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sábado, mayo 24, 2025

Cuál es la probabilidad de morir en un infarto y el nuevo método para salvarse en sólo 10 segundos

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Las estadísticas oficiales e investigaciones privadas son elocuentes. Unas 50 mil personas por año sufren un infarto en Argentina. Cuatro de cada diez mueren. Y el 90 por ciento de esas muertes son extrahospitalarias: o el paciente demoró en consultar o el sistema de salud no llegó a tiempo a atenderlo. Luego, la mortalidad hospitalaria se acerca al 9 por ciento.

Es decir que si alguien sufre un infarto en el país tendría 60 por ciento de chances de salvarse y 40 por ciento, de morir. Las excepciones al promedio dependen de factores vinculados al acceso a la salud. En la segunda cifra hay todavía mucho por mejorar. Las alternativas para frenar las consecuencias de un infarto pueden ser farmacológicas, invasivas -una operación- o la combinación de ambas.

Los protocolos exigen que dentro de las dos horas de producido el infarto el paciente reciba atención. El problema es que no siempre la misma está al alcance. Tiene que darse una combinación de factores: que la víctima o su entorno se den cuenta de que los síntomas pueden obedecer a un infarto y comunicarse rápido con la emergencia médica; que esa emergencia asista en tiempo y forma; y que el centro de salud en el que recale el infartado esté equipado para realizar una angioplastia.

Según fuentes médicas, sólo el 20 por ciento de los centros de salud del país está preparado para realizar una intervención de estas características, por lo que los pacientes muchas veces deben ser derivados. En ese contexto, el factor farmacológico cobra una relevancia clave para balancear la pulseada entre la vida y la muerte.

Cada minuto que pasa sin tratamiento durante un infarto implica mayor daño al corazón. En Argentina, sólo el 30 por ciento de los pacientes accede a una angioplastia dentro de los tiempos recomendados. El resto debe esperar más de 3 horas hasta recibir atención especializada, retraso que incrementa la mortalidad y las secuelas a largo plazo, como insuficiencia cardíaca o shock.

Cada minuto que pasa es clave luego de los primeros síntomas. Foto: Shutterstock
Cada minuto que pasa es clave luego de los primeros síntomas. Foto: Shutterstock

Las dilaciones propias del contexto social y médico significan una pérdida de tiempo que puede ser saldada con drogas que se inyectan para salvar la emergencia. Ese proceso hasta ahora demoraba entre 45 minutos y una hora y media. Pero esas drogas se han ido perfeccionando para llegar a un nivel inédito de optimización. Hoy, el antídoto contra el infarto ya puede administrarse en sólo diez segundos. Incluso, dentro de la misma ambulancia.

La novedad conocida esta última semana ha generado una recepción entusiasta de parte de la comunidad médica, y en particular de los cardiólogos. “Recuerdo que en 2003, hace 22 años, nosotros hablábamos de la fibrinolisis prehospitalaria, de la llegada que íbamos a tener del tenecteplasa, que se aplica en un sólo bolo y simplifica el uso y el manejo. Un tema apasionante”, dice a Clarín Fernando Botto, cardiólogo de Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA). Ese deseo ya es una realidad.

La optimización del tiempo

La progresión de la mejora en tiempos de la medicación contra los infartos fue explicada a Clarín por Ernesto Duronto, jefe de Unidad Coronaria y del Departamento de Docencia e Investigación en la Fundación Favaloro: “En la Argentina existían hasta ahora dos fibrinolíticos: la estreptoquinasa y el alteplase. Las diferencias del tenecteplasa con la estreptoquinasa son importantes”.

Detalló que “mientras la estreptoquinasa se aplica en 45 minutos, tenecteplasa en sólo diez segundos. Además, tiene menor riesgo de hemorragias y es más efectivo, porque reduce la mortalidad. Con alteplase, si bien son iguales en efectividad clínica, ésta se administra en dos infusiones que en total llevan 92 minutos. Y se sabe que cuanto más rápido es el tratamiento del infarto, más chance tiene la persona de sobrevivir”.

infarto-miocardio

Los fibrinolíticos se vuelven una herramienta clave en países como Argentina, con distancias largas y acceso desigual a centros de alta complejidad. La estrategia entonces consiste en administrar medicación al momento del diagnóstico y luego trasladar al paciente a un hospital con capacidad de hacer una angioplastia, entre 2 y 24 horas después.

“Todo lo que tiene que ver con la cardiología intervencionista, la angioplastia y los stents, si bien hay evidencia de que es mejor que los fibrinolíticos porque tienen menos riesgo de hemorragia cerebral, si uno trata con fibrinolíticos en la primera hora o dos, en ese escenario es muy difícil que la angioplastia demuestre que es mejor”, consideró Botto.

Para finalizar, el experto advirtió que “a todo esto habría que sumar la disponibilidad de desfibriladores externos automáticos (DEA). La gente que se infarta en la calle, en la casa, en el restorán o en el club sobreviviría en un alto porcentaje si los desfibrilaran antes del paro cardíaco. Ahí hay un número a mejorar que es previo al fibrinolítico y la angioplastia. Un DEA cuesta lo mismo que un iPhone. Y mientras en los edificios hay 40 matafuegos -uno por piso, tres en la baulera, dos en la cochera-, no hay ningún desfibrilador”.

PS

Redacción

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