Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello
En el extremo este de Princes Street, a pocos metros del Monumento a Scott en Edimburgo, se encuentra un edificio victoriano que ha sido uno de los símbolos de la ciudad: el Balmoral. Allí, detrás de la la puerta de la habitación 552 en la esquina del quinto piso, decorada con un búho y un pequeño cartel dorado, dice La Suite de J.K. Rowling, la “mamá” de Harry Potter.
La anécdota cuenta que llegada a la estación de Waverley, la novata viajera en Edimburgo, preguntó por la fila de taxis. La amabilidad local permitió inquirir para ir a dónde. “Al Balmoral”, fue la respuesta. “No lo necesita”, indicó el colaborador en la estación, “esa pared que ve ahí, ese es su hotel”, literalmente a 30 metros.
El Balmoral, 1 Princes Street, donde el casco antiguo se encuentra con el nuevo, es un hotel legendario y una emblemática torre del reloj: un símbolo de la ciudad. Construido, como tantas otras reliquias, a los pies de la estación. Esa puerta de ingreso para todo contacto con el mundo.
Una bienvenida con tartán Balmoral a medida; azules de las Hébridas, tonos brezo y arte clásico escocés; embajadores del whisky con 500 maltas: el Balmoral es una carta de amor a Escocia. Con vistas al Castillo de Edimburgo, una cena galardonada con 4 Rosetas AA, comida de bistró franco-escocesa, un premiado té de la tarde y un tranquilo spa urbano en el lugar más majestuoso de la ciudad.
El hotel, resultado de un concurso en 1895, fue diseñado por William Hamilton Beattie para la North British Railway Company como un hotel ferroviario junto a su recién reconstruida estación de Waverley. Tras el fallecimiento de Beattie, su asistente, Andrew Robb Scott, lo completó y se inauguró como el North British Railway Hotel el 15 de octubre de 1902.
El sitio, 52 North Bridge, fue anteriormente la sede de los farmacéuticos Duncan, Flockhart y compañía; William Flockhart suministró al Dr. James Young Simpson el primer anestésico de cloroformo, que probó en su casa, 52 Queen Street, en 1847, y se convirtió en práctica habitual en los partos. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor colocó una placa conmemorativa en el hotel en 1981.
La arquitectura del edificio es victoriana , influenciada por el tradicional estilo baronial escocés. Durante gran parte del siglo XX se conoció como el North British Hotel o NB. Mientras estuvo bajo propiedad ferroviaria, el hotel contaba con maleteros con chaquetas rojas que llevaban a los pasajeros su equipaje directamente al hotel mediante un ascensor. La propiedad pasó a manos de London & North Eastern Railway (LNER) en 1923. Tras la nacionalización de los ferrocarriles en 1948, el hotel pasó a formar parte de British Transport Hotels hasta que fue privatizado y adquirido por The Gleneagles Hotel Company en 1983.
En 1988, el hotel cerró por una importante remodelación con un costo final de 23 millones de libras, y el edificio fue adquirido en 1990 por Balmoral International Hotels. El 12 de junio de 1991, el actor local Sean Connery reabrió oficialmente el hotel como The Balmoral, que en gaélico significa «morada majestuosa». Una placa en el vestíbulo del hotel conmemora la ocasión. Tiempo después, El Balmoral fue adquirido por la familia Rocco Forte en 1997.
Un reloj impuntual
El Balmoral abrió oficialmente sus puertas el 15 de octubre de 1902, como el North British Station Hotel, descrito por los arquitectos como “una representación libre del período del Renacimiento”, que vincula la arquitectura escocesa del casco antiguo con la arquitectura clásica de la ciudad nueva.
Hay ciertas cosas que no cambian cuando uno visita Edimburgo: el castillo gótico de cuento de hadas construido sobre una roca de origen volcánico, el medieval laberinto de callejones y callejuelas, la majestuosidad de los cementerios y el reloj de la torre del Hotel Balmoral, que está siempre impuntual, con tres minutos de adelanto. La torre de 58 metros de altura es parte del paisaje desde Calton Hill, el mejor mirador del centro de la ciudad. Pero desde 1902, como quienes ocupaban los andenes y las torres de señales de la vecina estación de tren Waverley podían ver, como aún hoy, el reloj, y desde el Balmoral querían asegurarse de que sus pasajeros y viajeros apurados, no perdieran su tren, decidieron darles tres minutos para que tuvieran más tiempo para comprar sus boletos, llegar a su tren y descargar su equipaje antes de que sonara el silbato del jefe de estación. Todavía hoy se trata de un error muy calculado que ayuda a mantener la ciudad a tiempo. Este es uno de los lugares más interesantes, aunque secretos, de Edimburgo. El único cambio importante en los últimos 116 años es que al reloj se le daba cuerda manualmente; la tradición duró hasta los 70, cuando se electrificó.
El reloj da mal la hora casi todos los días del año, porque se ajusta en la víspera de Año Nuevo, o Hogmanay.
No solo los lugareños sienten debilidad por el hotel, ya que lleva más de un siglo atrayendo a visitantes de todo el mundo. El libro de visitas es como un quién es quién de los ricos y famosos. Elizabeth Taylor, la Reina Madre, Laurel y Hardy, Paul McCartney, J. Lo, Beyoncé y Sophia Loren lo han visitado. Es donde J. K. Rowling terminó de escribir “Harry Potter y las Reliquias de la Muerte”, el último libro de su saga de Harry Potter. Los fans del joven mago pueden alojarse en la habitación donde escribió, ahora conocida como la Suite J. K. Rowling.
Un edificio impresionante, en una dirección inigualable, The Balmoral ha sido parte del horizonte de Edimburgo durante más de un siglo. El hotel de lujo tiene 187 habitaciones contemporáneas y suites opulentas. La excelente gastronomía está garantizada en el restaurante Number One, galardonado con una estrella Michelin, así como en el restaurante más moderno, Brasserie Prince. Los huéspedes no pueden perder el té escocés de la tarde que se sirve en el Palm Court y probar uno de los más de 500 whiskies en el bar Scotch.
Un clima inigualable presta el Castillo, al que podés ver desde la ventana de tu cuarto, dividiendo a tu izquierda el centro histórico y a tu izquierda el área más moderna. Dentro te cobija la armoniosa decoración de Olga Pozzi que, como siempre, recoge la esencia local para regarla por el diseño equilibrando las tradiciones con la modernidad. El Balmoral es de esos sitios en los que podrías quedarte a vivir espiando por sus ventanas las bellezas de una ciudad inigualable.