Durante marzo y abril se realizó un taller de lectura y debate en torno al movimiento estudiantil, el cual contó con la participación de militantes de la Juventud del PTS de todo el país. Con sectores de la juventud trabajadora y estudiantil jugando roles en las protestas masivas en diferentes puntos del globo, y luego de un año de organización y movilización ante el ajuste a las universidades en Argentina, que fue una experiencia política inicial para muchos compañeros y compañeras, el taller buscó retomar elaboraciones clásicas y experiencias previas para aportar a la reflexión colectiva.
En este artículo revisaremos las principales discusiones de los primeros dos encuentros, centrados en indagar sobre la relación entre universidad y capitalismo, buscando una síntesis inicial que sirva de puntapié para un próximo artículo sobre los encuentros siguientes. Allí profundizaremos en otro de los debates que se abordó en el curso: el lugar que ocupa el movimiento estudiantil en una estrategia revolucionaria socialista.
Algunas consideraciones desde el marxismo clásico
Discutir la universidad y el movimiento estudiantil desde una perspectiva marxista, remite a debates clásicos más abarcativos como la cuestión de la división entre trabajo intelectual y trabajo manual en la sociedad capitalista, la relación entre conocimiento e ideología o la educación en la sociedad de clases, por nombrar los principales. Estos debates ya se esbozan en Marx, quien problematizó que el Estado capitalista se ubicara como “el educador de la sociedad” (Crítica al programa de Gotha) y llamó a “sustraer la educación de la influencia de la clase dominante” (Manifiesto Comunista). En El Capital vinculó la educación con la división técnica del trabajo, explicando que el sistema capitalista requiere trabajadores especializados (como ingenieros) y administradores (burócratas) para optimizar la producción y gestionar la explotación.
Esta relación entre el carácter de clase de la sociedad, las instituciones educativas y la educación en general, son un punto de partida ineludible para cuestionar las visiones que presentan a la universidad como una institución “neutral” en la producción de conocimientos. Al estar vinculada por diversos lazos con las clases dominantes y con el Estado capitalista , la universidad tiende a reproducir la ideología burguesa y organizar un determinado consenso sobre el status quo capitalista. Sin embargo, en el taller quedó planteada la discusión contra una visión unilateral de esta definición, que ve en la universidad una mera reproductora de la ideología capitalista, la cual conlleva a menospreciar la “autonomía relativa” en la dinámica de la universidad de masas, que habilita ciertos fenómenos políticos e ideológicos progresivos que pueden desarrollarse en el movimiento estudiantil y universitario. Estos pueden conducir a discutir la orientación social de la producción de conocimientos y ligar la crítica a la institución con el cuestionamiento de la sociedad de clases y la pelea por su superación.
Además, consideramos que aunque efectivamente existen múltiples mecanismos mediante los cuales la universidad emana las ideologías dominantes: desde la formación de cuadros técnicos y políticos al servicio del dominio burgués, hasta la generación de ideologías que de una u otra manera justifican el orden social. Su relativa masificación desde la segunda mitad del siglo XX, los vínculos del estudiantado con otros actores sociales y la existencia de una particular “sensibilidad” ante las dinámicas políticas nacionales e internacionales, hacen de la universidad un campo de disputa, en donde pueden surgir sectores que cuestionen su carácter de clase o lleven adelante luchas progresivas contra los gobiernos y el Estado. Es decir, aunque es un terreno en donde no existe la posibilidad de una transformación “aislada” respecto de su inserción en el sistema capitalista, se pueden dar peleas desde las ideas del marxismo como una perspectiva que unifica teoría y praxis anticapitalista y socialista. También apostar a la lucha de masas por demandas estudiantiles o educativas que tienda a confluir con el movimiento obrero y en perspectiva genere poderosas corrientes revolucionarias.
Varios compañeros señalaron que esa disputa implica exponer y denunciar los lazos que atan a la universidad con los intereses de las clases dominantes, como pueden ser los convenios que sostienen muchas universidades con empresas privadas, poniendo el conocimiento generado de forma colectiva al servicio de las ganancias privadas. En Estados Unidos y otras partes del mundo, hemos visto como la denuncia a los convenios de las universidades con el Estado de Israel que perpetúa el genocidio en Gaza, se ha transformado en una vía de movilización y lucha antiimperialista y antirracista. Como contracara se encuentran los ejemplos de cooperación y solidaridad con sectores obreros y populares, no solo en el apoyo a sus reclamos, sino también poniendo los conocimientos al servicio de esas luchas y de los intereses de la clase obrera en general.
Capitalismo y universidad
La relación entre universidad y capitalismo tampoco es lineal ni está exenta de contradicciones y crisis. En los textos debatidos se distinguieron a grosso modo tres momentos de las universidades en la época contemporánea. Una universidad burguesa y elitista de principios del siglo XX, con un pequeño número de estudiantes provenientes de las clases burguesas y pequeñoburguesas, a la que se refiere León Trotsky en su polémica con Max Adler (“La intelligentsia y el socialismo”, 1910); luego la universidad de masas de postguerra y las contradicciones del capitalismo, analizadas desde diferentes ópticas por Ernest Mandel (“La proletarización del trabajo intelectual y la crisis de la producción capitalista”, 1973) y Juan Carlos Portantiero (en su introducción a “Estudiantes y política en América Latina”, 1978), y que dan lugar al ascenso del 68 marcado por el Mayo Francés, abordado por Daniel Bensaïd (“Mayo 68: ensayo general”, junto a Henri Weber, y “El segundo aliento”, junto a Camille Scalabrini). Por último, la universidad bajo el neoliberalismo con una tendencia global a la mercantilización, desfinanciamiento y privatización, tomando el caso argentino con artículos publicados en Ideas de Izquierda.
Tanto Mandel como Bensaïd y Portantiero plantean que la época de crisis del capitalismo, que ellos ven en la década del 70 cuando escriben, tiene su correlato en la crisis de la universidad. Puntualmente Portantiero examina la transformación histórica y estructural de esta institución en América Latina a la luz de la contradicción central entre universidad y capitalismo. Señala una etapa reformista que surgió como un instrumento de ascenso social para las clases medias, especialmente sus sectores juveniles e intelectuales, quienes vieron en ella una vía de movilidad y democratización en contextos de regímenes oligárquicos cerrados. Sin embargo, en el capitalismo dependiente y tardío que predomina en la región, esa función entra en crisis: la masificación de la educación superior ha generado una sobreoferta de fuerza de trabajo calificada, desbordando las capacidades del sistema productivo para absorberla y desvalorizando los títulos universitarios como pasaporte al ascenso social. La universidad ya no logra cumplir su promesa de movilidad, lo que genera un profundo descontento estudiantil y pone en cuestión su papel dentro del sistema.
La contradicción fundamental, según Portantiero, radica en que la universidad —institución concebida históricamente como espacio selectivo y elitista— se ve tensionada por procesos democratizantes que la masifican, sin que el capitalismo dependiente pueda integrar adecuadamente a los nuevos profesionales. Esto convierte al estudiante en una fuerza de trabajo intelectual precarizada en formación, cuya función social se vuelve ambigua y frustrada.
Aunque la idea de “trabajadores intelectuales” puede ser discutida, creemos que esto tiene profundas consecuencias políticas que deben ser contempladas, pues marca los límites de salidas reformistas dentro de la universidad y la necesidad de darle valores concretos a la idea de “autonomía”. Si autonomía implica alejarse del resto de la sociedad y considerar la lucha de la universidad independientemente de la lucha contra el capitalismo, el movimiento universitario estaría condenando a un corporativismo (es decir, a una visión ensimismada de sus reclamos, limitados sólo a demandas estrictamente universitarias o estudiantiles) obsoleto. Ahora bien, también hay casos en que esta autonomía puede tener un carácter progresivo si la misma se dirige contra el estado capitalista y sus gobiernos, ya sea como respuesta a ataques específicos a la universidad o por la confluencia con luchas de otros sectores sociales (contra la represión, contra la Guerra, etc.). Considerando esto, se puede decir que encontrar aquellos puntos estructurales que impiden la resolución de los problemas universitarios en el marco del capitalismo, permite trazar posibles alianzas sociales y rutas de lucha, particularmente entre el movimiento estudiantil y la clase trabajadora.
Elementos para una definición del movimiento estudiantil
Esas distintas etapas colocan a la universidad cumpliendo distintos roles en la sociedad capitalista, y eso deriva en distintas condiciones de sus miembros, sobre todo del estudiantado. Mientras la universidad elitista de principios de siglo contaba con un estudiantado centralmente de composición burguesa, cuyas tendencias políticas iban predominantemente detrás de partidos tradicionales cuando no de grupos de reaccionarios; la universidad de masas del siglo XX fue cambiado su composición social hasta alcanzar un alto porcentaje de hijos de trabajadores y/o trabajadores mismos, en los que permearon más una heterogeneidad de corrientes políticas, ganando peso en ciertas etapas las vinculadas a la izquierda. Sobre este punto en el taller charlamos que es importante hacer una distinción entre movimiento estudiantil y estudiantado. Mientras este último remite al conjunto de estudiantes sociológicamente hablando –es decir, la totalidad de estudiantes existentes–, el primero remite específicamente a su sector movilizado, como el que interviene políticamente con mayor o menor grado de espontaneidad y organización. Posteriormente hicimos el agregado de que junto con este movimiento estudiantil –a la vez se va modificando en función de las problemáticas sociales que atraviesan a la universidades, las demandas varían por país, por época–, existen corrientes políticas e ideológicas que intervienen en las universidades moldeando a un sector del movimiento estudiantil y también del estudiantado, aún en momentos de pasividad.
Estas distinciones son relevantes porque ayudan a pensar la política de los revolucionarios en este terreno. En el estudiantado se deben reconocer sus diferencias de clase de origen, pero también dar cuenta de que las mismas se pueden ver atenuadas por el carácter transitorio del “ser universitario” que tiende a unificar algunas de sus problemáticas y preocupaciones durante el periodo de permanencia, además del condicionante propio de “el futuro” al que aspiran luego de la universidad, que en muchos casos está vinculado a trabajos asalariados. Es decir, sin desconocer la heterogeneidad de clase que opera en su interior, a la que debemos agregar la creciente proletarización de muchos de sus miembros, tenemos que entender al estudiantado como un sector que puede adquirir una dinámica propia, más aún cuando contemplamos la acción de las corrientes políticas y del movimiento estudiantil (como su capa movilizada), en la formulación de ideas, pautas de acción y sensibilidades que impactan sobre los sectores más “pasivos”. Esto implica reconocer la necesidad de impulsar ampliamente la movilización estudiantil, desplegando instancias de autoorganización y peleando por recuperar las organizaciones tradicionales como centros de estudiantes y federaciones, además de establecer vínculos con otros actores sociales (sobre todo el movimiento obrero,).
Esto no quita la necesidad de advertir que el movimiento estudiantil, en distintas épocas de la historia se ha tendido a dividir en sus tendencias políticas: en Argentina por ejemplo, así como actuó junto al movimiento obrero en el Cordobazo en 1969 también actuó junto a las bandas parapoliciales de la Liga Patriótica en 1919. En las últimas décadas, si bien se han abierto paso corrientes de izquierda con un peso significativo, también se debe mencionar que las universidades fueron base de la formación de cuadros políticos y militancia del radicalismo y del peronismo. De lo que se trata es de rescatar sus tradiciones más combativas y revolucionarias para las luchas del presente.
Esto implicó entonces detenernos en algunas definiciones de movimiento estudiantil. Para eso nos apoyamos en algunas elaboraciones como la de Ernest Mandel, que plantean algunas claves para abordar su estudio, desde su visión sobre las transformaciones del capitalismo en los inicios de los años 70. Mandel argumenta que en el “boom de posguerra”, con la utilización de nueva tecnología (automatización, electrónica, energía nuclear) cambian las condiciones de producción (y de la división del trabajo) profundizando el descenso relativo de la utilización de trabajadores con poca calificación y el crecimiento de la demanda de los altamente instruidos. Incapaz de brindar salarios sustancialmente elevados a un número cada vez mayor de este tipo de empleados, el sistema produjo una proletarización del trabajo intelectual. Esto provocó a su vez nuevas contradicciones, debido a la decisión de los Estados de no destinar los recursos suficientes para ampliar las universidades para formar la mano de obra calificada y forzar a los estudiantes a especializarse en función de las necesidades del mercado. En su visión esto llevó a una contradicción entre el discurso capitalista acerca de la educación y el conocimiento, y las posibilidades efectivas de que este derecho llegue a sectores más amplios. A estos estudiantes Mandel no los considera como parte de una clase determinada sino como un grupo social con orígenes y destinos distintos homogeneizados por un tiempo limitado, por lo que su condición de clase sería híbrida, transitoria. De ahí que el estudiantado esté definido por esa mezcla entre su clase de orígen, su momento presente, y su “destino de clase” una vez graduado (determinado esto a su vez por las circunstancias de esa profesión).
Sin embargo destaca que también la masificación implicó un cambio en la composición de clase del estudiantado, con mayor peso de las clases medias y trabajadores, junto a un cambio en su destino, como proletarios intelectuales. Mandel entiende al auge de los movimientos estudiantiles durante los 60 y 70 como una rebelión contra esta proletarización y contra las contradicciones del sistema capitalista. Los estudiantes, al ser conscientes de su potencial intelectual y su papel en la sociedad, se rebelan contra la alienación y la mercantilización de la educación y el conocimiento. Su mayor imbricación con el proletariado también plantea nuevas posibilidades para la unidad obrero estudiantil. En este sentido la visión de Mandel puede emparentarse con la mencionada de Portantiero, en la medida en que este también da una visión “dinámica” sobre el movimiento estudiantil: para Portantiero, el movimiento estudiantil no puede entenderse sólo desde su origen de clase (la pequeña burguesía, aunque también reconoce la creciente proletarización de sus orígenes) ni exclusivamente como una categoría juvenil sensible a las ideas progresistas, sino fundamentalmente como una fuerza de trabajo intelectual en formación que se enfrenta a las contradicciones del capitalismo dependiente. El autor propone una caracterización del estudiantado que lo vincula directamente con la problemática de los intelectuales y técnicos en la sociedad capitalista: jóvenes que, al ingresar a la universidad, aspiran a una movilidad social que el sistema ya no puede garantizar. Esta situación los coloca objetivamente en una posición crítica frente al orden social, haciendo del estudiantado una categoría ambigua pero potencialmente anticapitalista, cuyo malestar surge del desajuste entre su formación y las posibilidades reales de inserción laboral y social.
Más allá de los aspectos sociológicos que marcan Mandel y Portantiero que nos resultaron pertinentes –aunque requieren actualizaciones en función de las transformaciones de las últimas décadas, por ejemplo en el caso de Argentina se masificó aún más la universidad pública y tendió a proletarizar aún más el estudiantado–, lo cierto es que una de las claves para definir al movimiento estudiantil para nosotros tiene que ver con que al ser la universidad un espacio de debate de ideas, de reflexión sobre asuntos que atañen a todos los problemas sociales contemporáneos (desde la medicina y la técnica, hasta las humanidades), el estudiantado y más aún el movimiento estudiantil cuando emerge es un actor fuertemente atravesado por la política. Es decir, es una capa sensible a las modulaciones y cambios en la sociedad, una “cámara de resonancia”, según la expresión de Trotsky, de las contradicciones sociales más generales (aunque vale aclarar que cuando utiliza esa metáfora, como vimos, se refería a otra etapa de la universidad, para dar cuenta del impacto de la burguesía en la misma, por la fuerte presencia de esa clase social entre el estudiantado y la intelectualidad). Esto se puede rastrear en distintos momentos de su larga historia.
Una “cámara de resonancia”
Corina Luchía menciona en un artículo que ya en 1229, en París, tras una gresca en una taberna de estudiantes, la monarquía suprime la autonomía de la universidad y juzga a los involucrados. Los universitarios reaccionan con una manifestación que ocupa las calles y que termina con una feroz represión que lleva a la huelga estudiantil. El conflicto se mantiene durante dos años, hasta que el Papa se ve obligado a dictar una bula en la que se establecen definitivamente los derechos de los universitarios; además de restaurar la autonomía y la inmunidad se incorpora…el derecho a huelga como derecho inherente a la universidad. Es decir, desde aquella época podemos detectar al movimiento estudiantil como un actor político.
Más adelante podemos ver que en las revoluciones de 1848 (con algunas excepciones) el movimiento estudiantil va a intervenir pero de forma reaccionaria. Trotsky es claro: el idealismo y la actitud heroica de la juventud estudiantil puede ser también para defender ideas reaccionarias. “El estudiantado ametralló a los obreros en junio de ese año de 1848, en París, cuando la burguesía y el proletariado se encontraban enfrentados a un lado y otro de las barricadas. Tras las guerras bismarkianas, de la unificación alemana y del apaciguamiento de las clases burguesas, el estudiante alemán se dio prisa en moldearse en esa figura rebosante de cerveza y vanidad que junto a la del oficial prusiano ilustra de forma permanente las páginas satíricas”, señaló.
Para tomar un proceso progresivo en la historia del movimiento estudiantil, aún en el marco de la universidad de principios del siglo XX, se analizó la Reforma de 1918, iniciada en Córdoba pero con proyección en América Latina. La discusión sobre aquel proceso partió de polemizar con las visiones que suelen reproducir las gestiones universitarias y corrientes políticas como el radicalismo, donde la Reforma es reducida a una acción democratizadora e institucional, limando su carácter insurrecto. El estudio de la movilización estudiantil cordobesa muestra la pelea por la democratización de los órganos de gobierno junto a una ligazón con las luchas del movimiento obrero. Esta unidad obrera-estudiantil dio lugar a una radicalización del movimiento estudiantil, desde la organización democrática en asambleas a la tendencia a la acción directa con huelgas, piquetes, enfrentamientos abiertos con la policía. A esto se suma una crítica al rol de la universidad y los conocimientos adquiridos, junto a un cuestionamiento de la explotación, como parte del clima efervescente tras la Revolución Rusa. Estos sectores luego fueron parte de diferentes experiencias militantes en la izquierda y también produjeron revistas. En términos más generales, quedaron dos perspectivas excluyentes: un camino de presión y confianza en las instituciones, con una visión corporativa de los estudiantes, que fue impotente ante los procesos de contrarreforma; otro camino ligado a una alianza con la clase trabajadora, que posibilitó una radicalización de las acciones y sentó las posibilidades de superar los límites del corporativismo o del mero gremialismo estudiantil.
Con la transformación de la universidad bajo su masificación, en los años ‘60 y ‘70, la politización y la acción política del estudiantado se nutrió de los procesos internacionales más progresivos, como catalizadores de cambios políticos y sociales. Bajo el influjo de la Revolución Cubana, la oposición a la guerra de Vietnam y la solidaridad con las luchas por la liberación en el Tercer Mundo, se desarrolló una impronta antiimperialista y de cuestionamiento al orden y valores capitalistas, elementos profundizados por el ascenso global abierto tras el Mayo Francés. Entonces, podríamos seguir a Bensaïd cuando afirma que: “El medio estudiantil encuentra fuera de la universidad, en los protagonistas principales de la lucha de clases (burguesía y proletariado) los polos de su politización. La lucha de clases encuentra en el crisol de las contradicciones que representa el medio estudiantil, un terreno favorable y fecundo de donde resurge con vigor”.
Las discusiones del taller permitieron recuperar aportes fundamentales del marxismo para comprender el carácter contradictorio de la universidad en la sociedad capitalista, así como las determinaciones estructurales y las potencialidades políticas del movimiento estudiantil. Frente a una institución que históricamente ha oscilado entre su función de reproducción del orden social y su capacidad de albergar cuestionamientos críticos, el movimiento estudiantil emerge como un actor social dinámico, atravesado por tensiones de clase y disputas ideológicas. Entenderlo tanto desde su heterogénea composición de clase, desde la idea de “fuerza de trabajo intelectual en formación”, atendiendo a su “punto de llegada” tras el paso por la universidad, pero también como sujeto político capaz de articularse con otros sectores oprimidos, es clave para pensar una estrategia revolucionaria en este terreno.
Por eso intentamos pensarlo como la franja activa y politizada del estudiantado –no la totalidad de los inscriptos– cuya actividad surge de las distintas tensiones de clase y las contradicciones inherentes a la universidad capitalista, actuando como una capa social sensible respecto de muchas de las aspiraciones, luchas, contradicciones y tensiones de la sociedad, al mismo tiempo que amplificando los conflictos de clase mediante su organización (ya sea en centros de estudiantes y federaciones, como en asambleas, cuerpos de delegados, etc). Esta actividad, si logra radicalizarse, implica un choque con el gobierno y el régimen hacia afuera de la universidad (en potencial alianza con la clase trabajadora) y, hacia su interior supone la disputa por la orientación y la producción del conocimiento. Como vimos, el movimiento estudiantil no tuvo ni tiene una actividad homogénea ni únicamente vinculada con ideas progresivas, sino que históricamente ha transitado de una universidad elitista a una de masas y luego neoliberal, transformando su composición social y sus condiciones materiales. Por eso decimos que dependiendo de las correlaciones de fuerza internas y del contexto histórico, puede impulsar movilizaciones progresivas y alianzas con la clase obrera o, por el contrario, reproducir lógicas corporativas y conservadoras. Desde ya, aquí intentamos recuperar sus mejores tradiciones en función de pensarlo como un actor político, social e ideológico para las luchas del siglo XXI desde una perspectiva socialista y revolucionaria.
Por eso, la elaboración de una política revolucionaria para intervenir en la universidad exige partir de estas determinaciones históricas y estructurales, pero también nutrirse de las experiencias concretas de lucha, desde las más recientes hasta las históricas. Lejos de un enfoque idealista o corporativo, se trata de fortalecer una perspectiva que articule la crítica a la universidad con la crítica al orden social capitalista, apostando a construir una alternativa política anticapitalista en las universidades, pero fuertemente vinculadas al “afuera”. Esto implica tanto el desarrollo de fracciones de izquierda dentro del movimiento estudiantil, como la puesta de una corriente política e ideológica que lo dispute tanto en momentos de actividad como de pasividad. En los próximos artículos retomaremos las siguientes instancias del taller en donde buscaremos seguir profundizando estas elaboraciones, partiendo del diálogo entre teoría y experiencia militante, retomando las experiencias y debates de los años ‘60 y ‘70, hasta llegar a la universidad actual.
Nació en Mosconi, Salta en 1989. Militante del Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS). Miembro del comité editorial del suplemento Armas de la Crítica.
Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica