Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Natalia Souto *
Pekín refuerza su apuesta por América Latina con más promesas de inversión, integración comercial y cooperación, en un contexto de creciente tensión con Washington y un entorno volátil impulsado por Donald Trump.
En el ajedrez de la geopolítica global, China ha aprendido a moverse con sigilo y ambición. Donde otros se repliegan, Pekín avanza; donde las potencias tradicionales vacilan, la República Popular busca negocios. Esta dinámica ha vuelto a ponerse de manifiesto esta semana en Pekín, donde el presidente Xi Jinping ha encabezado un foro de alto nivel con ministros y presidentes de América Latina y el Caribe, agrupados en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
En un claro desafío al “unilateralismo y proteccionismo” que achaca a Estados Unidos, y en particular al presidente Donald Trump, China refuerza las promesas de financiación, cooperación e integración comercial a una región que durante décadas orbitó en torno a Washington.
El mensaje de Xi Jinping fue directo en su contenido, aunque sin mencionar nombres. “Las guerras comerciales no tienen ganadores, y la intimidación solo conduce al aislamiento”. La crítica velada a Estados Unidos coincide con el regreso de Donald Trump al centro de la escena política global, y con la reciente tregua arancelaria entre Pekín y Washington. Lejos de mostrarse conciliador, el líder chino aprovechó la ocasión para presentarse como un socio fiable frente a las tensiones derivadas del nacionalismo económico estadounidense.
La puesta en escena fue significativa. Junto a Xi se encontraban presidentes de tres de las cinco principales economías latinoamericanas: Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Gustavo Petro (Colombia) y Gabriel Boric (Chile). La fotografía era elocuente: líderes progresistas, con agendas críticas del orden económico tradicional, abriendo las puertas a una mayor relación con la potencia asiática.
Estrategia: inversión, comercio y diplomacia blanda
La oferta de China no se queda en palabras. Xi prometió una nueva línea de crédito por 66.000 millones de yuanes (unos 8.000 millones de euros) y animó a las empresas chinas a invertir en infraestructuras, energía, minería y tecnología en América Latina. También se comprometió a incrementar las importaciones de productos latinoamericanos.
Este enfoque, que combina préstamos estatales, comercio bilateral y construcción de infraestructuras, se inserta en la estrategia de la Nueva Ruta de la Seda, el megaproyecto con el que China busca expandir su influencia global. Hasta ahora, 20 de los 33 países de la CELAC ya se han sumado formalmente a esta iniciativa, que ha dado lugar a proyectos emblemáticos como el megapuerto de Chancay en Perú, o la polémica línea ferroviaria transamazónica que uniría el Pacífico con el Atlántico a través de Brasil.
Para América Latina, la aproximación china representa una oportunidad tangible. La región enfrenta una creciente necesidad de inversión en infraestructuras, diversificación de mercados y dinamismo económico que Estados Unidos no parece dispuesto a ofrecer, al menos no en la misma cantidad. China, que ya es el principal socio comercial de Sudamérica y el segundo de América Latina en general, se presenta como una fuente alternativa de capital e influencia global.
Sin embargo, esta creciente dependencia no está exenta de tensiones. Varios líderes regionales han instado a no caer en una subordinación a Pekín similar a la que históricamente tuvieron con Estados Unidos. Lula da Silva lo expresó con claridad: “nuestro futuro no depende de Xi Jinping, ni de Estados Unidos, ni de la Unión Europea. Depende de si queremos ser grandes o seguir siendo pequeños”. Boric y Petro, por su parte, insistieron en la necesidad de mantener una política exterior autónoma y de evitar el papel de peones en una nueva Guerra Fría entre superpotencias.
EE UU: pérdida de influencia y señales de alarma
La expansión china en América Latina ha generado preocupación creciente en Estados Unidos desde hace más o menos una década. El caso de Panamá es ilustrativo: tras años de colaboración con China, el país centroamericano decidió alejarse de la Nueva Ruta de la Seda, en paralelo a la venta de activos portuarios estratégicos a un consorcio liderado por la estadounidense BlackRock. El mensaje de Washington ha sido claro: no ceder el patio trasero a su principal competidor estratégico.
Este reposicionamiento chino llega además en un momento en que muchos países latinoamericanos muestran un creciente escepticismo hacia el modelo económico promovido por la Casa Blanca, y acusan al proteccionismo de Trump —con sus aranceles y políticas comerciales restrictivas— de dañar las exportaciones de la región. En contraste, Pekín ofrece una narrativa de respeto mutuo, “multipolaridad” y desarrollo conjunto, que resulta especialmente atractiva en un momento de crisis del multilateralismo occidental.
China no solo invierte, sino que escucha, coopera, no exige alineamientos ideológicos y evita condicionar sus préstamos a reformas internas, como suele hacer Occidente.
A largo plazo, el desafío para América Latina será gestionar este nuevo eje sin renunciar a su soberanía, la inversión china en infraestructuras puede crear fácilmente nuevas dependencias en la región, cuyos actores han decidido maximizar el margen de maniobra diplomática. Para China, en cambio, el reto será mantener la narrativa de socio benevolente frente a la percepción de una hegemonía alternativa en construcción.
*Colaboradora de Mundiario,