Todo inició cuando comenzó a hablar sobre la famosa y legendaria máscara de gas que debía lucir en El Eternauta. Porque la escena, tan distintiva y deseada como mítica e imprescindible, sigue revoloteando en la mente de Darin (68) de la misma forma que el día un año y medio atrás, cuando la rodó.
Nos referimos a aquella en la que Juan Salvo sale salir a enfrentar la intemperie mortal con una protección que no sabe si lo aislará de la muerte. La secuencia surge tras otra previa, hasta graciosa, en la que Omar (Ariel Staltari) toma la misma máscara de gas del taller de Alfredo Favalli (otro de los legendarios personajes), se la coloca e improvisa en broma la confesión de Darth Vader a Anakin Skywalker en Star Wars/Episodio V: El Imperio contraataca (1981): “I’m your father” (“Yo soy tu padre”)…
El mejor pie, quizá, para abordar a Ricardo sobre este instante emblemático de la serie que ahora encabeza…

-La últimas semanas se cumplieron dos décadas del estreno del filme Episodio IX: La venganza de los Sith, en la que George Lucas consumó la conversión de Anakin en Vader, cuando le colocó su casco. Recordamos haber visto en 2004 el back de aquella escena. Un momento sagrado que tras el “¡Corten!” generó en el set un murmullo, emoción y un aplauso general sostenido… ¿Cómo recuerda la elección de la máscara de Juan Salvo, de su símbolo, y qué le pasó a usted cuando se la pusieron y saltó al set?
-La construcción de la máscara y el arriesgarse y jugarse a tomar una decisión de cuál sería, fue algo en lo que todos intervenimos, no sólo Bruno (Stagnaro): el equipo de dirección, el de producción, vestuario, utilería, yo mismo. Todos estuvimos muy enfocados en cómo debía hacerse. Pasa que cuando finalmente hallamos la que reunía las características y el diseño que nos gustaba, surgió un problema: la que por diseño nos gustaba contaba con tres filtros que funcionaban como tales. Perfecto. Pasa que apenas me la probé levanté la mano. «Tenemos que sacar estos filtros -propuse-, porque si voy a ahogarme acá dentro. No hay forma de que ingrese oxígeno, mucho menos en situaciones de acción“. Imaginate, entre la máscara, el gamulán, los borceguíes, la mochila, el arma, más el peso de la nieve artificial, resultaba imposible respirar bien. Así que debimos volver a un modelo apto para ello. Te cuento todo esto un poco para intentar responder a tu pregunta, porque claro, cuando uno se interioriza tanto en un artefacto, en una herramienta con la cual filmará, corre el riesgo de perder distancia emocional, el valor intrínseco que tiene.

-¿Y a usted qué le ocurrió?
-Bueno, no (suspira). Yo fui el más interesado en que la máscara nos sirviera, aportara lo que necesitábamos y contara con las condiciones necesarias, porque sabía que la iba a usar durante horas, pero cuando llegó el momento de esa escena fundacional o fundamental de El Eternauta en la que Juan Salvo sale por primera vez al exterior, a la intemperie, para comprobar si su traje improvisado funcionaba, había pasado tanta agua bajo el puente y habíamos intervenido tanto los distintos eslabones del equipo, que corríamos el riesgo que fuera sólo una escena y nada más.
-¿Entonces? Parece un maestro del suspenso. ¿Qué sintió? Dígalo…
-(Resopla) Sin embargo no fue así. Cuando el equipo me calzó la máscara y nos desafiamos «bueno, a vamos, vamos, sí, lo hacemos, ta, ta, ta, ta, ta”, en ese momento sentí, creo yo, la emoción más grande de toda esta historia. Porque se trata del momento en el que un tipito decide ir a probar a ver si el traje funciona o no bajo los copos de nieve contaminados. No lo sabe, trata de vencer el miedo, intenta tener el coraje necesario para no olvidar su temor y sin embargo mandarse. Yo traté de hacerlo así. Ojalá pueda haber alguna chance de que eso se transmita al espectador. Mi idea era meter al espectador adentro del traje y que estuviera ahí con la máscara puesta, porque la emoción que yo sentí fue muy importante. Y te lo aclaro ya que, como te conté, pasamos mucho tiempo dando vueltas alrededor de ella y cuando algo así sucede, como te comenté también recién, a veces uno le termina faltando el respeto a la herramienta, porque la tuvo muy entre manos, investigándola y demás. Pero bueno, te puedo asegurar que, sabiendo de su importancia para el personaje y la historia, cuando llegó ese momento, no hubo forma de que yo pudiera esquivar la emoción.
«FLOR FUE UN GRAN ESTÍMULO Y UNA ALIADA INCONDICIONAL CUANDO ME VEÍA VOLVER AGOTADO, ALGO QUE OCURRIÓ A LO LARGO DE OCHO MESES»

Una emoción que se multiplica a medida que surgen en su memoria, como flashbacks incontrolables, recuerdos del rodaje dentro y fuera del set. Instancias que pronto trasladan al actor hacia su núcleo más íntimo. Entonces, mientras cuenta que sus hijos, Clara (31) y el Chino (36), no habían visto nada de la la ficción hasta las 4 AM del miércoles 30 de abril, cuando se estrenó al mundo por Netflix («Decidieron reservarse el impacto y la emoción de la sorpresa, alineándose con el resto de los espectadores»), Darin cuenta, como contrapartida, que Florencia Bas (56, su esposa desde hace treinta y seis años), «desde el minuto cero del proyecto está absolutamente enamorada de la serie».
-¿Es cierto que Flor casi es una fan más?
-Sí, es muy emocional, una fan más de El Eternauta. Vivió palmo a palmo el esfuerzo que debimos hacer y se siente muy contenta con eso. Alineada conmigo -como suele ocurrir, salvo honrosas excepciones (sonríe)-, ella fue un gran estímulo y una aliada incondicional cuando me veía volver agotado todos los días, algo que ocurrió a lo largo de ocho meses, de mayo a diciembre de 2023.

-¿Cómo es, ante desafíos de este nivel, el proceso puertas adentro en lo de los Darin-Bas?
-En producciones como El Eternauta, llegás a tu casa cansado, te da para pegarte una ducha, comer algo e intentar ponerte al tanto de lo que te tocará al otro día, si necesitás estudiar algo y demás, no te queda mucho tiempo, porque a las 6:30 de la mañana debés estar arriba. Calculá que varias jornadas de trabajo fueron de doce y catorce horas. De tener que hacer eso solo, sin Flor, me hubiese costado el triple y tampoco yo sé cómo lo hubiera diagramado, porque ella estuvo siempre atenta a que perdiera la menor cantidad de tiempo posible, para poder hacer lo que tenía que hacer, pegarme la ducha, ir a descansar y al otro día estar arriba. En verdad (titubea)…
-¿En verdad?
-No sé si lo hubiera podido hacer El Eternauta sin Flor.

-Usted siempre se rehusó a tentar suerte en Hollywood. Sin embargo, el proceso previo y posterior y el producto final de El Eternauta parecen extraído de allí. Es imposible no consultarle: ¿Por momentos se sintió en Hollywood?
-Sí, sí. O no, yo sentí que estaba en la Argentina y que en algunos casos acá se puede hacer igual o mejor que afuera, con el agravante de que nosotros le otorgamos una trascendencia a la espectacularidad que ellos, por dinámica y experiencia, ya han perdido. Es muy importante que quede claro este punto. Es decir, no lo hicimos en Hollywood, lo hicimos acá, con gente de acá. Por supuesto que nos hemos nutrido de avances tecnológicos de un lugar y otro -no seamos hipócritas en ese sentido-, pero no quita que yo ya quedé absolutamente asombrado desde el día uno, cuando vi las pantallas con las que teníamos que trabajar, los elementos técnicos a nuestra disposición. Ese fue también otro momento de gran emoción, aunque sin máscara.
Fotos: Mariano Landet, Sebastián Arpesella y Marcos Ludevid (Netflix)
Video: Gentileza Netflix
Edición de video: Miranda Lucena
Agradecemos a Agustina Benvenuto (Netflix) y a Camila López (Edelman)