró. Yo quería seguir ese legado”, dice Franco. Así, hace un año abrió FG Carnicería en Ingeniero Huergo. “Vendemos muy bien, trabajamos con nuestra propia producción y abastecemos también a tres clientes en General Roca. La carne es buena, la hago yo”, resume orgulloso.

Su relación con la ganadería es de dedicación plena. “En esto tenés que estar de lunes a lunes. La ganadería te tiene que gustar. Hay gente que se mete por los números, pero no tiene idea de lo que es un animal. Te tiene que apasionar”, dice. Esa pasión se mezcla con una mirada técnica y estratégica: “Yo hago los números con un kilo diario, pero si dan más, mejor. Todo el negocio lo armo con ese parámetro.”

Ángela y Arsenio Castañón, madre y abuelo de Franco Gutiérrez.
Ángela y Arsenio Castañón, madre y abuelo de Franco Gutiérrez.

En la última Exposición Rural del Alto Valle, Franco fue protagonista al comprar toda la invernada rematada. Su gesto llamó la atención, pero su explicación fue sencilla: “Pagué un poquito más para darle una mano a la Sociedad Rural y para incentivar a los productores a meter buena genética. En el Alto Valle todavía falta eso, hay que mejorar la genética.

Su mirada combina respeto por el pasado y compromiso con el futuro. “Yo conozco a varios que empezaron y tuvieron que dejar. Esto te tiene que gustar mucho. Y yo tuve la suerte de tener un maestro como mi abuelo”, dice mientras repasa con los dedos el viejo libro de cuentas, ese testimonio de una vida ordenada y de un oficio que supo transmitirse con ejemplo y trabajo.

En Las Vacaciones, la historia continúa. Entre los álamos que bordean el canal y el murmullo del río, la hija de Franco crece observando el mismo paisaje que enamoró a su bisabuelo Arsenio hace más de un siglo. Y quizás, en unos años, vuelva a abrir las páginas de ese libro escrito a pluma para seguir sumando capítulos a una historia que nunca dejó de escribirse.

Redacción

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