13.4 C
Buenos Aires
miércoles, junio 25, 2025

Una isla de naturaleza en el Guinardó

Más Noticias

A medida que se avanza por el camino que lleva a las instalaciones de la Associació Durga y el ruido de la ciudad se convierte en un rumor lejano, rodeado del canto de jilgueros, carboneros, picos de coral o petirrojos, uno casi olvida que a pocos metros hay edificios, escuelas y una gasolinera urbana. Las lluvias de hace unos días dejaron el terreno plagado de milpiés que salieron de la tierra inundada. Se alimentan de materia vegetal en descomposición y cavan túneles que oxigenan la tierra, y su presencia anuncia que el suelo está limpio de tóxicos.

Los pájaros, en especial urracas y palomas, se dan un festín a cuenta de los pobres diplópodos, sin dejar de vigilar, no vaya a ser que las dos gaviotas que sobrevuelan hagan lo propio con ellos. Y es que Ginger y Fred –las gaviotas– son amorosos padres que buscan comida para sus pollos de este año. Dan fe plumas y carcasas que se ven por el suelo. Compiten con ellas dos parejas de cernícalos que anidan más arriba, en la montaña. Aquí viven también al menos un mochuelo y una lechuza, golondrinas, murciélagos y culebras bastardas, que saldrán más tarde, más reptiles y varios roedores.

Los 20.000 euros que cuesta mantener el proyecto al año salen de las aportaciones de socios y colaboradores

Cada vez se ven más insectos y plantas: aloes, chumberas, aromáticas, lantana, milenrama, zarzamora, diente de ­león. Hasta llegar al bosque de higueras, olivos, ficus y al pino centenario que resguardan los refugios de los gatos. Porque Durga son 2,5 hec­tá­reas de terreno renaturalizado en Horta-Guinardó, un espacio municipal cedido a una entidad que gestiona una colonia de 340 gatos ferales esterilizados con vocación de crear un ecosistema autosostenido donde el gato es un elemento más.

“Yo no soy gatera, soy ecologista. Me critican que no transforme todo esto en refugio; si hago eso, me cargo toda la flora y la fauna, y no es lo que quiero”, se explica Núria Queixalós, presidenta y fundadora de Durga, vinculada desde siempre a entidades de protección de la naturaleza. Su aventura comenzó hace más de treinta años, en un parking contiguo a este terreno donde ella, vecina del barrio, aparcaba: “Había una colonia de gatos que alguien mataba. Yo encontraba los cadáveres y no podía tolerarlo”.

Se puso en marcha sin más apoyo que el de la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (Faada), que le prestó una jaula para capturar gatos que hacía esterilizar a sus expensas y volvía a soltar. De paso, colocaba casetas en la montaña del Guinardó para los gatos y les daba comida. “Durante diez años recibimos agresiones: destrozaron el coche de mi marido, tiraban orines en el mío, me dejaban cadáveres de animales. También encontramos paquetes con atún y matarratas, y quitaron las casetas”. Con paciencia y pedagogía, fue convenciendo a los vecinos de que “los gatos, por instinto, hacen una tarea de control de las ratas aunque estén alimentados”.

Su suerte cambió en el 2014, cuando el Ayuntamiento le concedió el uso de estos terrenos, vecinos del parking, ocupados antes por unos talleres y en aquel momento llenos de basuras. Sola, empezó con la limpieza del vertedero, y a medida que la tierra se regeneraba sucedieron milagros como que una higuera hiciese aflorar una nevera, dos lavadoras y un viejo lavadero de mármol que recuperaron para tareas diarias. Logró que el Ayuntamiento vallase el recinto y que cada año desbroce el prado, aunque, según explica Queixalós, no siempre lo haga respetando los ciclos de los insectos polinizadores, vitales para mantener este ecosistema. El Consistorio pagó también la instalación de la más grande de las dos estructuras en las que se refugian los gatos.

Con el tiempo también llegaron voluntarios, aunque “la mayoría venía solo por los gatitos, no ven que, sin el conjunto, Durga no se entiende –explica Queixalós–. Además, muchos no aguantan el trabajo físico duro; vienen un día o dos, ven que los gatos no se dejan acariciar, que hay que cavar, cargar sacos, y no vuelven”. Ahora tiene gente que ha encajado con el proyecto, cinco personas fijas cada semana y otras seis que ayudan de manera esporádica. Los 20.000 euros anuales que cuesta mantener Durga salen de aportaciones de los socios y colaboradores, ya que no tienen subvenciones. También reciben donaciones en forma de comida. Los gastos extraordinarios los sigue poniendo Queixalós.

Núria tiene 62 años, y el futuro le preocupa: “¿Qué pasará cuando no esté yo? Porque gateros siempre habrá, pero ¿quién cuidará del resto?”. Y mira en torno, del pino centenario a los milpiés en desbandada, con una expresión entre la angustia y la esperanza.

Redacción

Fuente: Leer artículo original

Desde Vive multimedio digital de comunicación y webs de ciudades claves de Argentina y el mundo; difundimos y potenciamos autores y otros medios indistintos de comunicación. Asimismo generamos nuestras propias creaciones e investigaciones periodísticas para el servicio de los lectores.

Sugerimos leer la fuente y ampliar con el link de arriba para acceder al origen de la nota.

 

- Advertisement -spot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img

Te Puede Interesar...

Quedó detenida la niñera acusada de maltratar en Córdoba a un bebé de 7 meses: pedirán ampliar su imputación

La niñera que fue filmada por una cámara cuando maltrataba a un bebé de siete meses en una vivienda...
- Advertisement -spot_img

Más artículos como éste...

- Advertisement -spot_img