El equipo de gobierno de Tortosa, integrado por Movem, PSC y Esquerra, malvive desde hace dos años bajo el síndrome del tuit, ese bicho corrosivo que te amortaja inerte a una pantalla pendiente de la última y más disparatada ocurrencia de la oposición, en este caso de Junts. Entre la parálisis del primero y el agrio verbo de ardor belicoso de los segundos, incapaces de metabolizar los 14 votos que separaron a la alcaldable Meritxell Roigé de la mayoría absoluta, anda la capital de les Terres de l’Ebre como alma en pena desde las municipales de mayo del 2023.
La calle comercial de de Sant Blai de Tortosa
LV
Acertaron Carles Puigdemont y Jordi Turull con su misil contra los candidatos locales del PDECat en el sur de Catalunya, bajo amenaza no solo de excomunión perpetua sino también de presentar candidaturas alternativas que hubieran menguado el recuento de votos. En el caso de Roigé, la advertencia vino desde la pedanía tortosina de Jesús. Pero los posconvergentes –a pesar de los 500 votos de la lista promonumento franquista– se quedaron a las puertas de revalidar la alcaldía. Solo necesitaban un concejal para conservar la vara de mando y ni eso fueron capaces de sumar. El tripartito de izquierdas ha castigado a Junts con su propia medicina: a la silla de pensar sin pan ni agua.
El gobierno municipal dispone de dos años para someter a la ciudad al meneo y la profunda remoción que requiere
Desde entonces, Junts ha practicado una oposición sin tregua, combativa y feroz, a veces por ñoñerías, marcando la agenda mediática hasta el punto de extenuar al sector periodístico que días atrás les otorgó la distinción del Micrófono cerrado del Col·legi de Periodistes. Pero lejos de pasar por el confesionario a modo de contrición, lo interpretaron como una vendetta –el victimismo del acervo convergente– y requirieron conocer el resto de los candidatos y las votaciones. Los de Junts copan tantos titulares que el tripartito tortosino anda media jornada leyendo la prensa, otro tanto rebatiendo cualquier memez, y el tiempo que les queda poniendo orden y adecentando las cuentas municipales heredadas. Acaso unas flores primaverales en las farolas, semáforos volátiles de plástico negro, un terreno para el nuevo hospital de Tortosa alternativo al inundable que adquirió Roigé por 800.000 euros y, eso sí, dos guarderías municipales para septiembre de las cuales Tortosa carecía a pesar del reivindicativo lema de los convergentes: “Primero las personas”.
El tripartito de izquierdas dispone de dos años para someter a Tortosa al meneo y la profunda remoción que requiere. Despacio, pero a paso firme, la ciudad ha perdido empuje, influencia, innovación, notoriedad y emprendimiento en beneficio de su eterna contrincante, Amposta. Tortosa seguirá siendo la capital titular del Ebre, pero quizá no el centro ni el polo atractivo de antaño. En los 90 a Tarragona le sucedía lo mismo frente a Reus. Un alcalde revirtió el declive. Desde entonces, todos viven de la herencia transformadora de Joan Miquel Nadal.
