Un gran oso pardo, parado en sus dos patas, abraza por detrás a una mujer con el torso desnudo y expresión desmayada. Esta ilustración de portada de la edición de 1977 de la novela Oso, de Marian Engel escandalizó a un usuario de la red Imgur en 2014, que la compartió junto con fragmentos del texto particularmente explícitos.
Un detalle de la imagen resultaba curioso: esa novela erótica llevaba el sello de ser ganadora del Governor General’s Award, el premio literario más prestigioso de Canadá. La viralización de entonces renovó el interés en este extraño clásico canadiense, hoy disponible para los lectores en castellano de la mano de Impedimenta, con una bella ilustración de portada acorde al tono introspectivo y lírico de la prosa de Engel.
Un cuento pornográfico
Publicado originalmente en 1976, el libro empezó como un encargo de un cuento pornográfico para una colección del Sindicato de Escritores de Canadá, del cual Engel fue la primera mujer en pertenecer a la junta directiva.
Aunque fue criticado por su controversial temática, el mismo año de su publicación se ganó el reconocimiento de un jurado integrado por Mordecai Richler, Margaret Laurence, y la Premio Nobel Alice Munro.
Es que esta novela sobre una bibliotecaria que toma como amante a un oso explora en profundidad, más allá de su insólita premisa, temas como el autoconocimiento, la soledad, el deseo femenino, el vínculo de los humanos con la naturaleza e incluso, según muchos lo han interpretado, el colonialismo en América.
“En invierno vivía como un topo, enterrada en las profundidades de su despacho, escarbando entre mapas y manuscritos”, describe Engel a Lou, su protagonista, en la primera línea de la novela.
Lou –un topo o un ratón de biblioteca– trabaja en un instituto histórico de Toronto y un día le encargan inventariar los libros de un tal Coronel Cary, quien tras su muerte ha dejado en donación su patrimonio. Con ese cometido, debe marchar hacia la apartada isla donde se encuentra la casona victoriana de Cary, en el Gran Norte de Canadá.
El trabajo pronto adquiere la dimensión de un retiro, una oportunidad para regocijarse en la soledad y reencontrarse consigo misma en un viaje de “vuelta a la naturaleza” muy particular.

“¿Alguien te hablado… del oso?”, le pregunta Homer, un isleño encargado de recibir a Lou al llegar. Así, ella se entera de que Cary tenía en un establo de su casa un viejo oso semidomesticado, a quien también tendrá que atender, aparte de su trabajo. Poco a poco, irá amigándose con el animal hasta crear un vínculo íntimo con él.
Mientras cumple con su tarea de buscar papeles que documenten la colonización de la zona entre las pertenencias de Cary (quien era, según se revela, una mujer), Lou recoge pequeños fragmentos de mitología y datos sobre los osos, acaso en un afán de entender mejor a su singular amigo. A través de esos incisos, Engel establece un diálogo entre la novela y una tradición folclórica que la precede.
“Estoy harta de la escritura canadiense sobre la naturaleza. Estoy cansada de los animales que son creados para que piensen como personas. Hay una literatura con la que yo crecí que consiste en gente como Sir Charles G. D. Roberts y Jack London que escribieron libros en los que los animales pensaban y sentían como las personas. Y decidí que si yo iba a lidiar con este animal iba a tratar de no hacerlo pensar o comportarse como una persona”, decía Engel, entrevistada en 1978 por Joyce Davidson para CBC’s Authors.
Esa es, sin duda, una de las rarezas de Oso. No se trata de un cuento al estilo de La bella y la bestia. Lou es una mujer solitaria que encuentra en el animal un compañero perfecto en una relación que tiene mucho de unidireccional.
Perfecto amante
Divertida, Engel contaba en aquella entrevista con Davidson la forma en que una lectora empatizaba con los sentimientos de Lou: “Ella me dijo ‘creaste al perfecto amante canadiense: no hace absolutamente ninguna demanda y nunca tienes que lavarle la ropa’”.
Cuando escribió Oso, Engel acababa de divorciarse y no es difícil imaginar cómo ese desencanto personal puede haber influido a la hora de crear a Lou, quien arrastra en su haber experiencias frustrantes y dolorosas de relaciones pasadas con hombres. “Lo que le disgustaba de los hombres no era su erotismo, sino que dieran por supuesto que las mujeres no tenían”, afirma en un pasaje.

“Oso, haz que por fin me sienta cómoda en el mundo. Dame tu piel”, ruega Lou. A través de su vínculo con el animal, Lou descubre algo que no le ha sido permitido antes: poner en primer lugar su deseo.
De hecho, el oso la lame a ella con empeño y no parece interesado en recibir los avances sexuales que intenta Lou, lo que la deja confundida, incapaz de comprenderlo al comparar con sus experiencias pasadas con hombres.
“Al día siguiente se sentía inquieta, culpable. Había roto un tabú. Había cambiado algo, la naturaleza de su amor era ahora distinta. Había ido demasiado lejos. Había en ella algo agresivo que siempre hacía que se excediese”, dice otro pasaje.
Inusual heroína
Según interpreta en un ensayo el profesor Dorian Stuber, Lou replica sobre el oso los valores patriarcales y coloniales al querer imponerse, pero su arco narrativo la lleva a aceptar que nunca podrá entenderlo ni dominarlo a su antojo. Rechazar ese ejercicio de sometimiento la convierte en una suerte de inusual heroína.
“No olvides que, por muy humano que parezca, es un bicho salvaje”, le advierten desde el principio. Es esa diferencia esencial lo que acabará por separarlos de un zarpazo, reestableciendo la división entre el mundo natural y la vuelta a la “civilización” de Lou, aunque ella regresará transformada internamente, paradójicamente purificada. Bajo la luz de la Osa Mayor, Lou vuelve dispuesta a hacer cambios profundos en su vida.
Un debate popular en internet volvió a ligar a las mujeres y los osos el año pasado. La cuenta Screenshot HQ posteó un video en el que se les preguntaba a varias mujeres si preferirían encontrarse a solas en un bosque con un hombre o con el peludo animal. La respuesta, para sorpresa de muchos, se inclinó mayoritariamente a favor del oso.

Algunos hombres dan miedo, en cambio, los osos solo te atacan si los molestás, argumentaban algunas. Engel, casi cincuenta años atrás, ya lo planteaba en esta novela obscena, extraña, hermosa y significativa, según la descripción del escritor Robertson Davies. Y es quizás por eso que el carácter transgresor de la escritura de Engel sigue tan vigente.
Oso, de Marian Engel (Impedimenta).