Oprah Winfrey, Reese Witherspoon y Jenna Bush Hager se veían eufóricas en el escenario de la Fundación Ford en Manhattan a principios de este año, posando con un nuevo libro. La multitud era tan numerosa que hizo falta una sala adicional. El libro era The Tell (aproximadamente, Lo que delata), un texto autobiográfico de Amy Griffin, autora debutante y una de las mujeres más ricas del país. Griffin no solo obtuvo la primera promoción conjunta por parte de esas tres influyentes líderes del club de lectura, sino que Oprah Winfrey escogió además The Tell como su 112ª elección propia para el club de lectura.

En sus memorias, Griffin, de 49 años, escribe que hizo una terapia ilegal con drogas psicodélicas. Bajo los efectos de la MDMA, sustancia activa del éxtasis, o Molly, recordó haber sido violada en numerosas ocasiones por un profesor de secundaria en Amarillo, Texas, desde que ella tenía 12 años.
“Yo sabía que esos recuerdos eran reales”, escribe Griffin. “Mi cuerpo sabía lo que me había pasado. Cómo temblaba al contar mi historia, cómo se me llenaban los ojos de lágrimas ante la sola mención de Texas».
Amy Griffin cobró casi un millón de dólares por escribir su historia, según dos personas con conocimiento del trato. El libro causó sensación inmediata y recibió el apoyo entusiasta de celebridades e influencers con enorme cantidad de seguidores en redes sociales.
Gran cantidad de simpatizantes eran amistades de Griffin, integrantes de un mundo selecto en el que la gente multimillonaria y famosa comparte aviones privados para escapadas remotas y muestran sus relaciones en Instagram.
Otra parte también colaboraba con empresas, organizaciones benéficas y campañas políticas que reciben apoyo financiero de Amy Griffin, que figura en la junta directiva del Museo Metropolitano de Arte y en Bumble, la empresa matriz de la aplicación de citas del mismo nombre.
«Es un libro increíble», comentó Gwyneth Paltrow en el podcast de Goop, presentando a Griffin sin revelar que la autora era inversora en la empresa creada por la actriz. «Estoy profundamente orgullosa de ella», continuó Paltrow, para describirla como «una hermosa mujer, increíblemente positiva y brillante».
Cien mil ejemplares
The Tell vendió más de 100.000 ejemplares, según Circana, un servicio de monitoreo de la industria. En la reciente primavera boreal permaneció cuatro semanas en la lista del New York Times de libros más vendidos de no ficción de tapa dura y recibió elogios de numerosos lectores. Por lo demás, impulsó a que Griffin hiciera una gira publicitaria digna de una ganadora del Óscar.
Luego del movimiento MeToo, las historias de abuso sexual suelen recibirse con compasión y apoyo, no con cuestionamientos inquisitivos. The Tell también se benefició gracias a la creciente dependencia de la industria editorial de libros relacionados con celebridades que pueden aumentar las ventas. Muchos de estos libros son memorias, que rara vez se verifican.
Luego del movimiento MeToo, las historias de abuso sexual suelen recibirse con compasión y apoyo, no con cuestionamientos inquisitivos.
Pero cada vez más personas vienen expresando sospechas acerca de The Tell, incluso en reseñas en internet. Algunas han cuestionado la confiabilidad de recuerdos de décadas de antigüedad desenterrados durante la terapia asistida con fármacos. Otras se han preguntado cómo pudo ocurrir semejante abuso en una escuela pública sin que nadie mayor detectara pistas.
“Es un libro que el complejo industrial de los medios ha absorbido por completo”, opinó la mordaz columnista Maureen Callahan refiriéndose a las memorias en su podcast “The Nerve” (Valor, Osadía). “Y del otro lado”, añadió, “hay un tipo que no tiene el dinero, el poder ni los recursos de Amy Griffin”.
The Tell ha sido tema de conversación desde en la conservadora región del Panhandle de Texas donde queda Amarillo hasta las urbanizaciones costeras de alto nivel en East Hampton y los laboratorios bien financiados de la industria farmacéutica. En los últimos meses The New York Times entrevistó a decenas de personas de Amarillo, de la industria editorial, de comunidades médicas y relacionadas con la MDMA, así como a autoridades de Texas, y revisó la propuesta de libro que Amy Griffin utilizó para presentar su proyecto a las editoriales.
Una compañera de clase compartió relatos detallados de cómo fue atacada ella –por un profesor diferente– en los mismos lugares que describe Griffin, incuso en un mismo baile de la secundaria.
Saber qué sucedió entre Amy Griffin y su profesor a finales de los años 80 quizá sea imposible. En el libro, la propia Amy reconoce que no tenía forma de confirmar su relato: “No había ninguna prueba irrefutable, ninguna evidencia física, ningún rastro tangible. No había habido testigos”.

Aun así, el libro ha tenido importantes repercusiones para quienes estuvieron en el círculo de la infancia de Griffin. También ha hecho que buen número de quienes viven en Amarillo, una ciudad de 200.000 habitantes, en cierto modo se sientan bien observados, pero igualmente reducidos a una caricatura por una autora que desde hace décadas no vive allí.
Tras la avalancha de publicidad, las autoridades policiales de Amarillo y activistas por los derechos de las víctimas esperaban acusaciones de más estudiantes contra el maestro de Griffin, que trabajó en el distrito escolar durante 30 años. Durante su carrera como educador, nadie presentó una denuncia en su contra, de acuerdo con información de las autoridades educativas y policiales del estado, ni tampoco a partir de la publicación del libro.
Las acusaciones de Amy Griffin se basan en sus experiencias en terapia con un psicodélico ilegal que la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU.(FDA por sus siglas en inglés) no aceptó aprobar para uso terapéutico el año pasado, fármaco que está respaldado por una empresa en la que, a través de su fundación, han invertido Griffin y el esposo. Si el producto realmente ayuda a los pacientes a recuperar recuerdos precisos es tema de debate.
Rick Doblin, principal defensor y especialista en el uso terapéutico de la MDMA en el país, afirmó haber puesto en contacto a Griffin con sus terapeutas. En una entrevista de principios de año Doblin comentó haber leído varios borradores del libro y lo calificó de «importante».
Sin embargo le restó importancia a la exactitud de los recuerdos recuperados con MDMA, afirmando que a menudo son «simbólicos». “Sea real o no –es decir, si el incidente ocurrió realmente–, desde la perspectiva terapéutica no importa”, sostuvo. “Muchas veces las personas elaboran historias que les ayudan a darle sentido a su vida».
“En el ámbito terapéutico”, agregó, “lo que vivió Amy, sea cierto o no, tiene valor porque la emoción es real«.
Doctor en Políticas Públicas, Rick Doblin afirmó que “los recuerdos aterradores que la gente borra de su mente regresan bajo efecto de la MDMA” pero “hay que mantener algo de escepticismo, supongo, con los recuerdos recuperados”. (El día anterior a la publicación de este artículo, Doblin se contactó con The New York Times e insistió en que creía que los recuerdos de Griffin eran reales).
Griffin describe con tanta precisión al profesor al que acusa de agredirla que algunos lectores de Amarillo pudieron identificarlo, a pesar de que ella le puso un seudónimo. The Times también pudo averiguar la identidad del individuo: en la propuesta de libro enviada a las editoriales, Amy Griffin cita por su nombre al violador e incluye detalles acerca de una tragedia familiar que sufrió ese profesor. El nombre también fue compartido entre gente de Amarillo por familiares de Griffin tras enterarse de los recuerdos recobrados de ella.
Durante más de tres meses Amy Griffin rechazó las solicitudes de entrevistarla. Penguin Random House, editorial de The Tell, no informó al profesor acerca del libro ni de sus acusaciones antes de la publicación porque entendía que la identidad del involucrado estaba suficientemente oculta, según Thomas A. Clare, abogado especializado en asesoramiento autoral en lo referente a difamación. No está definido si se notificó a las autoridades escolares locales. Un abogado del Distrito Escolar Independiente de Amarillo declinó hacer comentarios.
El profesor no respondió las cartas que se le dejaron ni las que se le enviaron por correo a su casa, como tampoco los pedidos de comentarios por correo electrónico. Algunas personas que trabajaron y asistieron a la escuela secundaria en cuestión dicen estar preocupadas por el fantasma del abuso infantil no detectado. Pero a otras les alarma que un docente con un historial intachable haya sido considerado violador sin posibilidad de defenderse. Sin excepciones, nadie dice haber visto por la ciudad al profesor, ahora jubilado, a partir de la publicación del libro.

A principios de este mes, The Times le envió al abogado Thomas Clare una lista de 11 páginas con preguntas e información de probable inclusión en este artículo, con fines de verificación de datos. Clare estimó que “el mero envío de este documento ha causado un trauma adicional y extremo daño físico y emocional a una sobreviviente de agresión sexual, lo cual es inexcusable”.
“Lo más honesto”
Transcurrida la presentación del libro en la Fundación Ford, donde la actriz Mariska Hargitay moderó un debate, Griffin se puso en marcha. Fue entrevistada por la estratega empresarial y feminista Sheryl Sandberg (en Menlo Park, California), la periodista y escritora Hoda Kotb (en New Canaan, Connecticut), las actrices Reese Witherspoon (además teórica y activista; en Nashville) y Gwyneth Paltrow (además comunicadora y empresaria; en Summerland, California) y la presentadora de TV y escritora Jenna Bush Hager (en Austin, Texas).
Para el podcast de Oprah Winfrey, Griffin se sentó con la presentadora ante las cámaras y frente a un público absorto. En el podcast de la multifacética emprendedora Martha Stewart comentó que consideraba la terapia con MDMA como «un permiso para entrar, explorar y ser compasiva conmigo misma». En el programa de la actriz Drew Barrymore, las mujeres se tomaban de la mano mientras Amy Griffin describía su libro como «sin duda, lo más honesto que jamás haré en la vida».

Las apariciones se han visto potenciadas por la selección de Griffin en la primavera pasada como una de las personas «más influyentes» del año por la revista Time. «Al sincerar su intimidad se convirtió en referente para las mujeres de todo el mundo», escribió Witherspoon en un ensayo para la revista.
En The Tell, Griffin retrata los días felices de su infancia en Amarillo en la década de 1980, con chicas que iban en bicicleta con asiento de tipo banana a las casas de golosinas. Pero en la secundaria, escribe, su idílica vida dio un giro aterrador, que, según ella, recordaría más de tres décadas después con ayuda de MDMA, a la que se refiere como «la medicina».
“Lo primero que recuerdo es mi cabeza golpeándose contra la pared”, escribe Griffin. Y después “Oí un ruido metálico cuando la hebilla del cinturón de él cayó al suelo”.
Habla de los lugares donde dice que fue agredida: el baño de la escuela secundaria, el vestuario, un aula y debajo de las gradas. “Allí también me violó”, pone. El abuso se describe como violento y descarado.
Apunta que el profesor le ató las manos a la espalda con una pañoleta y describe «su pene en mi boca» y «su vello púbico en mi cara». Dice que la golpeó, la arrastró por el suelo del baño y le lavó la boca con jabón. La noche del baile de octavo año, anota Griffin que la agredió en su aula. «Si se lo contás a alguien», asegura que en un momento dado le dijo el hombre, «te arranco los dientes».
En el libro se lee que la agresión final ocurrió cuando Amy tenía 16 años. Ella iba camino a un partido de tenis y se topó con el profesor. Momentos después, se encontró siguiéndolo “aturdida” hasta la sala para equipos del centro de tenis.
Al referirse a este incidente Griffin encara el posible escepticismo de quien lee, como suele hacerlo con frecuencia en el libro: “Cualquiera supondría que al recordar esto yo debería haber pensado ¿Pero no tenía dieciséis años ya? Que debí preguntarme ¿Por qué no lo detuve? Que debí pensar ¿Cómo pudo haber hecho eso él en un lugar tan público? ¿Por qué no le dije que no?. Que debí pensar ¿Dónde estaban mis límites?».
“Pero no pensé en nada de eso”, escribe. “En los brazos dorados de la medicina, la compasión que sentí por la Amy joven fue absoluta».
Una vida aparentemente perfecta
Griffin creció siendo descendiente de una de las familias más influyentes de Amarillo, los Mitchell. Cuando ella era joven tenían unos 50 negocios de la cadena Toot’n Totum de minimarkets, estaciones de servicio, comidas y demás. Ahora tienen 100, por lo que informa un extenso artículo publicado meses atrás en la revista de estilo de vida Brick & Elm, de Amarillo.
Luego de graduarse en la Universidad de Virginia en 1998, Amy trabajó en marketing para la revista Sports Illustrated, puesto que dejó varios meses antes de casarse con John A. Griffin, cuyo ex fondo de inversión Blue Ridge Capital administraba en su apogeo cerca de 9.000 millones de dólares. La pareja tiene cuatro hijos y vive en una residencia urbana de lujo en el Upper East Side de Manhattan que compraron en 2019 por 77 millones de dólares. También poseen viviendas en varios lugares como las Bahamas y Nueva Zelanda.
A través de G9 Ventures, compañía que creó en 2017, Griffin invierte en empresas fundadas por mujeres. De acuerdo con un correo electrónico enviado a The Times por su agente de relaciones públicas, Amy Griffin es la «inversionista en startups» que está detrás de empresas como Goop.
En The Tell, Griffin escribe que su vida adulta podría haber parecido encantadora a ojos de otras personas, pero que ella no siempre fue feliz.
Recuerda que su hija de 10 años y ella tuvieron una pelea con portazos en la que la nena cuestionaba la necesidad de su madre de parecer perfecta. «¿Te das una idea de lo difícil que es tenerte de madre?», le preguntó, según The Tell.
Antes de tomar la pastilla de MDMA, Griffin le había dicho al coordinador terapéutico “Hay algo que no puedo afrontar. Sé que me pasó algo, algo de esto que estoy hablando. Pero no sé qué es”.
A los cinco minutos de empezada la sesión, cuenta en el libro, Amy se incorporó y preguntó “¿Por qué está aquí él?”. El coordinador le preguntó “¿Quién?”.

“El señor Mason. De mi escuela secundaria”, contestó Amy. (Señor Mason es el seudónimo que la autora usa para el profesor en el libro). Griffin describe en The Tell dos experiencias más con MDMA y sesiones de psicoterapia posteriores con un profesional que le aseguró que sus recuerdos violentos probablemente fueran reales.
Consigna que este profesional le dijo “No tengo motivos para sospechar que sean recuerdos falsos ni implantados”.
“No puedo dejar de escribir este libro»
Amy Griffin reunió a un equipo de especialistas en derecho y en investigacion privada para que la ayudaran a presentar una demanda contra el profesor.
Un abogado le advirtió sobre posibles consecuencias. «Usted es más rica que su ex profesor», menciona Griffin que le dijo el letrado. «Si le levanta cargos, existe la posibilidad de que él la demande por difamación».
Aun así, otro de los abogados se dirigió a la fiscalía de distrito de Amarillo, lo cual motivó la llamada telefónica de un detective de la policía a quien Amy se refiere en el libro como sargento Hank Jones.
Griffin cuenta que el abogado le aconsejó no decirle a la policía que sus recuerdos de violación se habían recobrado mediante el consumo de psicodélicos ilegales. (Al solicitarle hacer comentarios, el abogado no respondió).
A lo largo de una conversación de dos horas, escribe Griffin que le detalló sus recuerdos de abuso al sargento Jones. «Esta es una de las llamadas más convincentes que he tenido en todos mis años de experiencia», comentó el detective, basándose en el libro.
Pero antes de que él pudiera empezar a investigar, Amy Griffin escribe que el sargento la llamó con noticias decepcionantes. Los incidentes de la secundaria que ella le denunció habían prescripto. (En 2007 el estado de Texas eliminó la prescripción para la mayoría de los delitos sexuales contra menores, pero el caso de Griffin no pudo ser amparado). “No se iba a hacer justicia”, escribe Griffin.
Consideró presentar una demanda civil, pero finalmente eligió no hacerlo. Decidió escribir un libro. Contrató a Sam Lansky, un escritor fantasma que contribuyó a redactar la autobiografía de Britney Spears, La mujer que soy.
“Como me lo han recordado amigos de alto perfil de mi red”, escribe Griffin en su propuesta de libro, “tengo la suerte de tener una vida muy gratificante y plena, y no obstante haberme aferrado a mi privacidad y mi anonimato. ¿Por qué habría de arriesgar eso atrayendo la atención que generaría publicar este libro? Y, sin embargo, sé que debo hacerlo. No puedo dejar de escribir este libro«.
La compañera de clase
Además de Griffin y el señor Mason, «Claudia» –seudónimo de una compañera del colegio secundario– es uno de los personajes más importantes de The Tell.
A lo largo del libro, Griffin expresa que albergaba la sospecha de que Claudia también había sido abusada de chica por el señor Mason, sobre todo porque se acordaba de haberlos visto juntos en un pasillo de la escuela con la mano del profesor sobre el hombro de Claudia.
En The Tell, Amy Griffin recuerda haberle prestado a Claudia un vestido para un Cotillón, baile independiente de la escuela. Esto se convierte en una anécdota central del libro. “La alegría que sentí al poder ofrecerle a Claudia ese vestido fue inmensa”, escribe.
También escribe que “en mi memoria, el vestido, Claudia y el señor Mason estaban vinculados de una manera misteriosa que yo no podía explicar”.
Al cabo de su experiencia con MDMA, Amy Griffin expresa que sintió urgencia de volver a conectarse con Claudia. De acuerdo con el libro, se encontraron en un café. «El señor Mason abusó de mí desde séptimo año», dice Amy que le contó a Claudia. Después le preguntó si Mason también había abusado de ella. Claudia le dice que no. Representantes de Griffin se negaron a revelar la identidad de Claudia.

Basándose en la lista del alumnado de un anuario de la escuela, The Times entrevistó a muchos compañeros de Griffin, entre ellos una que afirmó haber sufrido abuso sexual durante la secundaria por parte de un profesor diferente del que indica Amy. Ese hombre abandonó el distrito escolar de Amarillo hace décadas.
La compañera de clase, que creció en un hogar comunitario de asilo para menores en Amarillo, tiene recuerdos nítidos que encajan con las anécdotas centrales de The Tell.
Al ser contactada periodísticamente, la mujer respondió que se acordaba de Griffin, pero que «no conocía el libro». Tras recibir un ejemplar de las memorias por correo y leerlas, dijo que se sintió profundamente desconcertada. Algunas de las descripciones en The Tell sobre las agresiones sufridas por Griffin son inquietantemente similares al abuso que sufrió ella misma, dejó saber. Desde entonces ha contratado un abogado.
La compañera de clase accedió a hablar con The Times en condición de anonimato, ya que nunca había querido hacer pública su vida privada.
Declaró que el abuso la había atormentado durante décadas y que se lo había confiado a algunas personas cercanas, entre ellas a una hija. Ya adulta, la hija dijo a The Times que su madre le describió las agresiones doce años atrás.
Hoy, la vida de Griffin y la de su compañera de clase son marcadamente diferentes. Hacia finales de junio, mientras Amy Griffin viajaba a la boda de Jeff Bezos y Lauren Sanchez en Venecia, la compañera trabajaba como asistente domiciliaria de un paciente con Alzheimer por 21 dólares la hora.
En la secundaria, Griffin y su compañera no eran amigas, pero sus vidas se cruzaron en la escuela y a raíz de la iglesia. La compañera, que aludió a una infancia de profundos abusos y transitoriedades, recordó que mientras ella se esforzaba para ser aceptada por las chicas más apreciadas, Griffin, su líder, la trataba con distante benevolencia.
La compañera de clase aclaró a The Times que le había pedido prestado un vestido a Griffin para el Cotillón, pero que finalmente no pudo asistir. Lo usó en cambio para el baile de octavo año de la escuela.
En ese baile, escribe Amy Griffin en el libro que ella misma fue violada mientras tenía puesto un vestido prestado.
“Yo estaba en el aula del señor Mason”, escribe Griffin. “Era de noche temprano y afuera todavía había luz. Al vestido con volados lo tenía subido por encima de la cabeza y yo estaba doblada sobre un escritorio mientras él me violaba por detrás. Podía sentir el peso del vestido sobre mi cabeza, tapando la luz».
En distintas entrevistas la compañera de clase relató con detalles su propia experiencia en ese baile. Señaló que había salido de la pista con su abusador –un profesor que no era Mason– y fueron a un armario de suministros con el pretexto de buscar adornos. Allí el profesor la tomó por asalto y, en el proceso, ensució el vestido que le había prestado Amy Griffin.
La compañera recordó la vergüenza que sintió cuando ella y el profesor se reunieron con la multitud, ella con el cabello despeinado y lo que describió como un olor a sexo que se le había pegado. En el momento estaba segura de que diferentes estudiantes sabían por qué ella y el profesor se habían ido y regresado juntos, pero dijo que nunca lo mencionaron explícitamente.
También contó la compañera que recordaba haber devuelto el vestido en una reunión de jóvenes de la iglesia en casa de Amy, donde se disculpó efusivamente por la mancha. (El abogado de Griffin informó que la familia de ésta nunca había recibido a un grupo de la iglesia en su casa).
Thomas Clare, el abogado de Griffin, afirmó que la compañera entrevistada por The Times no era el personaje a quien Amy se refiere como Claudia en el libro. Añadió que The Times había sido «engañado por una fabuladora» y amenazó con presentar una demanda, alegando discrepancias entre lo que escribió Griffin y lo que la compañera le contó a The Times.
Entre esas discrepancias, la compañera de clase declaró a The Times que se había reencontrado personalmente una vez con Griffin en los últimos años y el abogado de Griffin dijo que Amy lo negaba.
El señor Clare también cuestionó la veracidad de la mujer al afirmar que existían similitudes entre su historia y el relato descrito por Amy Griffin en el libro. «Cualquiera que haya leído el libro podría afirmar (falsamente)” tener recuerdos de abuso que coincidan con lo que escribió Griffin, opinó.
El simple hecho de contar una historia de abuso, continuó el señor Clare, «no constituye prueba ni corroboración».
«Las editoriales no son investigadores»
En la sección clave de The Tell, Griffin sostiene haber recibido poco después de su visita a Claudia una postal sin firmar que en una parte dice «No tuve la fuerza para contarte la verdad». Entonces Amy le envía un mensaje de texto a Claudia, que niega haber mandado la postal. El lector se queda con la duda.
El señor Clare accedió a mostrarle a The Times la postal descripta en el libro. La foto en blanco y negro del frente, tomada en 1964 por Garry Winogrand, muestra un par de chiquilines jugando en un cerco en el Bronx, imagen incongruente con el mensaje del reverso.
Un detalle del mensaje escrito en la postal en letra cursiva tradicional no coincide con lo que Griffin refiere en sus memorias.
En The Tell, la autora afirma que quien escribió la postal incluye una cita atribuida a “Amy, alrededor de séptimo año”, la época en que Griffin cuenta que comenzó el abuso.
Sin embargo, en la postal compartida con The Times por el abogado de Griffin, la cita se atribuye a “Amy, alrededor de segundo año”. The Times también encontró omisiones notables en el libro.
Amy Griffin escribe que el esposo estaba «financiando la investigación» sobre terapia asistida con psicodélicos, sin definir el alcance de su participación. El señor Griffin donó un millón de dólares a la Asociación Multidisciplinaria para Estudios Psicodélicos, conocida por su sigla en inglés como MAPS. Además, la pareja, a través de su fundación, invirtió en Lykos Therapeutics (ahora conocida como Resilient Pharmaceuticals), compañía farmacéutica con fines de lucro centrada en la MDMA, según el señor Rick Doblin, presidente de MAPS, que posee una participación de al menos el 15 por ciento en Resilient. Resilient, parcialmente controlada por Antonio Gracias, amigo cercano de Elon Musk que ha trabajado para el Departamento de Eficiencia Gubernamental, está lista para vender MDMA si la FDA la aprueba para uso terapéutico.
Además, en su propuesta de libro, Griffin escribe que la MDMA la ayudó a recordar a otro hombre que, según dice, abusó sexualmente de ella cuando era niña. Nombra al hombre, un amigo adinerado de la familia, pero no lo incluye ni tampoco menciona la denuncia de agresión en sus memorias. Contactado por The Times, el hombre negó la acusación de Griffin.
Si bien Griffin escribe respecto de su esposo que “John tuvo éxito y fue respetado en su carrera”, el alcance de la riqueza familiar queda ausente del libro. También se le resta importancia a la influencia de la familia propia de Amy Griffin, los Mitchell.
Como la mayoría de las memorias, estas fueron revisadas por especialistas en leyes, pero no verificadas por su editorial.
“Esta es la historia de Amy. Confiamos en que ella y todos nuestros autores relaten sus recuerdos con sinceridad».
“Las editoriales no son investigadores”, manifestó Whitney Frick, editora de Griffin en Dial Press, sello de Penguin Random House. “Esta es la historia de Amy. Confiamos en que ella y todos nuestros autores relaten sus recuerdos con sinceridad».
Ola gigante de adulaciones
En marzo de 2023, cuando Griffin hizo circular su propuesta de libro de 38 páginas, le daba a la obra el título Believe Me (Créanme). Como muchas propuestas, la de Griffin iba acompañada de una lista de personas que podrían ayudar a promocionar el libro tras su publicación.
Entre los más de 90 nombres se encontraban celebridades (Amy Schumer, Laura Dern, Naomi Watts), figuras importantes de los medios (Anna Wintour, Savannah Guthrie, Katie Couric) y mujeres en cuyas empresas ha invertido Amy Griffin (Becky Kennedy, Whitney Wolfe Herd, Sara Blakley).
Las editoriales se sintieron atraídas y Griffin le vendió sus memorias a Dial Press. (Afirma su abogado que ella «regaló todos los ingresos producto del libro»).
Alguien que no figuraba en la lista era Gayle King, presentadora de «CBS Mornings» y mejor amiga de Oprah Winfrey. Pero una persona conocida de Amy Griffin le consiguió a la señora King un ejemplar de The Tell. Winfrey declaró en televisión que Gayle King le había hablado del libro y que entonces ella lo leyó.
En octubre de 2024, casi cinco meses antes de la publicación de The Tell, las cuentas en Instagram Oprah Daily y Oprah’s Book Club promocionaron las memorias ante más de 4,3 millones de seguidores en conjunto.
Esto desencadenó una ola gigante de adulaciones. Decenas de amistades de Griffin con gran número de seguidores en redes sociales elogiaron el libro ese mismo día, entre ellos la señora Guthrie, Jessica Seinfeld y Charles Porch, vicepresidente de alianzas globales de Instagram.
El 11 de marzo, día de la publicación, Amy Griffin envió un correo electrónico a su red de contactos, alentando a sus amistades a mostrar su apoyo a The Tell. Distribuyó una presentación de cinco páginas, textos promocionales y videos de Oprah Winfrey con una lectora que se deshizo en lágrimas.
De repente, las redes sociales se inundaron de posteos con expresiones superlativas referidos a The Tell. En persona, las conversaciones eran más matizadas.
En las afueras de Amarillo, más de una docena de personas se reunieron hace unos meses en la librería Burrowing Owl Books para hablar sobre las memorias. El grupo conversó durante más de dos horas. «Estoy leyendo y pienso ‘¡Agárrenlo!'», exclamó un hombre. «Clávenlo en la pared, donde debe estar».
Admitían la presión que probablemente sintiera Amy Griffin habiendo crecido en una familia destacada y cómo mantener las apariencias podía dificultar la denuncia del abuso.
Dos mujeres dijeron haber sido alumnas del profesor; una lo consideraba su favorito, la otra no. Una tercera mujer dijo que a su hijo le parecía «repulsivo». Hacia el final de la velada, la conversación se tornó más escéptica.
Una mujer, que dijo creerle a Griffin, todavía se hacía preguntas. «Si él la maltrataba de esa manera», dijo, «¿no tenía moretones ella? ¿No le faltaba pelo?». Entonces el grupo comenzó a encarar el hecho de que nadie más había acusado públicamente de agresión sexual al profesor de Griffin.
“Las cosas que ella cuenta que le hizo él”, dijo una mujer. “No se lo puede imaginar como un agresor ocasional».
“No vas a elegir a la persona más rica de Amarillo como tu primera víctima”, destacó otra.
La concurrencia entró en apuros. “La única que lo dice es ella”, puntualizó una mujer, “y fue bajo la influencia de algo”. Pero enseguida agregó: “Yo le creo. No dudo de su historia”.
Entonces alguien planteó la pregunta más desafiante de la noche: «¿Les creemos a todas las mujeres o no?». En Amarillo, mucha gente dijo creer el relato de Griffin porque admiran a su familia y no ven qué podría ganar escribiendo The Tell.
Una defensora de sobrevivientes de agresión en Texas hizo hincapié en que denunciar delitos sexuales puede ser especialmente difícil en una cultura patriarcal.
Reacción en la ciudad natal
Parte de la comunidad natal de Amy Griffin previó una reacción diferente a The Tell. En Family Support Services (Servicio de apoyo familiar), organización que ayuda a sobrevivientes de violencia doméstica y sexual, se instaló una sala de entrevistas soft (blandas, intermedias) para que adultos supérstites de cualquier tipo de violencia sexual en Amarillo pudieran tratar sus historias con agentes del orden público. El espacio estaba provisto de asientos cómodos y equipamiento de grabación de última generación, en parte donado por Griffin.
Alrededor de seis meses después del lanzamiento del libro, la sala aún no se había utilizado para el propósito previsto, según Michelle Shields, directora de servicios de defensoría de la organización.
Shields dijo saber que para algunas mujeres es difícil denunciar abusos, pero que su organización esperaba que las sobrevivientes inspiradas por el libro de Amy Griffin se presentaran, así como otras víctimas del profesor.
“Para ser sincera, estoy realmente sorprendida”, comentó la señora Shields. Gordon Eatley también se sorprendió.
El sargento Eatley es detective de la Unidad de Víctimas Especiales del Departamento de Policía de Amarillo y se especializa en delitos sexuales contra menores. En The Tell figura como “sargento Hank Jones”, el detective a quien Amy Griffin informa sus vivencias de abuso. La autora escribe que él la escuchó “con atención y respondió con amabilidad”.
En una entrevista con The Times, el sargento Eatley confirmó el recuerdo de Griffin acerca de sus conversaciones. Dijo que estaba ansioso de comenzar a investigar las denuncias antes de caer en cuenta de que el plazo de prescripción impedía el enjuiciamiento.
«La historia que me contó ella, y la forma en que la contó, me parecieron muy creíbles«, ratificó. «Pensé: ‘Bárbaro, va a ser un caso interesante de trabajar. Me va a exigir poner toda la carne en el asador'».
Hasta que se publicó el libro, Eatley no supo que ella había consumido MDMA. «Nunca se me dijo que era un recuerdo recuperado», expuso el sargento. «Solo me informaron que ella al fin estaba dispuesta a hablar».
Incluso si lo hubiera sabido, aclaró, y si no hubiera habido prescripción, yo habría tratado de armar un caso. De todas maneras, el consumo de drogas ilegales habría representado un impedimento importante.
«¿Cómo se determina qué recuerdos son alucinaciones y cuáles son reales?», preguntó el sargento Eatley. «El fiscal del distrito hubiera dicho ‘¿Qué es esto, amigo?’ Y el abogado defensor se lo habría tragado todo».
Varios años más tarde, cuando se enteró del libro, el sargento Eatley anticipó un escándalo de reacciones de sobrevivientes que denunciarían los abusos cometidos por este profesor. «Pensé: ‘Bárbaro, voy a tener una segunda oportunidad’«, reconoció. No iba a haber una segunda oportunidad.
Por lo general, remarcó Eatley, la gente culpable de delitos sexuales contra menores abusa de numerosas víctimas. «No se detienen». «Ya he trabajado en casos viejos”, indicó. “Encontrás a otras personas».
El hecho de que las memorias de Griffin hayan tenido enorme publicidad y todavía no hayan generado nuevas acusaciones contra el señor Mason le resulta particularmente desconcertante al sargento. «No hay nada», dice el detective. «Cero».
Traducción: Román García Azcárate / © The New York Times