De la decencia no se presume, sino que se asume. No es una bandera, sino una actitud moral. Nunca vale para un colectivo, porque se trata de una virtud individual. Y antes de dar batalla por la decencia ajena, hay que revisar primero el grado de decencia propia. Es decente quien observa las normas morales establecidas socialmente, actúa con honradez y se desenvuelve con rectitud.
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