
En el extremo oeste de Montevideo, en el barrio Casabó, una historia de esfuerzo colectivo lleva 31 años cambiando el destino de cientos de niños, adolescentes y jóvenes. Se trata de un centro formativo modelo, enclavado en una zona de complejidades, uno de los que no llegan habitualmente a las noticias, tal vez porque todo parece funcionar muy bien. Detrás del proyecto, hay esfuerzos aunados del Estado, empresas privadas y padres comprometidos.
El Centro Educativo Providencia nació en 1994 como una iniciativa comunitaria, impulsada por vecinos y miembros laicos del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, para ofrecer un espacio educativo y recreativo donde antes no lo había. El primer salón fue un contenedor donado por la Iglesia Católica, instalado en el fondo de la casa de una vecina de nombre Lucía, que cedió su terreno para que el sueño echara raíces.
“Empezó como un empuje muy grande de vecinos y, así, pasito a pasito, fue convirtiéndose en lo que es hoy”, comenta a Domingo Fabián Roizen, director general del centro. Tres décadas después, Providencia acompaña a casi 600 estudiantes cada semana a través de seis programas educativos y comunitarios, que abarcan desde la primera infancia hasta la inserción laboral de jóvenes.
Un abordaje integral
El corazón del trabajo de Providencia es el acompañamiento de las trayectorias educativas. Cada programa está pensado para sostener el aprendizaje y el desarrollo integral de los participantes, manteniendo un fuerte vínculo con sus familias. El CAIF, por ejemplo, atiende diariamente a 97 niños de primera infancia y sus familias, con actividades pedagógicas y encuentros semanales que fortalecen los vínculos afectivos y las prácticas de crianza.
El Club de Niños, al que asisten más de 110 escolares de la zona, funciona como complemento a la escuela y ofrece apoyo pedagógico, talleres de arte, deportes, huerta, teatro, cocina e informática, además de acompañamiento psicosocial. En el Liceo Providencia “Papa Francisco”, 150 adolescentes cursan los tres años de Educación Básica Integrada en horario extendido, con tutorías personalizadas y talleres que fortalecen habilidades cognitivas, sociales y emocionales.
El Centro Juvenil se enfoca en que los jóvenes continúen y terminen el bachillerato, mientras que el Programa de Salud Mental -gestionado junto a INAU y UNICEF bajo el lema “Ni Silencio Ni Tabú”- brinda atención a unos 140 adolescentes, con talleres y encuentros que buscan promover el bienestar emocional en una etapa de grandes desafíos.
Finalmente, el área de Formación Laboral prepara a jóvenes de entre 18 y 29 años para ingresar al mercado de trabajo, combinando capacitación técnica y desarrollo socioemocional.

Más que clases
Roizen destaca que la propuesta va más allá de lo curricular: “La idea es que puedan estar en un lugar donde quieren estar, donde les hace sentido y donde puedan ser protagonistas de sus aprendizajes”. Ese sentido de pertenencia también se alimenta de gestos concretos: desayunos, viandas y meriendas organizadas en conjunto con las familias. “Para aquellos estudiantes que un día no pudieron tener su comida, hay un servicio para apoyarlos. Pero sobre todo esto se construye en alianza con la familia”, subraya el director.
Laura Ribeiro, madre de uno de los alumnos, lo resume así: “Aquí es como una gran familia. Si les va mal en alguna clase, los empujan hacia adelante. Siempre están bien cuidados. Para nosotros es una tranquilidad que los niños desayunen, que tengan su referencia y no anden en la calle”.
Ese compromiso familiar se organiza en comisiones, como la de desayuno y mantenimiento, que ella integra. “No pedimos provisiones, sino mano de obra. Cada familia viene a ayudar tres o cuatro veces al año, y según las posibilidades, trae algo para compartir. Si no hay, tenemos un fondo para donaciones”, explica la madre a Domingo.

Un barrio con desafíos
Casabó se encuentra en el Municipio A, el de mayor índice de pobreza de Montevideo: el 30% de su población vive por debajo de la línea de pobreza, según el INE. “Posterior a la pandemia, el tema de salud mental en adolescentes es un desafío enorme. Hay que generar espacios de contención y apoyo, para que encuentren en un compañero un sentido a lo que están haciendo”, señala Roizen.
Sostener una propuesta de esta magnitud requiere una combinación de recursos públicos y privados. Aproximadamente la mitad del presupuesto proviene de convenios con el Estado -CAIF, Club de Niños, Centro Juvenil, INAU y UNICEF-, mientras que el 40% restante llega a través de donaciones de particulares, empresas y fondos concursables.
Dahyana Suárez, coordinadora de desarrollo institucional, explica que muchas empresas colaboran mediante el régimen de Donaciones Especiales, que permite destinar parte del pago de impuestos directamente a organizaciones sociales. “Si una empresa dona $100.000, en realidad termina pagando el 20% de eso, porque el resto se deduce como crédito fiscal. Es un ganar-ganar: la empresa elige un proyecto en el que cree y nosotros podemos seguir transformando vidas”, dice a Domingo. El vínculo con las empresas no se limita al aporte económico. Algunas participan en proyectos anuales de voluntariado, como refacciones y mejoras edilicias. “No definimos solamente la donación, sino también proyectos concretos. Eso siempre es a medida”, añade Suárez.

Mirando hacia adelante
Las paredes de Providencia guardan historias de niños que aprendieron a leer allí, de adolescentes que recuperaron la confianza en sí mismos, de jóvenes que encontraron su primer empleo. Y también de familias que, como la de Ribeiro, hallaron en el centro un sitio de contención y comunidad.
“Todos los días acá llueve, hace frío o calor, pero hay familias sosteniendo este lugar para que los estudiantes tengan un espacio distinto”, anota Roizen. Es, en definitiva, un esfuerzo colectivo donde cada aporte -sea una hora de voluntariado, una pizza para el desayuno o una donación empresarial- se convierte en una inversión directa en el futuro de Casabó.
Con seis programas activos, una red sólida de alianzas y una comunidad que lo siente como propio, el Centro Educativo Providencia tiene una meta clara: que cada niño y joven que pasa por sus aulas descubra sus potencialidades y tenga las herramientas para construir una vida con más oportunidades.