
Salieron el 21 de agosto de 2024, como lo habían planeado. San Telmo quedó atrás. La furgo, un Citroen 3cv Ak350 del año 1974 , cargada hasta el techo, el corazón también. Y una manada poco convencional en marcha: Agustin Rodríguez Pons Y Daiana Gómez, Nala y Cloe, sus perras, y Andrómeda, una iguana verde de un metro quince que viaja mirando por la ventana los paisajes más hermoso de la Patagonia.
La pareja se lanzó a la ruta con un Citroen histórico, ex vehículo del ejército, convertido en casa rodante (@manada.en.citro), cargado no solo de herramientas y artesanías, sino también de historias, aventuras y una certeza: el placer de vivir viajando.
Todo empezó antes de ellos. En 2020, Agustín pedaleaba por América junto a Frida, su perra y primera compañera. Atravesó Argentina, cruzó a Chile por Ushuaia, subió por la costa de Uruguay hasta Floripa y volvió por Misiones. Bajó en canoa por el Paraná. Era un delirio hermoso. Frida vivió nueve años de caminos, hasta que le tocó partir, y dejó espacio a las que vendrían.

En 2022, pandemia mediante, Daiana se había separado y buscaba hogar. Alquiló la planta baja de la casa donde vivía Agustín. “Yo tenía que dejar el lugar si no alquilaba todo. Así que entró ella y terminamos siendo pareja”, cuenta Agus, como si el amor también se hubiera colado por debajo de la puerta.
La idea del viaje siempre estuvo. “No sabía cuándo, pero sabía que quería volver a irme”, dice él. Entonces, lo compartió con ella. Y decidieron hacerlo juntos, contra viento, marea y con todos los bichos. “Frida nos dejó justo antes de salir. Fue como si nos diera permiso. Como si dijera: ‘Ahora les toca a ustedes vivir esto’”.
Organizar un viaje así, no es soplar y salir. “Te tenés que armar. No es solo querer irte. Hay que ahorrar, preparar el vehículo, tener materiales para producir, por si en el camino no se vende. Y ahora no somos dos, somos cinco”, explica mientras Daiana, acomoda los cajones en el fondo de la furgo, una especie de Tetris perfecto que sólo ella domina.

Agustín, estudió electromecánica y viene de una familia de mecánicos. Su padrino y su abuelo trabajaron en el rubro. Él se encargó de transformar el Citroen: mesa, estantes, cama, instalación eléctrica. “Lo que le hice antes de salir ya me enseñó mucho. Conozco viajeros que no saben cambiar una bujía, e igual se las arreglan, porque siempre aparece un ángel en la ruta. A mí me gusta meter mano y es una ventaja”, cuenta con orgullo.

La ruta fue tomando forma, en agosto, salieron de Buenos Aires, hacia San Nicolás de los Arroyos, Arrecifes, Rosario, Los Surgentes (donde vive la madre de Daiana), Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza, y hacia abajo por la precordillera. “Ese camino se sufrió. Yo soy meticuloso con el auto, y los ripios largos los hago en primera o segunda para no romper nada”.
Llevan ya nueve meses viajando. En Moquehue se quedaron 25 días. “Nos fascinó. No había apuro. Cuando no hay horarios, se disfruta más”, juran y destacan que la lógica del viaje es esa: abrirse al tiempo, a los encuentros, al azar.

En Bariloche, la furgo se rompió. Temían al frío, pero el tiempo les dio nieve en las montañas. “Fue un premio. No hay mal que por bien no venga.” Mientras Agustín hacía arreglos a vehículos en Villa La Angostura, Daiana vendía artesanías en el centro. “La furgo llama la atención. Se acercan, preguntan, charlamos. Algunos compran, otros no, pero se genera algo muy lindo. Muchos te dicen que los inspirás, que ellos también quieren, pero no se animan”.
Para bancar el viaje, venden artesanías, sahumerios, stickers, chapitas para mascotas. “Paramos, feriamos. En Bariloche fue bien, ahora cruzaremos a Madryn, a ver si se puede feriar con la temporada de ballenas”.

Viajar en manada es respetar
Viajar también es cuidar. Sobre todo a quienes no pueden hablar. Andrómeda, la iguana, tiene siete años. Daiana la compró con papeles cuando era del tamaño de su mano. Hoy mide más de un metro. Antes de salir, hicieron los trámites en SENASA: certificado de salud, permiso de circulación. “Es parte de la familia. Si te la llegan a sacar, te morís”.
Se crio con Nala. Sabe hacerse respetar. Si un perro no le gusta, se pone en modo defensa. A veces, Cloe la protege, se para adelante. Pero suele andar suelta. Sube, baja de la furgo, y si se cansa, pide volver a su lugar. Está tan libre como sus humanos.

Pero ven que ahora necesita calor. “Su temperatura ideal es entre 20 y 30 grados. Le pusimos una almohadilla térmica y una piedra calefaccionada conectadas a la batería. Y en los días de sol, la sacamos a tomar sol”.
El plan es flexible. “Después de Madryn, subiremos. Capaz pasamos por Bahía Blanca, porque Agus es de ahí, y después Entre Ríos, Cataratas”. Van para donde el cuerpo pida, donde hay un poco de sol, se venda algo, donde se pueda respirar. Vivir viajando es eso: no tiene destino, pero sí sentido.
Estos viajeros comparten sus aventuras en las redes: Seguilos en @manada.en.citro
