La recuerdo siempre sonriente, saludando a todos los presentes. Tenía los dientes incisivos superiores separados y eso mejoraba su sonrisa. Y sin embargo su vida personal fue muy dura. Recuerdo aquí a la soprano Victoria de los Ángeles porque, hace unos días, al llegar al hotel Alma, me encontré con la sorpresa de ver expuestos en el mismo algunos de los kimonos que usó la soprano en los más prestigiosos escenarios mundiales interpretando a la geisha Cio-Cio-San, es decir, a Madama Butterfly. Esos kimonos fueron un regalo del doctor Alfredo Rocha, director del servicio médico del Hospital de San Pablo, quien además de practicar la medicina frecuentó mucho la música. Me cuentan que esos kimonos le fueron encargados al mejor diseñador japonés de esa prenda. Alguien equivalente a Balenciaga.

Uno de los quimonos expuestos en el hotel Alma
ÀLEX GARCÍA
Observando uno de esos quimonos creí escuchar una de esas noches de éxito y aplausos que vivió Victoria de los Ángeles, mujer arruinada económicamente por su marido y madre abnegada de dos hijos. Uno de ellos murió en un accidente de tráfico y el pequeño, también ya fallecido, nació con síndrome de Down. Pero la soprano barcelonesa siempre sonreía. En otro de los quimonos expuestos en el hotel Alma también se puede admirar la sombrilla japonesa que una de las amantes de Giacomo Puccini le regaló a Victoria de los Ángeles. Parece ser que le dijo: “A Giacomo le hubiese gustado escucharla en la Butterfly que acaba usted de interpretar”. Quizá en la historia de la geisha japonesa Cio-Cio-San había algo en lo que Victoria se veía reflejada. Ya saben: la mujer japonesa se enamora de un teniente de la marina estadounidense, Pinkerton, se casan y tienen un hijo. El marino, que no está enamorado, regresa a Estados Unidos y allí se vuelve a casar con una compatriota. Cio-Cio-San, siempre esperando, canta ante su criada el aria que yo ahora recuerdo en la voz de Victoria de los Ángeles: Un bel dia, vedremo . Pero ese bello día que esperaba ver, vivir, no llega. Pinkerton sí regresa a Japón, pero solo para llevarse a su hijo con él, Cuando el marino se lleva al hijo, Cio-Cio-San se retira y se suicida con el mismo cuchillo que se suicidó su padre.
Aquella mujer que siempre sonreía hablaba a menudo por teléfono con Maria Callas
Según cuenta Helena Mora, presidenta de la Fundación Victoria de los Ángeles, aquella mujer con sombrero y bolso a juego que siempre sonreía hablaba a menudo por teléfono con Maria Callas, sola y sufriente entonces en su piso de París. Y siempre que actuaba en Londres era invitada por la reina Isabel II a tomar el té, pero nunca presumió de ello. Ahora mientras escribo esta columna recuerdo su funeral en Santa María del Mar. Recuerdo la entrada solemne de su ataúd en la basílica mientras el coro y la orquesta del Liceo interpretaban un fragmento de Parsifal. Fue un momento inolvidable, de gran emoción. Aunque quizá prefiero imaginarla interpretando esa aria de la ópera La Wally, compuesta por Alfredo Catalani, que dice así: Ne andró lontana come va l’eco della pia campana . Me iré lejos como el eco de la piadosa campana.