Desde Cardiff, Reino Unido
El 2009 es un año que recuerdo bien. Barack Obama asumió como presidente de Estados Unidos. Murió Michael Jackson. También es el año que conocí el Partenón y se divorciaron mis padres. Pero lo que más recuerdo de 2009 fue el día que mi amiga Andrea me dijo que iba a ver a Oasis en Barcelona —ciudad que en ese momento era mi casa—. Le dije que no tenía ni un euro, que tampoco era un buen momento para pedir prestado y que ya tendría otra chance de verlos la próxima vez. No hubo próxima vez. El 24 de agosto, y con varios shows de la gira por delante, los hermanos Liam y Noel Gallagher anunciaron que la banda se separaba. Paradójicamente, la ONU nombró el 2009 como el año de la reconciliación.
Aunque los Gallagher tenían una relación convulsionada desde siempre, parecía que la música lograba apaciguar las diferencias y los unía a algo mucho más grande que ellos: una masa de gente a la que corear “Acquiesce”, “Rock’n’roll Star” o “Supersonic” en un pogo interminable les calmaba el corazón.
Pero desde 2009 no hubo una próxima vez, y en los siguientes años tanto Liam como Noel se encargaron de repetir que la suya era una separación por diferencias irreconciliables. Lo hicieron creer de forma tan enfática que cuando en agosto de 2024 —15 años después de su separación— publicaron en redes sociales “así es, está pasando”, costaba imaginar que el regreso ya estaba marcado en el calendario.
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Son las 18:00 del viernes 4 de julio de 2025. Las calles de ingreso a Cardiff están vacías, no hay carteles, no hay puestos callejeros. Es como si la ciudad no se hubiera enterado de que hoy es un día histórico. Pero se enteró, y marcha en masa hacia el Principality Stadium, donde lo imposible parece estar a punto de hacerse realidad.
Miles de personas con gorros playeros y ropa deportiva característica de la banda de britpop avanza hacia el estadio. La gente se abraza, improvisa coros de “Don’t Look Back in Anger”, celebra encontrar a compatriotas tan lejos de casa, brinda con cerveza local.

Foto: AFP
Aquello de la puntualidad inglesa se materializa en el respeto del horario marcado. Las puertas ya estaban abiertas desde las 17:00 para que fueran ingresando los fanáticos, y después de la prueba de sonido, sobre las 19:00, Richard Ashcroft salta al escenario para abrir el show. Una hora de puro rock en la que el público no deja de sonreír incrédulo. Suma muchos puntos a la adrenalina colectiva el cierre con “Bitter Sweet Symphony”, coreada por todos los presentes como si no hubiera mañana.
Luego de unos minutos para acondicionar los instrumentos, a las 20:15, tal y como marcaba la agenda, se vuelven a apagar las luces y termina la espera. “It’s not a drill, this is a real deal” (“No es un simulacro, esto es real”), anuncian las pantallas gigantes sobre un ecualizador de decibelios. La banda ingresa al escenario y los Gallagher, como si no hubiera pasado nada, entran abrazados y saludando al público.
Con los primeros acordes de “Hello” la gente pierde la cabeza. Cierro los ojos y es 1995. Cuando los abro me doy cuenta de que siguen siendo los mismos, pero pasaron 30 años. La excitación es tan alta que mis pies apenas tocan el suelo cuando pasan a “Acquiesce”. El corazón se me va a salir.

Foto: AFP
La emoción se contagia entre todos, no importa si llegaste en ómnibus o en avión, si es tu banda de la juventud o la banda de la juventud de tus padres. En ese momento saltás, saltás, saltás y le cantás al de al lado eso de que “¿quién quiere estar solo cuando podemos sentirnos vivos?”.
En el escenario, además de los Gallagher, están Paul “Bonehead” Arthurs —integrante de la banda original— como guitarra de apoyo; Gem Archer y Andy Bell, que también tuvieron su paso por Oasis. Joey Waronker, el baterista, es la única nueva incorporación.
“Morning Glory”, “Cigarettes & Alcohol”, “Some Might Say” y “Supersonic” se suceden entre otros clásicos de la banda antes de abrir una ventana al momento de Noel. Liam se va del escenario y le deja el protagonismo a su hermano mayor.
“Talk Tonight” es la canción elegida para abrir este bloque, esa que escribió hace tres décadas cuando después de una de las miles de peleas con Liam ya pensaba en dejar la banda. Con las emociones a flor de piel, un Noel menos serio que de costumbre y los ojos vidriosos canta “Half the World Away” y “Little By Little”. ¿Esto es real?
Con el regreso de Liam al escenario el público se abraza para corear “D’You Know What I Mean”, “Stand By Me”, “Cast No Shadow”, “Slide Away” y “Whatever”. Un temazo atrás de otro, que sacia la sed de los amantes de los primeros discos.
A pesar de que no es un show con mucho diálogo, Liam aprovecha para bromear. “¿Valió la pena pagar US$ 4.000 por la entrada?”, pregunta en alusión al abrupto aumento de precios en la venta dinámica de tickets.

Foto: @oasis
Con “Live Forever” se da una comunión de los 62.000 asistentes, con aquello de que tal vez nunca seremos todo lo que queremos ser, pero no es momento de llorar sino de recordar que de alguna forma “viviremos para siempre”. En medio de la emoción colectiva, una foto de Diogo Jota —futbolista portugués fallecido el jueves— aparece en pantalla y el aplauso cerrado del público muestra la gratitud a la banda por el gesto.
Nadie lo quiere asumir, pero se va acercando el final. Fingimos demencia porque empieza a sonar “Rock’n’Roll Star”. Somos estrellas de rock, somos jóvenes, tenemos el mundo por delante. Si se termina todo ahora, habrá valido la pena.
Noel vuelve a tomar la posta con “The Masterplan” y luego el estadio se cae abajo cuando empieza a sonar “Don’t Look Back In Anger”. Señal de la época y marca de que el tiempo pasó más rápido de lo que pensamos, ahora las Polaroid se cambiaron por smartphones y las linternas traseras iluminan todo el campo.
Con “Wonderwall” el cronómetro comienza la cuenta regresiva y llega el cierre de una noche soñada a ritmo de “Champagne Supernova”. “Gracias por soportarnos durante todos estos años. Les dimos mucho trabajo, entendemos”, dice Liam. Los hermanos se abrazan tímidamente, Liam lanza al público las maracas y la pandereta. En las pantallas, un sol fulgurante baja y se esconde en el horizonte.
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Son las 23:00 del viernes 4 de julio de 2025. Entramos al auto que alquilamos para venir a Cardiff desde Londres y mi amiga Sofía dice que experiencias como las que acabamos de vivir son tan fáciles de olvidar como un trauma, porque el cerebro, que liberó tanta adrenalina y dopamina como si estuviera en modo alerta, no identifica si lo que pasó fue bueno o malo. No sé de dónde sacó esa idea, pero de repente me recorre un escalofrío. ¿Y si un día ya no recuerdo este momento?
Entonces me pongo a repasar el setlist, los pocos videos que hice, las anécdotas frescas de las últimas horas. El anuncio del 27 de agosto de 2024. El “ya voy a ir la próxima vez” de 2009. Y ahí, entre la excitación y la nostalgia de no querer que esto se termine, sé que del día de hoy no me voy a olvidar. Y si lo olvido, “que la verdad no se interponga ante una buena anécdota”.