No todos los días se descubre un lugar donde la física parece comportarse de forma distinta. En América del Sur, un lago encierra una mezcla de leyenda, ciencia y supervivencia a gran altura. Se trata del Titicaca, una joya natural que, a pesar de su majestuosidad, enfrenta amenazas urgentes para su futuro.
Donde la historia y la altura se cruzan

El lago Titicaca, compartido por Perú y Bolivia, es el lago navegable más alto del mundo: se extiende a 3.812 metros sobre el nivel del mar. Aunque pareciera inverosímil que un cuerpo de agua de esta altitud sea surcado por embarcaciones, balsas tradicionales construidas con totora —una planta que crece en sus orillas— lo han hecho posible durante siglos.
Su importancia no es solo geográfica. El Titicaca es considerado la cuna del Imperio Inca. Según la leyenda, Manco Cápac y Mama Ocllo, fundadores míticos de la civilización, emergieron de sus aguas por orden del dios Sol. Hoy en día, este simbolismo lo convierte en un centro cultural que atrae a viajeros de todo el mundo.
Ecosistemas únicos en peligro silencioso

Pero la magia del Titicaca también se manifiesta en su biodiversidad. Es hogar de especies que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta, como la rana gigante del Titicaca, que respira por la piel, y el karachi, un pez esencial para la dieta andina. Sin embargo, muchas de estas criaturas están en peligro debido a la contaminación, la presión del turismo masivo y el cambio climático.
Entre las maravillas culturales están las islas flotantes de los Uros, construidas completamente con totora y habitadas por comunidades que aún conservan modos de vida ancestrales. Desde Puno (Perú) o Copacabana (Bolivia), los visitantes pueden explorar también las islas de Taquile y Amantaní, donde el turismo vivencial ofrece una inmersión directa en la cultura local.
Aunque gobiernos de ambos países han lanzado iniciativas para protegerlo —como plantas de tratamiento y proyectos de reforestación—, el equilibrio del Titicaca sigue siendo frágil. Y protegerlo es proteger no solo un lago, sino una memoria viva del continente.