Había pedido un funeral de un pastor, de esos que, como él mismo decía, “huelen a oveja”. Pero el último adiós al papa Francisco fue una ceremonia enorme y magnífica, que contenía de todo: los rituales milenarios de la iglesia, los símbolos y los colores, los poderosos de la Tierra. Y, por supuesto, también mucho pueblo, que llegó bajo el sol de Roma para rendir homenaje a un Pontífice amado y también odiado, pero sin duda nunca “desapercibido”.
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