Mientras actúa en teatro independiente y filma películas, se gana la vida como “marido a domicilio”: arregla casas, pinta departamentos y construye cocinas. Esta es la historia de un artista que nunca dejó de actuar, ni de luchar por una vida creativa.
Emiliano Díaz sabe cambiar cueritos, colgar alacenas, levantar una pared o demolerla. También sabe memorizar un texto de Shakespeare, componer personajes, dirigir una escena o recibir una devolución tras una función de viernes por la noche. A sus 45 años, combina los dos mundos con naturalidad: por las mañanas trabaja haciendo arreglos en casas ajenas; por las noches, pisa el escenario con la misma pasión con la que se subió por primera vez a uno hace más de veinte años.
«Mi maestro nos enseñó que cuando encarás una obra, se te abre un mundo. Hay cosas que no sabés y tenés que ir a buscarlas», cuenta Emiliano a Revista GENTE. Esa misma filosofía lo llevó también a aprender oficios: electricidad, pintura, carpintería. De manera autodidacta, por necesidad y por sensibilidad. Porque si hay algo que Emiliano no perdió nunca, fue la vocación de crear.
De la técnica a la primera obra

Emiliano nació en el barrio de La Paternal y se crió en una casa donde el esfuerzo era parte del día a día. Su papá murió cuando él tenía apenas 11 años. A los 15 ya trabajaba en una fábrica de alfajores y a los 17 pintaba las paredes de su casa. Siempre tuvo manos inquietas y una cabeza que proyecta: «Veo una casa y me imagino cómo reformarla», dice.
Fue a una escuela técnica, estudió dibujo, le gustaba lo espacial. Y en paralelo, descubrió el teatro. Empezó de noche, después de trabajar, con Norman Briski como maestro y referente. Tardó en subirse a un escenario, pero cuando lo hizo no se bajó más. Actuó en más de 20 obras, entre ellas, Las asesinas de Gardel, Enamorarse es hablar corto y enredado y La Sagradita, también trabajó en películas con Romina Ricci (Lucy en el infierno) y Darío Grandinetti (Pescador, de Toti Glusman), escribió, dirigió y protagonizó series.

Pero vivir de la actuación fue, y sigue siendo, una lucha. Por eso, empezó a hacer changas. Primero colgando cortinas, luego reformando la casa de un familiar. A los pocos meses ya dirigía una obra de demolición y reconstrucción con un grupo de amigos. «Me gusta pensar soluciones, imaginar espacios. Y pongo el cuerpo» dice, con el orgullo de quien aprendió todo desde abajo.
Brasil, barcos y posadas

En el medio de su carrera como actor, también fue barman. Trabajó diez años en gastronomía, residió en Brasil, sirvió tragos en posadas de lujo, sacó fotos en barcos turísticos y vivió del trueque, del boca en boca. «Nunca necesité publicitarme, todo me llega recomendado», cuenta sobre su trabajo actual, que incluye pintura, carpintería, mantenimiento y reformas integrales.
Cuando volvió de Brasil, se asentó. Alternó funciones en Timbre 4 con jornadas enteras de obra. Tiene un equipo chico, flexible. Se organiza según el proyecto. A veces pone el cuerpo él, otras dirige. Y cuando puede, se toma un día para leer, escribir o preparar una clase.
«Yo no me quejo del dinero. Cobro lo que siento que vale lo que hago. Y si me alcanza, estoy bien», dice. No tiene casa propia, pero sí lo que más valora: tiempo para ensayar, para su hija, para actuar.
El teatro como lugar de pertenencia

Hoy Emiliano actúa en tres obras simultáneas. Ensaya en cooperativas, produce en colectivo, hace funciones los fines de semana y participa de festivales. No tiene representante, pero nunca le faltan propuestas. Tampoco hambre de escenario. «No sé si tiene lógica, pero me pasa una cosa fuerte cada vez que actúo: siento que estoy comunicando algo verdadero. Es pertenencia. Es vocación».
Con Enamorarse es hablar corto y enredado hizo más de 320 funciones. También escribe, lee a Dostoevsky y cita a Hamlet, hace talleres y sueña con nuevos proyectos. Tiene una hija, Olivia, que lo acompaña a los ensayos y ya tiene sus obras favoritas.

«Me encanta ser papá. Me gusta ese mundo. Me gusta jugar», dice. Y ahí también se enciende el actor: en lo lúdico, en lo cotidiano, en lo que se arma con las manos o con las palabras.
Ahora también es parte de un Centro Cultural, Macedonia, donde hace El amor (dos puntos), un espectáculo expansivo que sale a la calle y es, sin dudas, el preferido de Olivia.
Fotos: Gentileza de Emiliano Díaz.