Ruth Morton nunca había contado su historia. Hasta ahora.
Es uruguaya, tiene 97 años y en el pasado sirvió como espía. Y no lo hizo en un conflicto ajeno: trabajó para las fuerzas británicas durante la Guerra de Malvinas que enfrentó a ese ejército con el argentino.
Ruth Morton tenía 53 años cuando en 1982 la enviaron a espiar submarinos argentinos a la base naval de Mar del Plata. Encontró un lugar perfecto en la parte de abajo de un edificio en ruinas desde donde podía ver todo lo que ocurría a cientos de metros de distancia.
Morton eligió al periodista Graham Bound y el podcast BBC Outlook para revelar todo sobre aquella etapa de su vida.
Una familia de espías
“Yo solía decir que era inglesa”, reconoce Ruth Morton, que tiene ascendencia inglesa y escocesa, y de chica le inculcaron que solo debía relacionarse con los inmigrantes de su país.
Sus padres, Eddie y Margaret, eran empresario y enfermera, respectivamente. Tenía dos hermanas mayores, Rose Lily y Miriam. Estos nombres serán importantes en su historia.
Ruth Morton tiene 97 años. Este 2025 contó por primera vez su historia. Foto: familia MortonDurante la Segunda Guerra Mundial, Eddie trabajó en las Oficinas Centrales del Ferrocarril de Montevideo, una fachada de la inteligencia británica en Uruguay.
En 1939, los nazis habían invadido Varsovia, y Eddie aportaba lo suyo en tareas de espionaje. Valiéndose de su bilingüismo, puso a trabajar a sus dos hijas mayores para que interceptaran mensajes, los tradujeran y los transcribieran.
El café “Oro del Rin” era donde se solía reunir el equipo de 8 personas que colaboraba con los británicos desde Montevideo. En ese momento, Uruguay era uno de los principales proveedores de grano, carne, cuero y lácteos de Inglaterra; el vínculo entre ambos países tenía que ver principalmente con eso.
Fue en ese contexto cuando la contadora de la embajada británica en Montevideo convocó a Ruth para que siguiera los pasos de su hermana (que ya había empezado a dar a los once años, cuando atendía el teléfono de su casa y tenía que anotar todo lo que escuchaba.
Ruth estaba casada y tenía una hija. Su hermana ahora era su jefa y su nuevo destino, la base naval de Mar del Plata. Era la “menos sospechosa” de la familia, y le tocaba liderar el nuevo encargo.
La espía de los tablones
“Mi trabajo principal era vigilar el movimiento de tres submarinos”, reconoce Morton, en referencia al ARA Santa Fe, ARA San Luis y ARA Santiago del Estero. Una mujer de alias “Claire” supervisaba todo desde Montevideo.
Ruth había encontrado un hueco debajo de un edificio que le permitía ver todo lo que sucedía en la base desde unos “cientos de metros” de distancia.
Fue durante su estadía en esos pasadizos donde se hizo amiga de un carpincho, un animal al que describe como “sociable”, “viejo y muy amigable” que “olía muy mal”. Solían comer y pasar el tiempo juntos hasta que desde un barco dispararon al sitio en donde estaban y le dieron al animal entre medio de los ojos. Ruth dice que le salvó la vida porque evitó que la bala fuera para ella.
Ruth Morton tenía dos hermanas mayores, también espías. Foto: familia MortonEl lugar “era arenoso, sucio y sumamente incómodo porque no había espacio. Ni siquiera podías sentarte. Me salieron ampollas en las rodillas y codos de tanto arrastrarme, pero fue al principio, luego me acostumbré”.
Para informar sobre los movimientos de los submarinos, la espía debía tomar dos colectivos hasta un teléfono público y llamar a un contacto argentino, que le daba otro número para que telefoneara a una segunda persona, que siempre era diferente y tenía acento británico.
En un momento de aprietos, Morton tuvo que acudir a un número de emergencia que le habían dado para evitar la burocracia. Sobre el hombre que solía atender el teléfono, Ruth recuerda: “No me gustaba esa persona, yo no le gustaba a esa persona, y finalmente desapareció”.
Cuando el conflicto avanzó y Ruth dejó de recibir fondos de inteligencia, la mujer se las tuvo que arreglar para sobrevivir. Por eso emprendió un negocio de venta de gorritos que decían “Mar del Plata”, que, reconoce, salían “como pan caliente”.
Después del accidente con el carpincho, su trabajo en tierras vecinas terminó. «Claire” le ordenó que se fuera. “No había nada que hacer. Me despidieron”.
En reconocimiento a su trabajo, las fuerzas británicas le regalaron un bol de plata y un diploma firmado por sus responsables. Un presente que no recibió con simpatía. “Me molestó. Porque no quería ningún reconocimiento. Lo hice porque pensé que era lo correcto, y no esperaba ninguna retribución”.

