Villa Miralta, el asentamiento ubicado en los márgenes de la ruta 9, sobre la autopista Córdoba-Rosario, experimentó un aumento poblacional alarmante en los últimos meses. Según los propios vecinos, en febrero del año pasado había registradas unas 45 familias, pero hoy la cifra supera las 70, con al menos 25 de ellas viviendo en la zona más expuesta, bien pegada a la transitada ruta.
Evelin, una referente de la comunidad, detalló que hay más de 100 niños habitando ese sector, muchos de ellos en situación de extrema vulnerabilidad. “Hay madres con seis hijos, familias con doce, y la mayoría tiene entre cuatro y cinco niños”, explicó.
La precariedad de las viviendas agrava la situación: construcciones de madera, chapas oxidadas y plásticos que no resisten las lluvias.

Inundaciones, falta de servicios y miedo constante
Cuando llueve, el agua arrastra todo hacia las casas de la parte baja de la villa. “Se nos filtra por todos lados, se mojan las paredes y hay cortes de luz porque los cables quedan expuestos”, relató Evelin a La Voz.
A esto se suma la falta de infraestructura básica: solo tienen una manguera para abastecerse de agua, no hay alumbrado público, ni cordón cuneta, ni asfalto.
Pero el peligro más inmediato es la ruta. “Los camiones pasan a toda velocidad, y con las lluvias, el riesgo aumenta”, advirtió Evelin.
La presencia policial en la zona, según confirmaron efectivos a este diario, busca prevenir siniestros y evitar posibles cortes de ruta, aunque reconocieron que, por ahora, no se registraron incidentes graves y la situación esta controlada.
Además, los vecinos denuncian que, pese a los reiterados censos y visitas de funcionarios en épocas electorales, las promesas de relocalización nunca se concretan. “El año pasado nos dijeron que nos iban a sacar antes de Navidad, pero nunca pasó”, recordó Evelin con frustración.
Mientras tanto, la solidaridad entre los residentes mantiene en pie un merendero que funciona desde 2019, en plena pandemia, llamado “Mis pollitos de Miralta”. Allí reparten comida los jueves y meriendas los sábados, además de recibir donaciones de ropa y frazadas.
“Es un lugar donde las madres saben que pueden pedir ayuda si necesitan algo”, destacó Evelin.

Un origen marginal y la esperanza de un futuro mejor
El asentamiento nació en lo que antes era un basural utilizado por carreros. Con el tiempo, familias sin recursos se asentaron en el lugar, y en los últimos meses, la población creció notablemente.
Pese a las duras condiciones, los vecinos no pierden la esperanza. “Queremos un barrio seguro donde nuestros hijos puedan crecer sin miedo”, manifestó Evelin.
Entre las familias de Villa Miralta, las historias se repiten: madres solteras, personas con discapacidad y adultos mayores que sobreviven en condiciones inhumanas. “Acá hay madres embarazadas que no tienen dónde ir, gente que duerme con el agua entrando en sus casas cuando llueve”, relató otra vecina.
Es así que el comedor comunitario se convirtió en un espacio clave no solo para alimentarse, sino también para organizarse.
“Cuando llueve mucho, nos juntamos en algún punto para juntar donaciones, el último fue en la plaza Lavalle donde juntamos muchas cosas con la ayuda de la gente”, explicó Evelin.
Aunque en el pasado se habló de proyectos de urbanización, nada se materializó.
Los vecinos aseguran que, más allá de los censos, no han visto avances reales. “Siempre es lo mismo: vienen, anotan, sacan fotos y después desaparecen”, lamentó un residente.
Mientras tanto, la villa sigue creciendo, y con ella, los riesgos. La falta de cloacas, la proximidad a la ruta y la ausencia de políticas efectivas mantienen a Villa Miralta en un limbo de vulnerabilidad y olvido.