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jueves, mayo 22, 2025

Fernanda Trías: «La lucha es no caer en el pesimismo absoluto»

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Fernanda Trías está de paso por Buenos Aires. Hace una década que vive en Colombia. Cuanta ahora mismo en un café de Palermo: “Esta novela la empecé a escribir en la pandemia, en la cuarentena. En Bogotá estuvimos encerrados como cuatro meses. Fue de las cuarentenas más largas del mundo. También estaba esa soledad mía, ese aislamiento en mi apartamento, que quieras o no se mete en la escritura. Yo creo que sin el encierro radical en el que estuve, yo todo el tiempo mirando las montañas, no sé si hubiese podido escribir esa novela. Como que tomé un montón de cosas de esa experiencia extrema y las trasmuté. Porque sí me gusta agarrar a los personajes y ponerlos en límites para ver de qué está hecho un personaje, de qué es capaz. Eso surge cuando lo arrinconás y lo llevás a un límite vital. Me gusta llevar a mis personajes a entornos límites donde vamos a ver cuál es su potencia».

Una mujer se relaciona con una montaña, en ese punto de vinculación y encuentro sucede todo. El monte de las furias (Random House), la más reciente novela de Trías (Uruguay, 1976), es una experiencia de lectura que muestra a una mujer en una serie de límites (geográfico, emocional, lingüístico y psíquico) muy complejo de precisar (y sobre todo de transitar). Su único norte/ancla, que tampoco es una certeza y no se puede asegurar que resulte confiable lo que cuenta, es la escritura: llena cuadernos, y esas son las señales de este mundo extraño que refleja la novela, y que parece tan lejano y cercano a la vez.

La ambigüedad es parte del viaje de meterse en esta historia. En esa inestabilidad, y con el silencio ominoso y muy denso que siempre trae la naturaleza exuberante pero llena de amenazas, aparece el propio vínculo ¿sentimental? ¿ecologista? ¿amistoso? de la protagonista con una montaña. Así están dadas las cosas en esta historia: el enrarecimiento pone a lo real contra las cuerdas y lleva a pensar constantemente sobre la posibilidad que tiene la lengua para transmitir lo inconcebible.

De todas formas, ¿no es, acaso, ese trabajo el terreno propicio de la literatura? La literario, entonces, viene hacer de lo imposible una nuevo posibilidad, un nuevo encanto en un mundo desencantado. Es así como opera esta novela donde hablan una montaña habla y una mujer con una cotidianidad al borde de lo racional encuentran un territorio de acercamiento, pero para considerar cuándo lo humano aparece y desaparece para llegar a otras formas de existencia.

La novela alterna entre la voz de la montaña y los cuadernos de la protagonista. Escribe en un momento (pág. 165): “Quien ama realmente algo va a llamarlo por su nombre exacto. Por eso me entristece que el lenguaje de las plantas sea secreto. Si pudiera escuchar a las plantas, ¿qué dirían de mi abuela?”.

La protagonista, en un entorno muy físico, constantemente está tratando de contar algo para lo cual la palabra parece una herramienta insuficiente. Es en un tema, le lengua y sus alcances, el que parece obsesionar a Trías y recorre su obra: “Hago variaciones de una serie de obsesiones. Aunque a veces se suman nuevas obsesiones y eso está bueno”.

Desde su primera novela, La azotea (2001), hasta acá vemos las obsesiones que se me imponen sin que la autora las busque deliberadamente. A saber: mujeres protagónicas, narradoras en primera persona siempre en soledad, que usualmente están en unas posiciones salidas de la norma, en lugares incómodos y que son transgresoras donde no se supone que tendrían que estar, está siempre en ese choque entre el adentro y el afuera. Un adentro que es una casa y representa el espacio seguro, pero que luego son expulsadas del espacio seguro, lanzadas a la intemperie y a ese afuera al que se resistieron tanto a salir. Luego está todo el tema claustrofóbico, esa sensación de ahogo aun a pesar de estar en un espacio abierto, una especie de sofocación. Y sin duda están los temas de las relaciones familiares, madres e hijas. A Trías la atraen las expulsadas del paraíso.

Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.
Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.

Dice: “Todos esos elementos terminan uniendo los libros a pesar de que yo hago intentos por escribir un libro muy distinto al anterior porque quiero que sea interesante para mí el desafío de lo que viene, de lo que quiero intentar hacer después. Sin ese riesgo yo no siento la emoción de sentarme frente a la máquina. En este caso de esta novela sentía que asumía riesgos nuevos y me emociona esa posibilidad de hacer algunos saltos al vacío en algunos aspectos, y hay otros en los que me siento cómoda porque son mis obsesiones de siempre. En estos aspectos estaban las búsquedas formales: trabajar con un personaje humano, las imágenes, los cortes de las líneas y quebrar las frases».

El monte de las furias está escrita con una prosa que va de los sencillo a lo lírico en un todo orgánico que se mimetiza con la naturaleza salvaje que retrata. Cuenta algo del backstage de la escritura: “Hago mucha lectura en voz alta. Leo la novela completa en voz alta varias veces porque ahí trabajo mucho el ritmo y la sonoridad, y determinada cadencia que depende de cada libro. Y así se pule».

Un encuentro con Clarín, Fernanda Trías habla de esta nueva obra que tiene su sello inconfundible pero que, buscadora incansable como es, suma a su narrativa nuevos espacios de confrontación, tensión y, por supuesto, belleza.

–¿Cómo fuiste encontrando el tono de diálogo entre esta mujer y la montaña?

–Me lancé muy rápidamente a escribir esta historia ni bien terminé Mugre rosa. Venía de un tono muy diferente. Tal vez por una sensación de péndulo de que te querés ir para otro lado y explorar un tono muy diferente porque ya llevás cuatro año en el otro tono. Quería trabajar un habla muy simple de una mujer, que tuviera una manera de hablar sencilla, pero al mismo tiempo pudiera, poco a poco, ir llegando a lugares muy hondos y tal vez hasta líricos sin perder nunca esa sencillez. Eso era muy diferente a la protagonista de Mugre rosa. La verdad que esta voz me llegó, como me llega siempre porque yo empiezo a escribir a partir de oír la voz de la protagonista. Hebe Uhart decía que construía sus personajes desde el oído y por cómo hablan, y al escucharlos hablar entendía a sus personajes y los dejaba pastar en la cabeza hasta que se ponía a escribir. Tengo un proceso similar. Empecé a oír a esta mujer. La dejé pastar, la vi bastante y en determinado momento dije “bueno, ya tengo este tono”, y desde ahí empecé a escribir. Cuando entendí que la montaña era la otra protagonista quise diferenciar su tono, buscaba que la voz de la montaña tuviera algo más apretado, más denso. Por eso son más cortos esos capítulos para que esa densidad no se desmoronara. Y la otra cosa que tuve presente al momento de construir lingüísticamente este libro, era la mezcla. La mezcla de un lenguaje uruguayo, rioplatense con una influencia colombiana, y tratar de hacer de esa mezcla una manera de hablar específica de estos personajes que contribuyera al enrarecimiento de la historia y del lugar. ¿Por qué hablar como rioplatenses en un ambiente tan colombiano o andino? Sentía que esa contradicción entre el imaginario y el habla me permitían trabajar ese enrarecimiento que quería lograr.

–Hay algo en la mirada de la protagonista que me recordó a cierta forma de mirar de los personajes de Agota Kristof.

–Me gusta mucho Agota Kristof y El gran cuaderno, que es un libro que me fascina. Yo pensaba que estos cuadernos de mi libro son un homenaje a esos otros cuadernos de Kristof. Pero en Mugre rosa yo ya había transfigurado Montevideo y cambiado lo nombres a los lugares. Vos veías la ciudad travestida. En El monte de las furias creo un mundo imaginario porque no existe esta configuración geográfica de pueblo pobre. El lenguaje de la novela contribuye a esta deslocalización.

–Pareciera ser que en la novela siempre reaparece la pregunta acerca de qué es lo humano: si es el lenguaje, si es la escritura, si es el contacto con los otros.

–Me interesa esa lectura porque también yo partía de la idea de pensar cómo deshacernos humanos. Tenía en el horizonte adónde quería llegar: la idea del devenir vegetal, o el devenir otra cosa. Puede ser una cosa post-humana, que es esta especie de metamorfosis o hibridez del cuerpo de la mujer que abraza algo más primigenio en ella. Incluso su cuerpo, en la medida en la que ella se va acercando a entender esta otra corporalidad que es la montaña, y se va acercando a un tipo de intimidad con la montaña, también su cuerpo iba mutando, o acercándose a ser junto a la montaña.

–La protagonista es un personaje extremo y en determinados momentos surge la incógnita sobre si está viviendo eso que escribe o lo está alucinando. ¿De qué forma trabajaste esos bordes y ambigüedades?

–Esas son cuestiones sobre las que ya he escrito, son como mis obsesiones. Muchas veces aparecen sin querer, hasta que al final me doy cuenta. En La azotea, mi primera novela del 2001, ya hay una protagonista narrando en primera persona no confiable. No se sabe si lo que cuenta es real o es un delirio paranoide total. Dice que afuera hay un grupo que quiere destruirla y que quiere destruir todo lo que ella tiene y ama, entonces se atrinchera. En realidad, eso es lo que me gusta de los narradores protagónicos: siempre están tensionando qué es lo real y qué es un límite con el delirio. Nunca queda claro si están salidas de la realidad. En esta novela se sumaba un componente interesante. Ademas de la extrema soledad y ella hablando sola y tal vez uno piensa que está enloqueciendo porque solo habla consigo misma y la montaña, todo este vínculo que ella cree estar formando con la montaña puede ser un delirio. Pero también estaba la posibilidad de que todo fuera porque ella roza un estado místico. Y ese estado místico me parece interesante porque la experiencia mística es incomunicable. Si leés los textos de los místicos que están tratando de contar su experiencia te das cuenta de que no se pueden comunicar, cuando se plasman en el papel suenan a locura. Yo pensaba en eso y por eso era tan importante en esta novela jugar con los límites de lo que el lenguaje te permite decir. Y pensar el tema del lenguaje en sí como un límite. Porque tal vez una experiencia mística si se pudiera comunicar no sería mediante el lenguaje tal como lo conocemos. El propio lenguaje te lo desvirtúa inmediatamente. Entonces, vos quedás aislado en tu experiencia. Y como la mujer en el fondo en sus cuadernos lo que quiere hacer es comunicar unas cosas que resultan incomunicables, era lógico para mí explorar los límites de la palabra. Se trata de aprender un idioma otro, que si ella pudiese decodificarlo entendería el mensaje de la montaña.

Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.

–¿Qué trabajo hiciste para llegar a las palabras de la montaña?

–El trabajo con el lenguaje de la montaña era mi propia experiencia de chocar con mi intento de salirme de una mirada antropocéntrica, humana sobre la montaña. Todo el tiempo era el ejercicio de tratar de alejarme y de estirar la mirada y lograr descentrarme, aunque sea un poquito, aunque sea un grado y poder tratar de imaginar esa experiencia de estar en el mundo y estar en el tiempo que podría ser la montaña. Pero yo sabía, porque no puedo ser ingenua, que desde el momento en el que estaba usando el lenguaje humano para escribir la experiencia de la montaña, el propio lenguaje me estaba limitando. Yo estaba teniendo que trabajar con un artificio y los propios límites que me ponía la escritura. Lo difícil era estirarme para tratar de tocar un poquito del otro lado y volver, tocar y volver. Y estar en una frontera, porque si yo quisiera imaginar un habla de la montaña sería ilegible. Podría ir hacia ese lado, pero no quería. Tenía que tocar y volver y tratar de llegar a momentos donde pudiese torcer y salirme de la experiencia humana de mirar y entender el mundo.

–¿Cómo influye en tu trabajo con la lengua el hecho de que vivas hace un tiempo en Colombia?

–En un momento decidí que tenía que abrirme a la contaminación y no luchar contra ella. Fue una decisión muy consciente porque en un momento me di cuenta de que yo ejercía de policía de mi propia lengua cuando escribía porque se me metían cosas y yo decía “esto no es uruguayo” y lo tachaba. Yo ejercía ese lugar represivo. Decidir hacer otra cosa: generar una propuesta estética desde el lenguaje, asumiendo la mezcla en la que me convertí porque ya llevo diez años en Colombia. El monte de las furias fue ese experimento. Traté de ver cómo hacer una novela que combine estas dos cosas que soy. Y ahí viene la idea, todo un riesgo, de construir este universo geográfico y natural muy colombiano, andino, de la parte de la montaña y el bosque nativo. Hice muchas salidas de campo para sentir la atmósfera. Pero en ningún momento me dije voy a escribir sobre Colombia ni tratar de sonar colombiana. No me interesa representar un habla colombiana porque buscaba la mezcla, la mixtura. Y ese era el enrarecimiento que quería. En eso me convertí por las vueltas de la vida, yo soy el resultado de estos cruces. Y quería que se vea en la escritura.

–¿Cómo te encuentra este presente del mundo?

–Me angustia mucho los giros de la política hacia la derecha y la aceleración de los desastres ambientales, lo que generó mi novela anterior Mugre rosa. La lucha es no caer en el pesimismo absoluto. Lo veo facilista, no es una energía constructiva que lleve a la construcción, sino a la desesperación. Hay que sostener una energía vital que nos permita armar forma de organizarnos e ir construyendo comunidad.

Fernanda Trías básico

  • Nació en Uruguay en 1976 y vive en Colombia. Es narradora, traductora y docente de creación literaria.
Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.Fernanda Trías. Foto: Fernando de la Orden.
  • Publicó Cuaderno para un solo ojo, La azotea, La ciudad invencible, No soñarás flores y Mugre rosa.
  • Por Mugre rosa recibió el apoyo de la residencia Eñe/Casa de Velázquez (España, 2018), el Premio Nacional de Literatura (Uruguay, 2020), el Premio Bartolomé Hidalgo de la crítica (Uruguay, 2021) y el Sor Juana Inés de la Cruz (México, 2021).
  • En 2024, Mugre rosa estuvo nominada a los National Book Awards en Estados Unidos. Tanto La azotea como Mugre rosa obtuvieron el British PEN Translates Award (2020 y 2022).
  • Sus novelas se han traducido a más de quince lenguas.

El monte de las furias, de Fernanda Trías (Random House)

Redacción

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