El olor al café molido acompañaba a Francisco Centineo en su camino a la escuela. Él vivía con su familia a la vuelta de la fábrica de Bonafide en Gavilán y Neuquén, en Capital Federal. Su fervor por ese aroma y por entrar a trabajar en la empresa le hizo prometer a su madre que finalizaría sus estudios secundarios en el comercial Vieytes.

A cambio, consiguió una autorización de sus padres para trabajar, requisito indispensable porque era menor de edad. Sus primeros pasos fueron de abajo, como cadete, y recorrió todos los puestos sin prisa y sin pausa por distintos locales y ciudades hasta llegar a ser encargado.

En un momento, la firma comenzó a otorgar franquicias y Francisco aceptó la oferta. De empleado pasó a jefe, con los desafíos que ello implica, pero con el respaldo de una firma tradicional que le facilitó el conocimiento, el mobiliario y los productos.
Cafeterías tradicionales
Empezó con un local y en la actualidad es propietario de las sedes de San Justo, Ramos Mejía, Haedo, Morón, Castelar y Liniers. En los planos hay una nueva incorporación en breve, según anticipó en el programa «Sexto Día» por Radio Universidad FM 89.1.
Consultado sobre la situación económica del país, Centineo sostuvo que “al rubro le va bien” aunque reconoció que otras actividades atraviesan problemas. La clave del éxito es la calidad de los productos, del café molido a la vista que muchos clientes compran especialmente para preparar en el hogar, los chocolates y regalos. Además, para el Día de la Infancias hay promociones especiales.

Como adicional sobre los gustos locales, el entrevistado afirmó que el cliente promedio prefiere el café tradicional por encima de otras variedades que actualmente emergen en el mercado.