Por Maíl Galo.
El reciente informe sobre la población ocupada en la Ciudad de Buenos Aires (CABA) arroja una cifra impactante: el 12,6% de los trabajadores porteños (más de 198 mil personas) combinan dos o más empleos. A primera vista, la estadística podría interpretarse bajo la lógica neoliberal como un signo de ambición o dinamismo económico. Sin embargo, al analizar la realidad subyacente—la precarización, los bajos salarios y la extensión de las jornadas—, el pluriempleo emerge no como una elección, sino como la manifestación más cruda del colapso del trabajo estable y formal.
La Precariedad Disfrazada de Dinamismo
La realidad del trabajador pluriempleado de CABA es la de un sujeto que destina un promedio de 46,1 horas semanales a generar ingresos. Este fenómeno, impulsado por la necesidad de «complementar ingresos o mantener su nivel de vida ante la pérdida de poder adquisitivo,» es la prueba de que el mercado laboral ha fallado en garantizar una vida digna con una sola fuente de ingresos.
Lo alarmante no es solo la cantidad de horas, sino la calidad del vínculo laboral. Los datos señalan que, incluso entre los asalariados, el 28,4% no tiene descuentos jubilatorios, una cifra que revela la profunda penetración de la informalidad en el núcleo del sistema. El trabajo formal con todos sus derechos y garantías es una excepción, no la regla. El trabajador está obligado a ceder estabilidad y derechos a cambio de la mera subsistencia.
Además, el informe destaca que más de seis de cada diez pluriempleados poseen certificaciones de nivel superior completo. Esto desmantela el mito de que la educación superior es el blindaje contra la precarización. Por el contrario, la alta calificación se ve forzada a diluirse en múltiples empleos de menor estabilidad, evidenciando una devaluación sistémica del conocimiento y el esfuerzo profesional.
El Cuerpo Productivo y el Biopoder de la Precariedad
Desde una perspectiva de crítica universitaria, como la que articula Michel Foucault, el fenómeno del pluriempleo y las jornadas extendidas debe leerse como un mecanismo de biopoder contemporáneo. Foucault describió cómo las sociedades modernas controlan a los individuos no solo a través de la represión, sino administrando y optimizando sus vidas, sus cuerpos y su fuerza productiva.
En este contexto, la productividad deja de ser una cualidad del trabajo para convertirse en un imperativo existencial.
El bajo salario y la inestabilidad son las herramientas silenciosas que obligan al trabajador a auto-regularse y a auto-explotarse. Si el salario de un empleo no alcanza, la presión es internalizada: el trabajador se convierte en su propio supervisor, buscando constantemente un segundo, y a veces un tercer, turno o tarea.
«El cuerpo se convierte en blanco, en objeto y en blanco de poder,» tal como lo conceptualizaba Foucault.
El pluriempleado no solo entrega 46 horas a la semana, sino que vive bajo un régimen de panoptismo auto-impuesto: su tiempo libre, su descanso, su ocio, todo es colonizado por la necesidad de ser «productivo» para mantener la supervivencia económica. Ya no es el patrón vigilando al obrero, sino la crisis económica la que obliga al trabajador a vigilarse a sí mismo para no caer en la indigencia. El pluriempleo es, por lo tanto, la extensión de la disciplina capitalista a la totalidad de la vida.
El Fracaso de la Estabilidad
El pluriempleo en CABA no es un dato de color sobre la cultura del esfuerzo; es un síntoma de enfermedad laboral. Es el espejo de un modelo económico que sistemáticamente abarata el costo de la vida del trabajador a través de salarios devaluados e inestabilidad estructural.
Este sistema genera un círculo vicioso: la falta de un empleo formal, estable y con un salario digno empuja al trabajador a un pluriempleo precario que, a su vez, profundiza la informalidad y la explotación de tiempo y cuerpo.
Mientras la economía celebre el dinamismo de un mercado que obliga a la población a trabajar casi cincuenta horas a la semana bajo la amenaza constante de la insolvencia, la sociedad estará pagando el costo en salud, tiempo personal y derechos. La nota no debe ser la del esfuerzo individual, sino la de la responsabilidad colectiva de exigir un trabajo que sea, de nuevo, el camino hacia la estabilidad y no solo hacia la supervivencia extenuante.
La Informalidad: La Anulación de Derechos
Esta masiva informalidad (que supera el 42% a nivel país y golpea con especial violencia a la juventud, alcanzando casi al 60% en algunos segmentos) es la estrategia de flexibilización definitiva. El sistema no solo precariza el salario, sino que despoja al trabajador de su futuro (sin aportes) y lo mantiene en un estado de vulnerabilidad permanente. El derecho a un retiro digno se extingue, obligando a una productividad infinita que solo cesa con la vejez o el colapso físico, extendiendo la disciplina del trabajo hasta el final de la vida.





