El contraste es contundente. Lo expresan ellos mismos al cabo de unos pocos kilómetros: la adrenalina que provoca el cuerpo en acción, respondiendo al impulso runner, choca con el sinsabor que les deja avanzar sobre un paisaje que se asemeja más a un terreno de montaña que al parque verde, llano y prolijo que hasta hace unos días fue uno de los principales espacios recreativos de Bahía Blanca.
Ahora, después de la inundación, de la violencia con que llegó el agua a la ciudad, el Parque de Mayo luce irreconocible: senderos cubiertos de barro seco, las vías del FerroExpreso Pampeano que lo acompañan a un lado retorcidas y piedras esparcidas en el terreno como si hubieran llegado en avalancha. La memoria del desastre está impresa en el paisaje.
«Era difícil salir», admite Vivian Villarreal, corredora que volvió al parque «una vez que organicé mi mente». El principal impedimento que encontró la decisión de retomar el running radicaba en una cuestión de empatía y respeto.
Contó que en esos primeros días «era difícil salir y ver la situación del otro, de todo el desastre que dejó la inundación», a pesar de que en lo personal no la afectó mucho. «Pero a mi alrededor, con vecinos que lo han perdido todo, es muy feo. Es realmente muy feo lo que pasó».
Como para otros corredores que frecuentan el Parque de Mayo, Vivian se encontró con un paisaje distinto: «La zona quedó detonada, me causó una sensación extraña cuando vine el primer día, me hizo pensar en esos ríos de San Luis cuando les falta agua y son todo piedra».

La sugerencia, dijo, para correr en ese nuevo escenario es «avanzar con cuidado para no lastimarse, pero avanzar, porque la actividad física lo es todo: ¡Vamos para adelante!».
El Parque de Mayo tiene una superficie de más de 60 hectáreas forestadas, cuenta con cancha de fútbol, de básquet, de sóftbol, un anfiteatro, pista de bicicross, bicisendas, un skatepark, juegos infantiles y un lago artificial con peces y patos por el que se puede pasear en hidropedales biplaza. El portal de entrada está en Alem y Córdoba, al sur de la sede de la Universidad Nacional del Sur.

En el resto de la ciudad las vidrieras de los comercios y en los frentes de las casas o edificios quedó marcada una línea de barro que indica la altura a la que llegó el agua, se ven a los 50 centímetros del piso y en algunos sitos sobre el metro, hasta un metro ochenta en las zonas más bajas.
Pero no en el parque. Aquí la destrucción está al ras del suelo, con árboles caídos, senderos socavados o bien ocultos por la cantidad de escombros que arrastró el agua.

Hay algunos sitios, los que lindan con el canal del arroyo Maldonado, donde los ciclista dejan de pedalear y avanzan con la bici a un lado.
Sebastian Susbielles -tiene el mismo apellido que el intendente de Bahía Blanca pero ningún parentezco con él-, señala el lugar donde antes había un puente, el que conectaba el parque con el Paseo de las Escultura. «Todavía no tenemos la seguridad necesaria para poder transitar acá adentro», explica.

«Esto está irreconocible», dice Giuliano Menichelli al frente de una de las salidas del parque que conduce a La Carrindanga, camino histórico de Bahía Blanca. «Es un lugar donde vienen a entrenar ciclistas, runners, un lugar prolijito, con caminos, una senda para correr, pero ahora no se ve el camino, pareciera que estamos corriendo en una montaña por la cantidad de piedras y pedregullo que hay».

Entiende que llevará un tiempo recuperar la belleza y el orden que tenía el Parque de Mayo antes de la inundación del 7 de marzo.
«Salgo a entrenar porque uno lo necesita a nivel psicológico, pero no es nada lindo ver estos paisajes, saber que muchas familias perdieron todo, ver lugares devastados», sostuvo. «Cuesta abstraerse de lo que ocurrió hace tan poco tiempo».
Mar del Plata. Corresponsal
MG